Que no, mamá, que no me contradigo. (Pero, ¿qué sabrás tú?, ¡habráse visto valor!). Ya lo sé que está de tu parte la experiencia (pues no faltaba más), como que te has pasado la vida cuidando ciegos. No, lo mío no es descaro; una pizca de sarcasmo, si acaso, y porque tú me das pie. De acuerdo, guapa, no nos peleemos (eres tú quien me busca las vueltas, eso debías reconocerlo), pero entonces no pretendas teledirigirme. Reconoce que no hay modo; nuestros voltajes son distintos y no digamos nuestras longitudes de onda respectivas. Jamás he dicho que seas subnormal (normalita es lo que eres y raspando, raspando), eres injusta con tu hija. Concedido que mis hermanos son distintos, ¿lo ves?, ¡si estoy dispuesta a darte la razón en casi todo! ¿Ese casi? ¡Hombre, no querrás... ! (te crees infalible, por lo visto). ¿Que a los padres hay que darles la razón aunque no la tengan? No me digas que es tu tesis porque me muero de risa. No, no compares, por favor; tú a la abuela, claro, lo comprendo; pero no es lo mismo; tu madre fue una superclase, no me extraña en absoluto, así que no extrapoles. No, mamá, no empleo palabras pretendidamente cultas, no intento ser pedante (¿pero qué culpa tengo yo de que tu vocabulario sea tan pobre?). Conforme, volvamos al principio. A Luis no lo entendéis. No, no creo que sea más lista que vosotros (¿lo ves cómo eres tú, querida, quien sale por la tangente?), es sólo el factor generacional, así de sencillo. Estás equivocada, yo no soy pretenciosa, eso es un hecho. Sí, con mucho gusto te lo explico, ¿por qué no? Tal como están las cosas, hoy en día, el hecho de ser joven une más que cualquier otro factor, clase social, lazos de sangre o pertenecer al mismo sexo. Hay más solidaridad entre los jóvenes entre sí, que de éstos con sus mayores, entérate, mujer. ¿Has dicho promiscuidad? Dime a qué te refieres, por favor (te va a costar trabajo explicar a tu hija todo lo que estás insinuando, aunque te entiendo, ¡maldita sea!). De manera que ahora somos hombre y mujer, no primos meramente, no ese par de criaturas; pero ¿se puede saber en qué quedamos? Además te contradices, ¿no eres capaz de darte cuenta? Si en tu opinión yo trato a Luis como si fuera un estropajo, si soy mandona, intemperante, maleducada y áspera, ¿de dónde sacas que le miro como a un hombre? ¡Promiscuidad! No lo dirás por... No, no seguiré, no te preocupes, pero tú olvídalo, ¿estamos? Y ahora déjame. Necesito descansar.
Una noche, un puñal, José Luis Martín Vigil.
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