-Ven aquí -dijo Sofía.
Cogió a la niña de la mano y la llevó hasta el rico hombre de negocios.
-Tendrás que procurar que esta niña tenga una vida mejor -dijo.
El hombre, sin levantar apenas la vista de los papeles, contestó:
-Eso cuesta dinero, ya te he dicho que no quiero perder ni una sola corona.
-Pero es injusto que tú seas tan rico y que esta niña sea tan pobre -insistió Sofía.
-¡Tonterías! La justicia solo se practica entre iguales.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Yo empecé con las manos vacías, tiene que merecer la pena trabajar. ¡Eso es el progreso!
-¡Por favor!
-Si no me ayudas me moriré -dijo la niña pobre.
El hombre de negocios volvió a levantar la mirada de los papeles y golpeó la mesa con su pluma
-No eres una partida en mi contabilidad. Vete a la casa de beneficencia.
-Si no me ayudas, incendiaré el bosque -prosiguió la niña pobre.
Finalmente
el señor de detrás del escritorio se levantó, pero la niña ya había
encendido una cerilla y la había acercado a unas pajas secas, que
empezaron a arder instantáneamente.
El hombre rico levantó los brazos.
-¡Socorro! -gritó-. ¡El gallo rojo está cantando!
La niña le miró con una sonrisa burlona.
-Al parecer no sabías que soy comunista.
Jostein Gaarder, El mundo de Sofía