Como Lyra era la única representante del sexo femenino que iba a bordo, porque John Faa, después de pensárselo mucho, había decidido que no viajaran mujeres, tenía un camarote para ella sola. No se trataba de un camarote grande, eso por descontado, ya que era poco más que un armario con una litera y una portilla, que de hecho es el nombre adecuado para ojo de buey. Lyra metió sus escasas pertenencias en un espacio encajonado debajo de la litera y corrió arriba muy excitada para mirar apoyada en la barandilla cómo Inglaterra iba quedándose atrás, pero se encontró con que la mayor parte del país ya había desaparecido en la niebla antes de que ella se dispusiera a contemplarlo.
Pese a todo, el envite del agua bajo sus pies, el movimiento del aire, las luces del barco que brillaban vivamente en la oscuridad, el estruendo del motor, el olor a sal, a peces y a espíritu de carbón, eran de por sí sumamente excitantes. No tardó en sumarse a todo ello una nueva sensación, en el momento en que la nave hendió el oleaje del océano Germánico. Cuando llamaron a Lyra para que bajase y tomase unos bocados de la parca cena, descubrió que tenía menos hambre de lo que pensaba y decidió que lo mejor que podía hacer era tumbarse en la litera, aunque sólo fuera por consideración hacia Pantalaimon, ya que el pobre se encontraba verdaderamente enfermo.
Así fue como empezó el viaje al Norte.
La Materia Oscura I: Luces del Norte, Philip Pullman.
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