lunes, 25 de noviembre de 2013

Morgana de las Hadas.


Ay, Morgana... mi pobre Morgana... Nacida del terror de una madre primeriza y un rudo esposo que podría ser su abuelo, creciste a la sombra de la belleza y el misterio de tu familia materna. Había días en los que nadie se acordaba de la pequeña Morgana, y otros en los que se la miraba sólo para recordarle que era fea y menuda, como el pueblo de las hadas cuya sangre corría por sus venas.
Morgana creció siempre a la sombra: a la sombra de Morgause, a la sombra de Uther, a la sombra de Arturo... hasta que un día encontró, por fin, las brumas que la conducirían a Avalón.
Ay, querida Morgana... creo que te comprendo mejor de lo que imaginas. Te hiciste mujer aprendiendo a amar la niebla que mantenía tu vida alejada de un mundo exterior en el que reinaban el caos, el desorden y la destrucción. Se hizo con tu femineidad lo que los dioses dispusieron sin preguntarte y tú y sólo tú debiste pagar las consecuencias.
Sufres por unos y por otros, sufres por ti; ¡sufres por nada! Ves al moreno caballero en pos de la rubia dama y el único remedio para tu mal es una risa amarga que sólo droga el dolor: no lo mata.
Morgana, Morgana... si todo hubiera sido diferente... Dicen que te acuestas con demonios, te miran mal mientras te llaman pagana, bruja y hechicera; te sientes débil y cansada, pues el mundo te mina cada día un poco más...
Y allí está ella tan alta, tan felina; tus patas de cierva no pueden hacer nada contra la gran reina que quiere verte muerta y enterrada en el suelo sagrado de su Dios de castigo.
Sé que amas muchas cosas, Morgana: amas la música, amas el bosque, amas las brumas, amas la magia. Y es maravilloso ver cómo todo eso te ha sostenido mientras la muerte, la cruz y los negros curas te intentaban aniquilar por todos los medios.
Te escribo estas palabras, Morgana de las Hadas, porque puede que a ese libro tan especial lleguen los ecos de lo que sentí pasando sus páginas, o puede que mi mensaje se pierda entre las nieblas...

...entre las nieblas de Avalón.

B.

Ahora yo soy la reina. No hay más Diosa que ésta, y soy yo.
Sin embargo, más allá de esto existe ella, como está en Igraine, Viviana, Morgause, Nimue y la reina. Y ellas vivirán también en mí, como ella...
Y dentro de Avalón viven por siempre.

Marion Zimmer Bradley, Las nieblas de Avalón.

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