Para mí la
Historia siempre ha resultado un misterio. Por mucho que me intenten enseñar
los profesores, que lea, estudie o me trate de informar, al final acabo
llegando a la misma conclusión, sin excepciones: ¿y quién lo dice? ¿Textos?
Pero ¿quién interpreta
esos textos? ¿Quién enseña a esos intérpretes? ¿Cómo derivar hacia una
conclusión u otra, si cada experto verá una cosa distinta a lo que observan los
demás? Todo me parece un enorme meollo que quizás es sólo fruto de mi
insolencia y mis “ganas de comerme el mundo”, en palabras de mi padre.
Aunque creo que
esto no es volver precisamente al tema principal… a mí me gusta plantearme las
cosas. Me gusta pensar y preguntarme por qué es esto y por qué es lo otro, para
qué se hace tal o cual cosa y con qué motivación actúa cada persona. Sin
embargo, en ocasiones mi vagancia puede más, así que me sumo en la ignorancia y
no hago el mísero esfuerzo por salir de ella. En resumen, soy un caso perdido.
Y no tengo ni idea de cómo empezar lo que acabo de bautizar como “Comentario
crítico de la película Ágora”. ¿Qué
comento? ¿Qué critico? ¿Qué comento críticamente de esta filmografía? Soy
consciente de que poseo infinitas posibilidades, desde alabar la película como
la mejor del siglo hasta afirmar que la veo una basura. Pero no me quiero
ajustar a ninguno de los extremos, porque ni el blanco ni el negro van a
resolver mis dudas.
Hipatia es
planteada en este filme como una mujer de inteligencia y sabiduría
excepcionales. Una modélica heroína femenina a cuya mano nos cogemos nada más
sentarnos a ver la película, ya que demuestra poseer importantes valores de los
que carece gran parte de la sociedad. Dejando estos rasgos a un lado, creo que
han idealizado un poco al personaje, pues trataba demasiado bien a sus esclavos.
Yo no soy historiadora ni pretendo parecerlo, pero mi lógica me inclina hacia
la conclusión de que antes se era esclavo o persona. Una cosa o la otra, no
había medias tintas. De hecho, creo recordar que en la misma película es el
personaje de Hipatia quien usa la expresión: “Seas hombre, mujer o esclavo…”.
Sin embargo, no es
ella lo que más atención me ha llamado durante estas dos horas pegada a la
pantalla. Lo que más ha captado mi interés ha sido el hecho de que tantas
religiones conviviesen juntas y de una manera que bien un día podía ser
pacífica, bien al siguiente se cobraba las vidas de muchos inocentes… o no tan
inocentes.
Veo macabramente
irónico el hecho de que el respeto y la tolerancia se acabasen de pronto porque
un superior promulgaba determinada ley, que bien podía no tener ni pies ni
cabeza, pero que era una ley y, por tanto, “sagrada”.
La Historia en
general y esta película en particular muestran, para mí, la verdad desnuda de que
el ser humano es el único animal que tropieza no dos veces, sino dos mil, con
la misma piedra. Hipatia fue acusada de brujería y brutalmente asesinada, para
probarse siglos más tarde que no iba mal encaminada en su teoría del ciclo elíptico
terrestre alrededor del astro Sol.
También son
interesantes los genocidios varios que se muestran en esta película: paganos
contra cristianos, cristianos contra judíos, judíos contra cristianos… Y eso
sigue siendo así hasta hoy en día, pues aún hoy se declaran guerras en nombre
de dioses.
Realmente, ¿no
están todas las religiones inclinadas hacia una misma conclusión? ¿No busca
todo el mundo la salvación? ¿No necesitan todos los creyentes aferrarse a algo
para evitar caer en la nada, en la ignorancia, en la desesperación de no saber
qué va después?
Si es así, yo me
pregunto por qué siempre ha habido necesidad de asesinar, de declarar que “mi
dios es mejor que el tuyo”, de defender con armas unas doctrinas que muchas
veces hablan de paz.
¿No somos raros
los humanos?
Bruma, un pequeño trabajo para clase de L.C.L.
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