martes, 4 de marzo de 2014

Algo me dice que a Dickens le agradaba Shakespeare.

¡Oh, fría, fría, rígida, terrible muerte: erige aquí tu altar y revístelo con todos los horrores de que dispongas, porque éste es tu dominio! Sin embargo, de la cabeza amada, digna de respeto y veneración, no podrás tocar ni un solo cabello para tus espantosos fines, ni podrás hacer odiosos sus rasgos. Y no es que ahora la mano esté inerte y caiga al ser abandonada, ni que el corazón y el pulso estén inmóviles; sino que la mano fue noble, generosa y leal; y el corazón, valeroso, cálido y tierno; y el pulso, viril. ¡Hiere, sombra, hiere! ¡Y contempla cómo sus buenas acciones brotan de la herida para sembrar el mundo de vida inmortal!

Charles Dickens, Canción de Navidad

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