Echemos ahora la memoria hacia atrás en el tiempo y miremos en otro plano. Sobrevolemos esta historia dispar que tengo en la cabeza rebobinando hasta alcanzar el punto que no es sino el principio, el germen del mundo creado por un cerebro hastiado que ansiaba viajar más allá de lo que tenía delante.
Nos encontramos entonces en los inicios de los tiempos de esta historia, un relato que aún no cobra forma exacta pero que pretende decir mucho más de lo que aparenta. Este relato contiene miedos, sueños, anhelos; todo ello conjugado en una extraña mezcla de personajes que faltan por nacer o ya no sirven para nada. Es como si mirásemos dentro del caldero de una bruja alocada y desordenada: sería extraño lo que encontraríamos ahí mezclándose, pero si esa bruja es buena seguramente haría una gran poción con sus ingredientes desperdigados.
La pregunta es, ¿es buena la que escribe esto, o por el contrario, se trata de una simple alma perdida que intenta encontrar el Norte cuando en realidad viaja hacia el Sur? Habrá que descubrirlo.
Decíamos que estábamos rebobinando hacia el comienzo de todo, hacia esos primeros rostros que surgieron con un amor idiota e imposible hacia lo inexplicable. Si esa versión de la historia hubiese seguido adelante, ¿qué tendríamos ahora? Muchas veces me lo pregunto.
Suelo sentirme tentada de desandar el camino y dar un salto hacia aquello que desterré hace tiempo, creyendo que enseñaba demasiado de mí misma. Sin embargo, lo que tengo ahora entre las manos parece un arma delatora, mucho más manchada de sangre que la anterior. Siendo así, ¿por qué no volver a la historia original y seguir haciendo de las mías en aquella realidad inicial? A nadie le importa lo que a mí me pase por la cabeza, soy solo una entre los siete mil millones de seres humanos que habitan el planeta hoy.
Como iba diciendo, vuelvo atrás y me encuentro en esa selva inicial. No sé qué mecanismo de mi mente me hace viajar exactamente a ese lugar, pero veo frondosa vegetación, quizás un claro en el bosque junto a una laguna. No nos confundamos: no es la selva de la que todos saben que hablo. No está llena de reptiles ni esconde los mismos secretos que la otra. Esta selva se encuentra en una pequeña isla en el único océano de este enano planeta, y no la habita nadie.
Allí vemos parada una aeronave hecha enteramente de metal, con enormes remaches y distintas tonalidades de bronce. En lugar de describirla tal y como yo la imagino, os dejo a vosotros que la recreéis en vuestra mente al más puro estilo steampunk de lo que llamamos mundo real.
Si andamos un par de kilómetros hacia el Norte de la isla, nos encontraremos una laguna profunda conectada por diversas cavidades con el mar que rodea el lugar. Las aguas son cristalinas y permiten ver el fondo, pero a nadie le interesa. Nos vamos a centrar en la pintoresca escena que tiene lugar a unos cuantos metros de la orilla de la laguna.
Hay tres seres humanos y un enorme animal allí parados. El gurhum presenta un pelaje espeso color canela, y de sus costados salen alas membranosas y suaves que soportan el peso de varios hombres adultos. Sus ojos son distintos: el derecho, verde, y el izquierdo, azul. Podría pasar por un puma en nuestro mundo, de no ser por su gran tamaño y los rasgos mencionados. ¿No es una bestia hermosa? Pues, para colmo, sabe más de lo que cuenta, ya que los gurhum no saben hablar. Pero prosigamos.
Uno de los seres humanos, el más bajito, está ya entrado en años pero conserva la agilidad de sus primeros inviernos. Tiene un poco de pelo alocado y blanco como la nieve, y unas gafillas se ajustan en la punta de su nariz aguileña. Mira con gesto afable a los otros dos seres que hay ante sí, y les habla en su idioma. Les dice que allí corren peligro, que no pueden tardar demasiado en irse a la nave. Pero los otros dos humanos no parecen tener intención de moverse, seguramente porque no pueden.
