sábado, 25 de agosto de 2012

Un enigma por resolver.


-¡Qué barbaridad! ¡Qué cantidad de trabajo! Aquí hay material para una tesis doctoral -dijo Annika, agobiada.
David y ella se hallaban sentados en el cuarto de Annika, con todo el material que habían recopilado: las cintas magnetofónicas repletas de las cartas leídas, las fotocopias de la confesión de Petrus Wiik, las partidas de difuntos del registro de Valdstena, los recortes de prensa... Annika se había propuesto clasificar todo cuidadosamente y archivar el material.
-¿Una tesis? ¿Sobre qué? -David sonrió-. ¿Sobre las ideas de un discípulo de Linneo relativas al origen y significado de la vida?
-Por ejemplo, eso -contestó Annika-. Pero la colección de cartas podría servir también de base para una investigación sociológica relativa a la imagen de la mujer en el siglo XVIII.
David, hasta entonces un poco adormilado, se despabiló. ¡Ahora podían iniciar una discusión, y eso le gustaba!
-¿A qué te refieres?
-Bueno, tanto las cartas de Andreas como las de su hermana Magdalena a Emilie reflejan claramente la poca importancia de la mujer en aquella época, y su inmensa responsabilidad. ¡Y nadie veía eso absurdo! Una persona con tanta carga y responsabilidad debería, al menos, poder decir su opinión al respecto. Cuando pienso en esa situación, me pongo frenética.
-¿Responsabilidad? ¿Poca importancia de la mujer? -comentó David pensativo-. Yo creo, más bien, que las cartas de Andreas tratan fundamentalmente de sus profundas ideas sobre la vida.
-¡Exacto! ¡Así es! -dijo Annika, molesta-. Andreas se sentaba, escribía y filosofaba; pero, al parecer, no sabía a quién comunicar su sabiduría. Por eso se la enviaba a Emilie y le pedía que cargase ella con la responsabilidad de transmitirla íntegramente a la posteridad. "Los tiempos no están maduros todavía", y toda esa palabrería...
-¿Palabrería? ¡Realmente, aquella época no estaba madura para entender el pensamiento de Andreas, Annika!
-¿Y por qué no intentó Andreas influir en sus contemporáneos? Es poco realista apostar por un futuro del que no se sabe nada. ¡Me gustaría saber cuándo estarán los tiempos maduros para tanta sabiduría! Y luego, se viene a casa con una estatua que todos consideran muy peligrosa y de la que nadie quiere ocuparse. Nadie quiere saber nada de ella, ¡y otra vez asume Emilie la responsabilidad! ¡Cosa inaudita en unos tiempos con tantas supersticiones! Y, luego, está lo del hijo... Un hijo del que tiene que responsabilizarse ella sola, pues él no debe ser molestado -dijo con ironía-. Él tiene que viajar por el ancho mundo. Para colmo, Emilie ha de ocuparse de su viejo padre, abrumado por sus remordimientos, e intentar hacerle menos amargos los últimos días de su vida.
Annika no pudo seguir sentada. Era algo injusto, pero, por desgracia, bastante común. A la misma Annika, si hubiera vivido en el siglo XVIII, le habría pasado lo mismo. Podría haber caído en la situación de Emilie. Estaba convencida de ello, ya que advertía en sí misma esa predisposición a ofrecer su vida si alguien la necesitaba. ¡Probablemente, alentaban todavía en su interior los fantasmas de las viejas generaciones de mujeres! ¡A pesar de todo, a pesar de que los tiempos habían cambiado!
Estaba tan excitada que recorría la habitación cambiando de lugar las cosas sin ningún motivo.
David la miró, sonriente.
-Es cierto -dijo en tono provocador-. Si se leen así las cartas, se podría hacer una tesis sobre el típico papel de la mujer.
Annika explotó:
-¿El típico papel de la mujer? ¡Lo dices así para molestarme!
-¡No! No debes interpretarlo así.
-¡Lo has dicho con esa intención! Es una expresión odiosa. Además, a menudo se utiliza erróneamente, creo yo. No siempre se trata de papeles específicos de la mujer. Y no fue un papel específico de su sexo el que Emilie asumió cuando cargó con tanta responsabilidad. Lo hizo porque tenía generosidad para hacerlo y porque era una persona con gran capacidad de amar. Su error no fue aceptar la responsabilidad, sino no reclamar un derecho equivalente. No hay que limitarse a dar; también es preciso exigir y aprender a hacerlo. Quiero decir que cuando el uno permite al otro satisfacer determinadas exigencias, se ennoblecen los dos. De lo contrario, sólo se consigue mantener tiranos y mártires.
David miró a Annika con semblante serio.
-Quizá tengas razón -dijo-. El mundo daría un gran paso adelante si todos pensaran así.
Annika se sentó. Parecía muy excitada.
-Sí, seguro -dijo-. Una puede dar todo lo que le permita su capacidad de entrega; en esto no hay límites: pero debe saber que su compañero está dispuesto a dar en la misma medida.
Esbozó una sonrisa. David le correspondió.
-Lo sorprendente es que, en mi opinión, Andreas Wiik pensó y deseó eso -dijo David.
-Tal vez lo pensó y lo deseó -admitió Annika-, pero no lo hizo.
David movió la cabeza sonriendo.
-Eso no podemos saberlo, Annika -dijo él con cautela.
-Es verdad, no podemos saberlo -aprobó Annika.
Se sonrieron el uno al otro.


Los escarabajos vuelan al atardecer, María Gripe.

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