Hay momentos en los que una se siente como una hoja de papel escrita con sangre y pisoteada en mitad de un camino embarrado. Es en esos instantes de inconsciencia cuando lo único que se quiere hacer es gritar, pero la voz no sale de ningún sitio. Las garras que se quieren clavar en la ropa de alguien próximo se niegan a salir de las almohadillas de felino, tan inocentes, tan superficiales, tan falsas. Las lágrimas están demasiado cansadas para derramarse, han estado acumuladas mucho tiempo y se han acomodado a el interior humano que, pese a las turbulencias, es el mejor lugar donde se podrían quedar.
Cuando una espina se mantiene clavada en nuestra piel se infecta. Nada más y nada menos. Es tan simple como que hay que arrancarse la mierda que a veces uno mismo se echa encima. Y es cierto que a veces cuesta, sobre todo cuando los problemas están en el aire, la mala suerte nos sale por los poros y hay veinte dedos acusadores apuntando a nuestras narices y agitándose, como queriendo restregarnos que encima de ser desafortunados tenemos que poner buena cara porque, si no... tras tras en el culete. Como a los críos de cinco años.
Y el mundo gira tan rápido que ni tú te das cuenta. No puedes acostumbrarte a su velocidad, pero sabes que es eso o morirte de desesperación quieta en un mismo lugar. Ahora crees que ya no bailas con esos demonios que te daban tanto por saco, y cuando crees que alcanzas tu equilibrio, que por fin vas a salir tú sola del agujero negro en el que te has caído por imbécil...
... alguien llega y te pisotea los sueños mientras te pega un tiro a quemarropa por la espalda. Y vuelves a caer.
B.
Como sigas con blogs de estos me va a saltar una lagrima, levantarme y aplaudir.
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