sábado, 28 de junio de 2014

De la muerte de Fiana, el nacimiento de Simona y demás relatos macabros de mi mundo fantástico.

Hace ya tiempo comencé a contar una historia. La protagonista era una chica de la cual yo soy un pálido reflejo: se trataba de una mujer joven, valiente, satisfecha consigo misma pese a las calamidades de su mundo, y siempre acompañada. Esto último era fundamental. 
Ahora, esa chica se encuentra en el infierno, y por mí pueden llevársela los mismísimos demonios. En mi cabeza ya no cabe la existencia de ese corazón puro y sabio que pisa con cautela los peldaños de una vida en la cual, omitiendo pequeñas futilidades, se le promete un futuro sumamente alentador.
No. Ya no existe esa muchacha: la maté junto a mis antiguos miedos, y ataúd con ataúd yacen en el inmenso cementerio al que voy arrojando mis ideas desechadas.
Tras matar a la noble criatura, decidí crear otra con las manos aún manchadas de su sangre. Esta segunda fémina era, esta vez, mi reflejo, y no al contrario, como pasó con la anterior creación. Ahora yo me sentía orgullosa de mí misma, ya que veía una nueva vida abriéndose ante mis ojos como una luz clara y brillante tras una puerta oscura.
Esta nueva chica reflejaba mi historia con todos -o casi todos- sus pormenores: alegrías, tristezas, miedos, sueños y anhelos. Todo ello rematado por la dura existencia en un mundo que ya vio nacer en otro tiempo a la mujer anterior: un planeta extraño, pequeño, y no exento de secretos que ni yo misma, su creadora, puedo enumerar ahora mismo, ya que los desconozco. Este mundo, pese al vano intento de los frágiles seres pensantes -especialmente los humanos- por conquistarlo, se rige por leyes dictadas en boca de criaturas ancestrales, con aspecto de animales pero una sabiduría de la que no son conscientes y que va mucho más allá de los tiempos.
No existen treguas en las guerras de este mundo peligroso, ni se conocen todos los misterios acerca de sus civilizaciones. El misticismo está envuelto en una bruma nebulosa que difícilmente será horadada por criaturas tan ambiciosas e inestables como los humanos, y esto hace aún más peligrosa el ansia de saber en tal lugar.
Por tanto, podemos decir que la vida de esta muchacha y sus futilidades diarias pierden importancia frente a la existencia de dragones, demonios, violentos ogros y felinos anormales en un mundo que ella, atrapada y debilitada por las leyes humanas, apenas alcanza a conocer.
Sin embargo, puede que un día esta mujer se alce en armas contra su propia vida y salga a cazar respuestas, ya que nadie se ha ocupado de dárselas en su aún corta existencia.
Esta mujer se enamorará de una volátil libélula de plata, a lomos de la cual tratará de volar lejos para caerse una y mil veces al inmundo suelo; muchas veces se encontrará sola en la oscuridad, y se consolará en la compañía de páginas amarillentas y la mirada verde de un misterioso gato gris. Esta mujer, como todas, llorará alguna vez de más que de menos, aunque secará sus lágrimas con papel de lija y pondrá su mejor cara de flor al afrontar una querella del tamaño de la que se le ha venido encima. Esta mujer hará una y mil cosas en su vida, perdiéndose entre jardines, bosques y selvas, siempre buscando la felicidad que le robó un día su libélula plateada.
Algún día, quizás, comprenderá que la alegría no pende de unas alas irisadas, ya que los cuentos tienen el punto final allí donde se decide a ponérselo su autor.

Bruma

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