miércoles, 13 de marzo de 2013

Somos cruelmente sinceros y sinceramente crueles.

Nos arrebatamos la felicidad unos a otros como si de un juguete se tratase. Intentamos engañarnos a nosotros mismos pensando que es algo justo, que estamos en nuestro total derecho de sentir esa vanidad corrupta que se adueña de nuestros intestinos y nos hace repudiar a quien antes habíamos amado o nos amaba e, incluso, sigue haciéndolo. Hay quien, también, evita esos pensamientos oscuros que, sin embargo, pueblan sus pesadillas con dolorosa frialdad y le hacen sudar y retorcerse sin saber qué hacer.
Seamos como seamos, somos monstruos. Imperdonables, malvados y retorcidos monstruos.
Sin embargo, esto también forma parte de la naturaleza humana. ¿Acaso se puede ser perfecto sin perder la humanidad?

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