A día de hoy, me veo obligado a tomar las siguientes medidas. Nadie me dijo que fuera lo realmente correcto, y si lo hizo, sus palabras me resultaron completamente vacías. Sin embargo, no puedo evitar hacerlo. No puedo permitir anteponer mis sentimientos al bien común de una nación.
Por eso tengo entre manos la sentencia de muerte para la mujer que cambió mi vida. Ella iluminaba mis días con su amplia sonrisa, llenaba mis noches con sus caricias llenas de amor y evitaba mis equivocaciones con una sola mirada desde sus ojos felinos.
Pero no puedo permitir que esta rebeldía continúe. Si quiero controlar todo un Estado, he de controlarlo entero, y no hacer la excepción a una persona por amor. Esto demostraría mi debilidad y podría crear conflictos que más me valdría evitar.
Por eso he de ejecutarla yo mismo, mirando esos ojos que un día me enamoraron.
A ti, amor mío, no puedo dejarte vivir. Espero que lo entiendas. No puedo soportar que te sientas presa de las normas que, como líder, me veo obligado a tomar, y tú misma dijiste que preferías morir de pie a vivir arrodillada. Siempre has defendido tu postura, y ahora será ésta la que te lleve a la muerte desde la celda en la que mis guardias te mantienen presa.
¿O seré yo quien lo haga, realmente?
Firmado,
el hombre que se enamoró de una mujer de espíritu libre.
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