Cuando mires el cristal roto que reposa en tu mesita, velando el dulce sueño en el que caes cada noche, y no veas un ojo almendrado observándote desde esa transparencia, te acordarás de mí.
Cuando huelas en el armario ese aroma familiar a manzana, libro nuevo y puede que jabón de suave aloe, no estando ya esas prendas que antes lo despedían de forma intermitente, te acordarás de mí.
Cuando tu paladar deguste la acidez de una naranja soliviantada con suave canela y caigan en tu lengua tres gotitas de amargo limón que te hagan apretar los ojos, te acordarás de mí.
Cuando escuches el son de la suave arpa, el estridente llanto de la llorona gaita o el grito sordo de guerra salido de un tambor de cuero, te acordarás de mí.
Cuando roces el suave pelaje de un gato atigrado con ojos verdes, brillantes en la noche traicionera, y sientas su ronroneo cálido bajo la piel, te acordarás de mí.
Pero quizás ese gato sea mío, que busca tus caricias porque sabe que yo hago lo mismo; también mía esa música, que endulza mis oídos cuando tú casualmente pasas cerca; míos esos alimentos, que degusto cualquier noche en la que no necesito nada más; mío ese olor, y mía la ropa que lo despide, aún en el armario; y mío ese ojo, que en realidad nunca desapareció del cristal ni dejó de velar por que tuvieras dulces sueños.
A lo mejor nunca me fui. Simplemente me engañé a mí misma pretendiendo ser invisible. Y tú te lo creíste también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario