domingo, 22 de junio de 2014

Un paso más que da entrada a muchos otros.

"Me han dicho que has vuelto por fin a tu casa,
¿y qué harás ahora que el viaje se acaba?"
-Amaral, Llegará la tormenta

Y ahora toca decir adiós, hacer las maletas y marcharse hacia un nuevo destino, el que la vida nos depare aunque nosotros no lo conozcamos. En realidad, es lo que siempre nos decimos a nosotros mismos: si nos apegamos demasiado a una persona, un lugar o cualquier otra cosa, acabaremos lamentándolo el día en que nos debamos alejar de ello. Es por esto que miro mis apuntes de Matemáticas y me dan unas ganas horrorosas de llorar, aunque si hace nueve meses me hubiesen dicho que pasaría esto, me habría echado a reír y habría hecho palmas a la salud de las neuronas del sujeto en cuestión. Pobre ilusa.
A mí se me está haciendo más difícil de lo que pensaba que sería. Si bien es cierto que se trata de un paso a una nueva etapa de la vida, un bono de la suerte para conocer personas, lugares y, en definitiva, algo más el mundo que me rodea, también se trata de una despedida con lágrimas amargas, dejando detrás un edificio sobre cuyos cimientos me hice un poco más persona y dejé de ser tan robot, en el que aún conviven y bullen personas que me guiaron y fueron un resorte fundamental en mi cerebro. No es fácil quedarte sin lo que venía siendo tu pequeña casita de caracol, donde te resguardabas del frío y al abrigo de cuyo conocimiento descubriste si no quién eras, sí quién querrías ser. Para nada es fácil.
Así que aún queda mucho hasta ese día en que deje de doler la herida que deja el marcharse de ese lugar al que entré siendo una niña y del que salgo transformada en una pequeña mujer. En un rinconcito dorado de mi corazón me llevo la filosofía del artista Ocaña con sus ojos que han visto mucho más de lo que cuentan, la fuerza de la voz de Artero insistiendo en que nosotros podemos más que las Matemáticas, Tania y su voz suave de cultas palabras; Denise, el día de su marcha, con lágrimas en los ojos y sin fuerzas para hablar su adorado francés; el olor a perfume, papel y tinta mezclado con tabaco del aula de idiomas; el sonido de los bolis al rodar por el pasillo acristalado; la biblioteca de pequeñas ventanas y libros encontrados; el aire picassiano en el Guernica de la pared principal. Todo esto pasarán a ser recuerdos, y su cotidianeidad será ocupada por otros cuadros, otros olores, otras aulas y otros libros en cualquier otro centro al que espero no apegarme tanto como a este... por la buena salud de mi pobre corazón.

Bruma


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