Mientras se abría paso hacia la mesa de las bebidas, tropezó con Ginny, que llevaba al micropuff Arnold encaramado en un hombro y a Crookshanks pegado a los talones, maullando sin éxito.
-¿Buscas a Ron? -le preguntó la pequeña de los Weasley con una sonrisita de complicidad-. Está allí, el muy asqueroso hipócrita.
Harry miró hacia el rincón que señalaba Ginny. Y en efecto, a la vista de todo el mundo, Ron y Lavender Brown se abrazaban con tanta pasión que costaba distinguir de quién era cada mano.
-Parece que se la esté comiendo, ¿no? -observó Ginny con frialdad-. Supongo que de alguna manera tiene que perfeccionar su técnica. Has jugado muy bien, Harry.
Le dio unas palmaditas en el brazo y Harry notó un cosquilleo de vértigo en el estómago, pero ella siguió su camino y fue a servirse más cerveza de mantequilla. Crookshanks la siguió con los ojos fijos en Arnold.
Harry dejó de mirar a Ron, que no parecía tener intenciones de salir a la superficie, y en ese preciso momento vio cómo se cerraba el hueco del retrato. Le pareció atisbar una tupida melena castaña que se perdía de vista, y sintió un gran desaliento.
Corrió en esa dirección, volvió a esquivar a Romilda Vane y abrió de un empujón el retrato de la Señora Gorda, pero el pasillo estaba desierto.
-¡Hermione!
La encontró en la primera aula que no estaba cerrada con llave. Se había sentado en la mesa del profesor y la rodeaba un pequeño círculo de gorjeantes canarios que había hecho aparecer de la nada. A Harry le impresionó que lograse el hechizo en un momento como ése.
-¡Hola, Harry! -lo saludó ella con voz crispada-. Sólo estaba practicando.
-Sí, ya veo... Son... muy bonitos. -No sabía qué decir. Con un poco de suerte, tal vez Hermione no hubiese visto a Ron con las manos en la masa y sólo se había marchado porque le desagradaba tanto alboroto, pero ella dijo, con una voz inusualmente chillona:
-Ron se lo está pasando en grande en la fiesta.
-Hum... ¿Ah, sí?
-No finjas que no lo has visto. No puede decirse que se estuviera escondiendo, ¿no?
En ese instante se abrió la puerta del aula, y Harry, horrorizado, vio entrar a Ron riendo y arrastrando a Lavender de la mano.
-¡Oh! -dijo el muchacho, y se paró en seco al verlos.
-¡Uy! -exclamó Lavender y salió riendo del aula. La puerta se cerró detrás de ella.
Al punto se impuso un silencio tenso e incómodo. Hermione miró fijamente a Ron, que, eludiendo su mirada, dijo con una curiosa mezcla de chulería y torpeza:
-¡Hola, Harry! ¡No sabía dónde te habías metido!
Hermione bajó de la mesa con un movimiento lánguido. La pequeña bandada de pájaros dorados siguió gorjeando y describiendo círculos alrededor de su cabeza, dándole el aspecto de una extraña maqueta del sistema solar con plumas.
-No dejes a Lavender sola ahí fuera -dijo con calma-. Estará preocupada por ti.
Y caminó despacio y muy erguida hasta la puerta. Harry miró a Ron, que parecía aliviado de que no hubiese ocurido nada peor.
-¡Oppugno! -exclamó entonces Hermione desde el umbral, y con la cara desencajada apuntó a Ron con la varita.
La bandada de pájaros salió disparada como una ráfaga de balas doradas hacia Ron, que soltó un grito y se tapó la cara con las manos, pero aun así los pájaros lo atacaron, arañando y picando cada trocito de piel que encontraban.
-¡Hermione, por favor! -suplicó el muchacho, pero, con una última mirada rabiosa y vengativa, ella abrió la puerta de un tirón y salió al pasillo.
A Harry le pareció oír un sollozo antes de que la puerta se cerrara.
J. K. Rowling, Harry Potter y el misterio del Príncipe
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