domingo, 15 de septiembre de 2013

Pobre pajarillo enjaulado.

La joven había derrochado su vida en la calle, en los más pestilentes burdeles y antros de Londres; mas aún quedaba en ella algo de esa primitiva naturaleza femenina, y al oír unos pasos ligeros que se acercaban a la puerta frontera al lugar por donde entrara y pensar en el inmenso contraste que se ofrecería un momento después en la reducida estancia, sintiose agobiada por el peso de su propia vergüenza y acobardose hasta pensar que difícilmente podría soportar la presencia de aquella con quien buscaba esta entrevista.
Mas en pugna con todos estos buenos sentimientos estaba su orgullo, defecto de los más ruines y envilecidos seres, no menos que de los más altos y encumbrados. La mísera compañera de ladrones y rufianes, el triste desecho de las hórridas guaridas, cómplice de la escoria de cárceles y penales, que vivía también a la sombra del patíbulo; este mismo ser degradado sentíase aún con demasiado orgullo para dejar entrever un destello de ese sentimiento femenino que ella consideraba debilidad y que era el único que la unía aún a esa humanidad que tan borrada quedara de su disipada vida desde niña.

Charles Dickens, Las aventuras de Oliver Twist

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