Una, la única mujer, no ha vivido aún dos décadas completas. Es alta, pero está arrodillada. Su cabello es castaño como las hojas del otoño, y está recogido en una coleta de caballo dejando caer un flequillo coronado por enormes gafas de aviador. Sus ojos son negros, y halos pecosos surcan sus mejillas. Lleva ropa oscura y ajustada de algodón, y le corren profundas gotas de sudor por la frente y el pecho, hacia el interior de la camiseta negra. ¿Lo que le cae de los ojos también es sudor, o son lágrimas?
Es posible, ya que en su regazo reposa una cabeza. No os preocupéis, está unida a un cuerpo humano sano y salvo. Con arañazos, pero a salvo. Se trata de un ser de su especie y más o menos de su edad, del género masculino y considerable tamaño y fuerza. A su compañera le cuesta verlo indefenso, y su profesor nunca pensó que lo tendría así a sus pies desde que era pequeño y tuvo sus últimas fiebres.
El muchacho tiene un color de piel aceitunado que ha palidecido para dar paso a labios morados y ojeras. El cabello rubio encrespado está mojado, igual que todas las vestimentas. Si abriese los ojos veríamos dos réplicas del azul cielo que tienen estos seres sobre las cabezas, pero por desgracia no lo hace.
Ya le han presionado el pecho, ya ha vomitado toda el agua que le cabía en los pulmones y más. ¿Qué le pasa, entonces, a este humano de fuerza hercúlea y juventud dorada? ¿Qué lo ha debilitado tanto? ¿Qué ha podido sobrepasar las barreras de su hombría y resistenca?
La respuesta la encontramos en la laguna. Unas cabezas bífidas asoman por entre las rocas, acechantes, observando con recelo la presa que han perdido. Podría haber acompañado a los otros hombres hermosos e incautos que forman su colección de cadáveres en vida bajo el agua, pero no lo han logrado. El humano al que intentaron raptar tenía demasiada fuerza y estaba ligado al mundo exterior con un lazo tal que era imposible de romper. Les resultaba especialmente molesto el hecho de que hubiese mirado con desesperación a la humana que lo acompañaba, esa mujer de piel dorada y sangre caliente que nunca en su vida sabría lo que es ser una hembra escorpión del agua. Lo peor de todo era el animal que la acompañaba y que se lanzó en picado a salvar al objeto de deseo de su humana, cobrándose la vida de una de sus hermanas.
Pero las sirenas escorpión ya no podían hacer nada. Entregarían a la compañera muerta a las profundidades de su océano, y dejarían al valioso semental que se marchase con su humana y le hiciese bebés llorones de esos que ellas nunca tendrían. Las crías de sirena escorpión no lloraban, ni eran tan blandas como las humanas. No había ni punto de comparación.
Así pues, las sirenas escorpión se marcharon a su mundo de sueños aguados, mientras el joven de sangre caliente al que habían intentado raptar recuperaba el conocimiento. Abrió levemente los ojos y el sol se reflejó en los mares de sus iris, deslumbrándole. Pronto una sombra lo tapó, un rostro hinchado y sudoroso de cuya boca salían palabras ininteligibles. El joven humano intentó preguntar qué era aquello, dónde estaba y por qué el sol lo deslumbraba, pero de sus labios solo salieron los restos de agua rezagados que quedaban en los pulmones.
El humano rechoncho le palmeó el rostro, le tomó el pulso otra vez y, junto a la otra humana, lo ayudó a incorporarse. Pesaba mucho, pero ella lo sostuvo y lo rodeó con los brazos. Si las sirenas hubiesen estado mirando, les habría parecido un ritual de cariño estúpido y propio de las blandengues mujeres humanas. Pero a la joven que lloraba había dejado de caérsele el mundo encima. Sabía que el joven estaba bien, que respiraba. Lo acunó y le acarició la mejilla en la que ya volvía a crecer la barba dorada, y él se dejó hacer. El humano más anciano miraba y sonreía, recordando juventudes pasadas y tiempos que no volverían. Pensó que todo lo malo pasa, y que frente al peligro siempre quedarían los nexos entre seres humanos que hacían nacer la vida, que movían el mundo y que, en lo tangible, se mostraban de forma parecida a aquel cuadro que observaba ante sí: una muchacha llorosa que sonreía y un muchacho que se dejaba abrazar y respiraba como si acabase de nacer. Sudados, mojados, llenos de arañazos no parecían gran cosa. Cuando tuviesen el destino en sus manos ya sería otro cantar.