Me parece que cada día te gusta más arrebatarme la sonrisa. Verte hora tras hora recriminándome mis defectos, aludiendo a virtudes que brillan por su ausencia en mi persona, adquiriendo esa pose cínicamente seria que tomas para todo aquel asunto relacionado con alguien a quien consideras de rango inferior... todo esto y mucho más me saca de quicio.
A base de insultos, palos y humillaciones; a base de veneno, frialdad y desprecio; a base de soledad e inquietud; a base de todo tu armamento más o menos poderoso me intentaste derrotar poco a poco. Y yo, inmadura y estúpida niña pequeña, me fui dejando llevar por la cólera sin darme cuenta de que con eso sólo conseguía cederte terreno y quedarme cada vez más atrapada en un campo de lucha libre cuyas paredes se iban cerrando en torno a mí, dejándome frente a tu imponente figura autoritaria sin vía de salida posible.
Pero ahora he crecido, ¿sabes? Y tengo que seguir creciendo todavía. Te dolerá admitirlo, pero incluso personas en las que has depositado toda tu confianza hablan ya de mi carácter y de mi postura frente a la vida en general y a ti en particular. Y te querrías arrancar el pellejo y gritar de rabia, ¿no es cierto?
Y es que hay cosas, como dicen por ahí, que se guardan para toda la vida. Que sepas que esto va a estar bien cuidado de los contratiempos que surjan con los años, puesto que es algo que se mantendrá encerrado en una caja blindada dentro de mi alma a la que muy pocos tendrán acceso.
Saludos desde la oscuridad, asqueroso dictador. Que sepas que, por mucha mierda que me eches encima, yo me la sacudiré y me levantaré a seguir peleando contigo hasta que admitas, por fin, que me entrenaste bien.
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