martes, 31 de diciembre de 2013

El número de la magia.

Hoy quisiera darle al nuevo año que viene llegando un tinte especial, porque los comienzos son algo curioso y sólo suceden una vez. He escogido mi número favorito, el siete, para dar la bienvenida a este 2014 que me da la impresión de retrasarse -pero no le voy a meter prisa- de una forma original y que nunca antes me había planteado. 
He elegido mi número favorito de palabras favoritas para comenzar este nuevo año (casualmente siete es la mitad de catorce, y empezamos un 2014, lo que sólo puede ser una buena señal). Así, esas palabras y todo su significado me acompañarán un poco tanto en mis caídas como en mis triunfos, y no podré decir que el comienzo de estos trescientos sesenta y cinco días no haya sido original. Porque los comienzos siempre deberían ser originales, y eso de las doce uvas me parecía ya demasiado trillado. Aunque a lo mejor me da por comerme siete esta noche.
Así que a partir de mañana, durante los siete primeros días del año, publicaré una entrada diaria con cada una de esas siete palabras y algún complemento que las endulce un poco. Ahora dejo por aquí una canción muy bonita cuya letra y melodía son tradicionales, pero que ha sido adaptada por una mujer cuya música yo respeto muchísimo y sin la que no podría pasar fácilmente. 
Esta canción me gusta especialmente porque habla de cómo una mujer tan buena, con un alma tan bella como lo era María, madre de Jesús, se siente bendecida ella misma con cada triunfo de su hijo en el mundo. Fuera de las creencias de cada uno -yo misma soy atea y estoy enamorada de estas canciones tradicionales, por muy religiosas que sean-, creo que hay que saber reconocer la belleza cuando se ve y aquí no se hace tanta alusión a la religión como a los sentimientos de una madre con respecto a su hijo, quien fue sinónimo de esperanza para muchas almas a lo largo de la Historia.
Y esta madre buena, como yo, tiene siete cosas especiales que le llenan el corazón, aunque he de decir que las mías son mucho más egoístas que las de la santa María.
Pero el siete sigue siendo el número de la magia.


Feliz Año Nuevo a todos los lectores y lectoras, y que mientras giren el Sol y la Luna sigamos corriendo salvajes por entre las brumas de la selva.

B.

domingo, 29 de diciembre de 2013

-Has salido de la cárcel hace unas horas y estás sin un ardite en la bolsa -dijo-. Antes de dos días habrás aceptado cualquier trabajo de medio pelo, como escoltar a algún lindo pisaverde para que el hermano de su amada no lo mate en una esquina, o asumirás el encargo de acuchillarle a alguien las orejas por cuenta de un acreedor. O te pondrás a rondar las mancebías y los garitos, para ver qué puedes sacar de los forasteros y de los curas que acuden a jugarse el cepillo de San Eufrasio... De aquí a poco te meterás en un lío: una mala estocada, una riña, una denuncia. Y vuelta a empezar -bebió un corto sorbo de la jarra, entornados los ojos, sin apartarlos del capitán-. ¿Crees que eso es vida?
Diego Alatriste encogió los hombros.
-¿Se te ocurre algo mejor?

Arturo y Carlota Pérez-Reverte, El capitán Alatriste

lunes, 23 de diciembre de 2013

Larga vida a los seres solitarios.

