Es curioso que los hijos nos parecen que no crecen hasta el día justo en que pensamos en ellos como que ya son demasiado mayores. De todas formas, nos pasamos la vida exigiéndoles que sean de una cierta manera y que hagan determinadas cosas sólo para darnos satisfacción, para sentirnos orgullosos de ellos, es decir, de nosotros mismos, de lo bien que los fabricamos y los educamos. Los hijos son nuestra obra. Como si hacer un hijo entrañara alguna dificultad. Al fin y al cabo, fabricar niños es una tarea más bien agradable y bastante sencilla. Parirlos y criarlos es otro cantar, pero una vez que están ahí ya no hay más remedio que tirar adelante y cada uno hace lo que puede, lo mejor que sabe. Según los padres nos vamos haciendo mayores, creemos que todo lo hemos hecho muy bien y que los hijos están ahí para demostrarnos con su propia existencia lo estupendos que somos y lo bien que hemos actuado. Es de risa, lo vanidosos y estúpidamente presumidos que somos los padres, sin contar con lo atrozmente egoístas.
Carmen Rico-Godoy, Cómo ser infeliz y disfrutarlo
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