Una vez leí que el hogar no es un hogar, son personas. Recuerdo que estaba a punto de cumplir catorce años. En su momento creí que entendía esa curiosa frase, pero se fue desdibujando poco a poco en mi mente conforme pasaban los meses y me preguntaba cada día quién era, quién había sido y quién quería ser. A veces no sabía quién estaba conmigo ni contra mí. Algunos días me sentía perseguida y otros días era yo quien necesitaba perseguir. Había tantas disyuntivas, tantas contradicciones, que se me hace tedioso enumerarlas todas incluso a través de un teclado mecánico.
Ha pasado un año desde que apunté en mi libreta las frases de ese libro y cerré su historia para dejarla a la espera de que cualquier otro lector o lectora como yo llegase dispuesto a saborearla. He vivido todas esas extrañezas y muchas otras que no voy a contar, y supongo que me queda el mismo número de ellas o más por vivir ahora que acabo de cumplir mis quince años.
Pero ahora hay algo que tengo por seguro: he encontrado ese pequeño grupo de personas dentro del que me siento segura. Un contexto de elementos que van siempre unidos y que me tienen a mí también cogida de las manos porque ellos quieren, porque no me van a soltar. Y yo lo sé.
Son personas a las que conocí por unas y otras cosas. Yo entré en su mundo cuando ellos ya lo tenían formado, cuando ya habían desarrollado sus reglas y habían hecho su propia Constitución de la Amistad. Y, mira tú por dónde, me dejaron entrar. Ni yo me lo propuse ni ellos lo pensaron, creo. Simplemente por la acción de unos corazones u otros acabé formando parte de algo en lo que todos somos un punto crucial. Y fueron ellos los que anoche se metieron en mi casa y me cantaron de sorpresa el Cumpleaños Feliz más delicioso y cariñoso que me han dedicado nunca.
Gracias desde la Selva Oriental.
B.
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