Yo creo que nuestro problema es que somos como burbujas de distintos gases tóxicos en un mismo cubo de aire: chocamos unos con otros y, dependiendo de la combinación, explotamos de una forma o de otra. Pero explotamos al fin y al cabo. Algunos arrastramos problemas de nuestras propias casas mientras que otros vienen aquí a crearlos porque no saben qué hacer; cada uno tendrá sus propios motivos para quejarse, pero al fin y al cabo suspirar y refunfuñar es algo que nos gusta hacer a todos. Buscamos pretextos y nos lamentamos de mil formas distintas, y quien esté a nuestro alrededor saldrá perjudicado.
¡Pues que se aguanten! Eso es lo que pensamos. Si yo aguanto a los demás, que los demás me aguanten a mí. Pero a veces es complicado que tantas maneras de ser, tantas formas de mirar el mundo, tantas cabezas tan diferentes, tantos cuerpos hormonados, tantos ADNs lidien en perfecta armonía unos con otros. Siempre va a haber algo que falle, por mucho que nos joda que las cosas no salgan redondas. Siempre, aunque la gran mayoría esté de buenas, habrá alguien que se aparte, que se queje, que explote, que desaparezca de golpe o que, simplemente, no venga cuando le llamen. Y los demás se preguntarán por qué. Algunos le cuestionarán, otros le juzgarán; habrá, incluso, algunos más atrevidos que le seguirán o que romperán la armonía imperfecta dejando escapar esa rabia que no pueden arrancarse de otro modo.
Y al final, aunque no nos demos cuenta, todos salimos perjudicados. Y todos somos los culpables.
B.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Hace un par de años mi abuelo murió por las secuelas de una trombosis. Yo tenía trece años y recuerdo poco de aquella época, aunque los retazos que quedan en mi mente brillan como si los hubiesen marcado con fluorescente. Me acuerdo de que estaba perdida y me sentía sola, aunque no tenía motivos. Mi mejor amiga Bruma aún no daba los problemas que no tardarían en llegar dada su condición de perra podenco medio esquizofrénica y mal educada. Mi padre todavía no nos había dado muchos motivos para exiliarlo a su precioso apartamento. Las notas me iban bien. Alimentaba mis sueños con ganas cada día. Tenía muchos amigos y mis profesores eran inmejorables, por no hablar de mi familia. Y, de hecho, nunca me había llevado tan bien con mi abuelo como para sufrir un trauma por su muerte: siempre había sido esa figura nebulosa que va y viene cuando quiere y a la que no se puede retener en casa más de lo que a ella le apetezca estar. Ni mi abuela podía después de más de cincuenta años de matrimonio, aunque nunca había podido. Nunca fue una persona cariñosa, aunque esto parecía cambiar en sus versos, pues aficionaba a trovar cuando la musa que fuese lo iluminaba y tenía a mano cualquier tipo de papel en el que pudiera plasmar sus pensamientos tras meditarlos un ratito.
El caso es que en diciembre del año 2011 nos dejó para irse a un lugar mejor, como se suele decir. Yo leía en ese momento unos libros que cambiarían mi entrante adolescencia e iba de acá para allá como una autómata buscando algo que diese a mi vida un poco de sal, el sentido del que a mí me parecía que carecía.
Y lo logré, aunque tardé un par de meses y no fue como me habría gustado. Pero ya no hay marcha atrás, una tiene que aguantarse y abrirse camino como pueda entre los pinchos del rosal de su vida.
Ahora, dos años después, vuelve esa sensación de inseguridad, de vacío. Llevo mucho tiempo nadando en una piscina de lodo en la que yo misma me sumergí, y no sé salir de ella. Algunas noches ese lodo se vuelve agua marina que me refresca y me hace sentir mejor que nunca, pero en general siempre acaba volviendo a ser lodo al poco tiempo. No tengo fuerzas para volver a alimentar esos sueños, pues me parecen delirios de grandeza propios de una niña de trece años con demasiadas ganas de comerse el mundo y con muy poco seso para vivir en él. Me encuentro en un punto muerto del que algo, no sé qué, me impide salir. Si pudiera ser una serpiente me quitaría esta piel vieja y rugosa para fabricarme un nuevo yo.
Pero, por desgracia, no soy una serpiente. Y sigo nadando en mi piscina de lodo. 
Esta canción me llegó al corazón en aquella mala época hace dos años. La escuché cuando todas las inseguridades ante el mundo se concentraban en mi cabeza, cuando la soledad llamaba a mi puerta y quería entrar en mi vida por la fuerza. Era más pequeña, sí, pero no tonta. Supongo que estaba creciendo, y esa independencia que había caracterizado siempre a mi abuelo se reencarnó en mí. Pero al parecer hubo algún fallo, porque hay algo que no me deja salir del todo de mí misma.
Siempre digo lo mismo y creo que nadie me va a entender, porque ni yo sé explicarme. ¿Por qué es todo tan complicado? ¿No podría ser tan firme que no me derribaran ni los tiros a quemarropa? Es muy frustrante este querer y no poder que vuelve a mí tras dos años sedado por otras emociones más fuertes, aunque en aquel momento que lo sentí por primera vez no lo comprendía del todo. Me limité a dejar pasar el tiempo y a concentrarme en determinadas cosas que alejaban de mí ese malestar.
Pero un día desgraciado, ¡sí, desgraciado, aunque me duela en el alma decirlo!, una conjunción de los astros o lo que fuera hizo que mi suerte se pusiera zapatillas deportivas y me chutara un balonazo bien fuerte en toda la cara.
Nunca se me va a ocurrir pedirle a nadie algo que no me puede dar. Pero ¿por qué no me doy yo a mí misma un gusto y dejo que algo, cualquier cosa, me empuje hacia lo desconocido sólo por el placer de moverme tras dos años quieta en un mismo lugar?
B.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Un ser salvaje que finge ser independiente.




And I will not tell
The thoughts of hell
That carried me home
From the Holland Road
With my heart like a stone I put up no fight
To your callous mind and from your corner you rose
To cut me down
You cut me down

[...]

And I'll still believe though ther's cracks you'll see
When I'm on my knees I'll still believe
And when I've hit the ground
Neither lost nor found
If you'll believe in me I'll still believe

Mumford & Sons, Holland Road

sábado, 7 de diciembre de 2013

Hay dos formas de ponerse a leer, como de ponerse a hacer cualquier cosa en la vida: una serena y otra impaciente. Cuando nuestros humores se mantienen en un equilibrio más o menos estable, entramos en el libro dispuestos a que nos cuente lo que buenamente quiera, no le forzamos a que él entre en nosotros y acierte con el resquicio exacto por donde puede inyectarnos consuelo. Simplemente le escuchamos.
En estas ocasiones, la cosecha de la lectura, cuando vale la pena llamarla así, no está alterada por ninguna granizada intempestiva y somos capaces de recoger el fruto y de guardarlo en nuestros graneros con vistas a aprovecharlo algún día.
Es la postura correcta frente a los libros, como frente a las personas: no acudir a ellos con exigencias preconcebidas, abandonarse a lo poco o a lo mucho que nos dan. Únicamente así cabe el entendimiento y la comprensión de lo que son y nos dicen.

