Delirante de fiebre soñé que un corcel blanco me había atado a su lomo con telas de araña para llevarme lejos, más allá de un arco iris monocromo que rompía justo en el nacimiento de un alba muerta en la noche más oscura del día. El caballo cabalgaba con brío a través de campos de hierba de tonos esmeralda que se movía al son de la música silenciosa producida por el viento.
El cielo era de color de rosa: como las mejillas encendidas del enamorado estúpido, como la falda de la amante coqueta. Poco a poco iba cobrando un tono rojizo, como si en cualquier momento fuesen a aparecer cuatro caballos oscuros y rabiosos con sus cuatro jinetes correspondientes, portando cada uno un mal para la Humanidad. Los caballeros de mi sueño representaban la realidad, la fantasía, la muerte y la vida. Venían a por mí...
Pero mi corcel corría más rápido. Nada lo podía detener, y yo iba montada sobre él, sacando cada vez más ventaja a los cuatro jinetes macabros.
Recuerdo que me sentía volar, junto a mi caballo blanco y sus telas de araña, que ahora cubrían mi cuerpo entero a modo de vestimenta. La extensa pradera se iba transformando poco a poco en colinas, que se transformaron en montañas, que se hicieron cordilleras. Y mi caballo corría, y corría, y seguía corriendo, mientras los cuatro jinetes, con sus caballos blanco, rojo, negro y bayo me seguían cada vez mas lejos... pero nunca se rendían. Ni ellos ni sus caballos.
Había uno, el primero, que montaba un caballo blanco como el mío, que iba cobrando ventaja poco a poco. En un momento miré hacia atrás y él iba mucho más cerca de mí... conmigo en brazos.
"¿Es éste acaso el jinete de la realidad?", pensé, "¿La realidad viene a por mí?"
No lo creía. Mi caballo blanco corría más que el de la realidad. Mi caballo blanco...
¿No era el caballo blanco de la realidad igual que el mío? ¿No eran el mismo?
¿Por qué yo intentaba escapar de la realidad montada en un caballo que era el mismo que la llevaba a ella?
B.
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