El niño salió de la oscuridad, esperanzado y temeroso al mismo tiempo, murmurando sin cesar:
-Lyra... Lyra... Lyra...
A su espalda había otras figuras, aún más imprecisas y silenciosas que él. Parecían formar parte del mismo grupo y de la misma raza, pero sus rostros no eran visibles ni se oían sus voces. La voz del niño era un mero murmullo, y su rostro estaba en sombras y borroso, como un recuerdo casi olvidado.
-Lyra... Lyra...
¿Dónde se encontraba?
En una inmensa planicie donde no brillaba luz alguna proveniente del cielo gris plomizo, y donde una espesa bruma ocultaba el horizonte por todos los costados. El suelo era de tierra, aplastada por la presión de millones de pies, aunque esos pies pesaran menos que plumas. De modo que debía de ser el tiempo el que había comprimido la tierra, pero el tiempo permanecía inmóvil en ese lugar. Así eran las cosas. Ése era el fin de todos los lugares y el último de todos los mundos.
-Lyra...
¿Por qué se encontraba allí?
Estaban apresados. Alguien había cometido un crimen, aunque nadie sabía qué era, quién lo había cometido ni qué autoridad había juzgado a los culpables.
¿Por qué pronunciaba el niño continuamente el nombre de Lyra?
Porque no había perdido la esperanza.
¿Quiénes eran?
Fantasmas.
Y Lyra no podía tocarlos, por más que lo intentara. Sus manos se agitaban desordenadas, incesantemente, mientras el niño seguía invocando su nombre.
-Roger -dijo Lyra, pero su voz apenas era un murmullo-. Oh, Roger, ¿dónde estás? ¿Qué lugar es éste?
-Es el mundo de los muertos -respondió él-. No sé qué hacer, no sé si voy a quedarme aquí para siempre, no sé si he cometido una mala acción o qué, porque he tratado de ser bueno, pero lo odio, tengo miedo, lo odio...
Y Lyra dijo:
-Yo... conseguiré sacarte de aquí, Roger, te lo prometo. Will no tardará en venir, estoy segura.
Él no lo comprendía. Extendió sus pálidas manos y meneó la cabeza.
-No entiendo nada, pero sé que él no vendrá -replicó-, y aunque viniera no me reconocería.
-Vendrá a rescatarme -insistió ella-. Will y yo... ¡No sé cómo, Roger, pero te juro que te ayudaremos! No olvides que hay otros seres de nuestra parte. Contamos con Serafina y Iorek, y te aseguro que vendrán, en serio.
-Pero, ¿dónde estás, Lyra?
Ella no podía responder a aquella pregunta.
-Creo que estoy soñando, Roger -fue cuanto atinó a decir.
Ella vio detrás del niño más fantasmas, docenas, centenas de fantasmas, que los observaban sin perderles ni una palabra.
-¿Y esa mujer? -preguntó Roger-. Espero que no haya muerto. Espero que se mantenga con vida durante tanto tiempo como sesa posible. Porque si aparece por aquí, no habrá lugar donde ocultarnos, se apoderará de nosotros para siempre. Es lo único bueno que tiene el hecho de estar muerto: que ella no lo está. Aunque ya sé que un día morirá...
Lyra lo miró alarmada.
-Creo que estoy soñando, y no sé dónde está esa mujer -dijo Lyra-. Está cerca, y no puedo despertarme, no la veo... Creo que está cerca... me ha hecho daño...
-¡No temas, Lyra! Si tú también tienes miedo, me volveré loco...
Ambos intentaron abrazarse con fuerza, peor sus brazos sólo estrecharon el aire. Lyra trató de expresar lo que pretendía decir:
-Lo único que deseo es despertarme... Tengo miedo de quedarme dormida para siempre y morirme. ¡Quiero despertar! ¡Quiero estar viva y despierta aunque sólo sea una hora! No sé si esto es real o no, ni siquiera... Pero yo te ayudaré, Roger. ¡Te lo juro!
-Pero si estás soñando, Lyra, cuando despiertes quizá no lo creas. Eso es lo que me ocurriría a mí, creería que se trataba de un sueño.
-¡No! -protestó Lyra, furiosa, y descargó una patada en el suelo con tal violencia que el pie le dolió aunque estaba dormido.
-Tú no crees que yo haría eso, Roger, así que no lo digas. Conseguiré despertarme, y no lo olvidaré, te lo aseguro.
Lyra miró alrededor, pero sólo vio unos ojos desmesuradamente abiertos y unos rostros angustiados, pálidos, morenos, viejos, jóvenes, todos los muertos que se agolpaban allí, en silencio y consternados.
El rostro de Roger mostraba una expresión distinta, confiada.
-¿Por qué tienes esa cara? -preguntó Lyra-. ¿Por qué no estás angustiado como ellos? ¿Por qué no has perdido la esperanza?
-Porque tú eres Lyra.
De pronto la niña recordó lo que significaba. Se sintió mareada, incluso en sueños; tenía la sensación de llevar un pesado fardo sobre sus hombros. Y para acabar de complicar las cosas, notó que volvía a sumirse en un profundo sueño y que el rostro de Roger se desvanecía en la sombra.
-Bueno, yo... sé que hay mucha gente de nuestro lado, como la doctora Malone... Roger, ¿sabías que existe otro Oxford como el nuestro? Yo... la encontré en... Ella nos habría ayudado... Pero en realidad sólo existe una persona que...
Le resultaba casi imposible ver al niño, y sus pensamientos divagaban y se alejaban como ovejas por un prado.
-Pero podemos fiarnos de él, Roger -añadió Lyra con un último esfuerzo-, porque es Will.
La Materia Oscura III: el Catalejo Lacado, Philip Pullman.
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