Es curioso cómo, cuando más perdidos nos encontramos, nos aferramos a cualquier clavo que encontramos cercano en la pared. No tiene por qué estar ardiendo; simplemente, debe estar ahí para que nos agarremos a él. Y seguramente antes no nos dimos cuenta de que estaba.
Así es como nos buscamos a nosotros mismos, yendo de clavo en clavo y tratando de alcanzar la cima de esta pared sin caernos al suelo.
Y a veces, cuando nos entra la melancolía y nos acordamos de ese hogar que hemos dejado atrás... no queda otra que buscar el clavo apropiado para pisar fuerte y seguir subiendo.
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