Una mañana notaron todos que el aire olía diferente, que el barco se movía de una manera extraña, que se balanceaba con fuerza de un lado a otro en lugar de avanzar a base de ir sumergiéndose y elevándose. Lyra había subido a cubierta un minuto después de haberse despertado, y ahora se encontraba mirando ávidamente la tierra. Era una visión insólita, después de tanta agua, ya que aunque hacía pocos días que navegaban, Lyra tenía la impresión de que llevaba meses en el océano. Delante mismo del barco se erguía una montaña, flanqueada de verdor y coronada de nieve, y debajo de ella había una pequeña población con su puerto: casas de madera con tejados empinados, la aguja de una iglesia, grúas en el embarcadero y bandadas de gaviotas que llenaban el aire con su vuelo y sus graznidos. Olía a pescado, aunque ese olor se mezclaba con otros procedentes de la tierra: resina de pino, fango y un olor animal y almizcleño, además de otro, que era frío, neutro, natural y que tal vez fuera el de la nieve. Olía a Norte.
La Materia Oscura I: Luces del Norte, Philip Pullman.
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