Carmen Martín Gaite

viernes, 6 de diciembre de 2013

Hoy me he dormido escuchando la respiración de un lobo nórdico. Me acurruqué junto a su costado, cerré los ojos y traté de acompasar su respiración a la mía, aunque creo que no pude. Él es demasiado tranquilo, siempre lo ha sido, como para que yo pueda detener mi nerviosismo y mi rapidez y acomodarlas a su percepción de la vida. Me fue imposible desesperar por ese desnivel, porque en algún momento, en un instante curioso, empecé a prestar más atención a esa respiración que a la mía.
Notaba esos pulmones hincharse y ese diafragma contraerse contra mi costado. Era fascinante, único. Algo ordinario visto desde ojos externos, pero el País de las Maravillas construido rápidamente en mi interior. Sería la persona más feliz del mundo si cada día despertase y me durmiese así, sintiendo la misma respiración tranquila, los mismos pulmones, el mismo olor familiar, y supiese que están allí porque quieren, porque también quieren sentir mi respiración nerviosa, mis pulmones algo más pequeños y mi olor, extraño y familiar.

B.
Yo tiendo a creer que me supero a mí misma cada día en todo lo que hago. Voy por la vida con la noción de que si me concentro en una cosa mi mente pierde de vista todas las otras, siempre desviando la mirada de los espejos que me muestran tal como soy. Todo eso hasta que ciertos detalles me meten de lleno en la realidad con un guantazo sentimental del tipo que sea.
Hoy me he dado cuenta de que no voy a poder pasarme el resto de mi vida en un punto muerto, sin saber si seguir a mi paso de caracol una senda o volar como un dragón por la otra. Desconozco ambas. La del caracol es más segura pero la del dragón promete más.
¿Qué hace entonces la tigresa solitaria? ¿Se queda con la presa pequeña, que la deja insatisfecha pero es alimento seguro? ¿O se arriesga a enfrentarse con el enorme animal misterioso al que aún no ha visto pero cuya presencia nota en sus dominios de la selva?

B.

martes, 3 de diciembre de 2013

El colmo del excentricismo.

La duquesa movió la cabeza.
-Creo en la raza -exclamó.
-La raza representa el triunfo de los arribistas.
-Eso significa progreso.
-La decadencia me fascina más.
-¿Y dónde dejas el arte? -preguntó ella.
-Es una enfermedad.
-¿El amor?
-Una ilusión.
-¿La religión?
-El sucedáneo elegante de la fe.
-Eres un escéptico.
-¡Jamás! El escepticismo es el comienzo de la fe.
-¿Qué eres entonces?
-Definir es limitar.
-Dame una pista.
-Los hilos se rompen. Te perderías en el laberinto.

Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray

domingo, 1 de diciembre de 2013

Entierra a los demonios que bailan junto a ti.


Hay momentos en los que una se siente como una hoja de papel escrita con sangre y pisoteada en mitad de un camino embarrado. Es en esos instantes de inconsciencia cuando lo único que se quiere hacer es gritar, pero la voz no sale de ningún sitio. Las garras que se quieren clavar en la ropa de alguien próximo se niegan a salir de las almohadillas de felino, tan inocentes, tan superficiales, tan falsas. Las lágrimas están demasiado cansadas para derramarse, han estado acumuladas mucho tiempo y se han acomodado a el interior humano que, pese a las turbulencias, es el mejor lugar donde se podrían quedar.
Cuando una espina se mantiene clavada en nuestra piel se infecta. Nada más y nada menos. Es tan simple como que hay que arrancarse la mierda que a veces uno mismo se echa encima. Y es cierto que a veces cuesta, sobre todo cuando los problemas están en el aire, la mala suerte nos sale por los poros y hay veinte dedos acusadores apuntando a nuestras narices y agitándose, como queriendo restregarnos que encima de ser desafortunados tenemos que poner buena cara porque, si no... tras tras en el culete. Como a los críos de cinco años.
Y el mundo gira tan rápido que ni tú te das cuenta. No puedes acostumbrarte a su velocidad, pero sabes que es eso o morirte de desesperación quieta en un mismo lugar. Ahora crees que ya no bailas con esos demonios que te daban tanto por saco, y cuando crees que alcanzas tu equilibrio, que por fin vas a salir tú sola del agujero negro en el que te has caído por imbécil...

... alguien llega y te pisotea los sueños mientras te pega un tiro a quemarropa por la espalda. Y vuelves a caer.

B.