Yo estoy hecha de bruma y tú de roca. Te alejas de mi mundo lenta pero inexorablemente. Cada vez distingo menos esas formas antaño fuertes y sólidas; o mis ojos me engañan, o la verdad es muy distinta a lo que yo querría que fuese.
La marea sube y devora los enormes castillos de arena que con tanta minuciosidad había construido en mis ratos libres, esos momentos en los que creía que no tenía otra cosa por la que preocuparme.
Las nieblas me rodean, maquiavélicas, y van llenando de retoques góticos las letras finales de esta historia. Ellas son las que ponen la última nota a mi réquiem lacrimógeno, y me entierran junto a sus correspondientes partituras en una caja de caoba sin lápida ni símbolo. Encima se plantará un árbol que no crecerá. Todo está visto.
Esta pobre Simona no tiene filósofo que la quiera. La revolucionaria no tiene nada que hacer contra la barrera sólida de los firmes principios, la voluntad de piedra y la cabeza sobre los hombros. La historia se repite a medias, porque uno de los papeles lo interpreta quien no debería.
Yo estoy hecha de bruma y tú de roca. Yo soy la hechicera Morgana y tú el leal Lanzarote, amante de la reina, fiel amigo del rey y adorado por todos. Yo soy la rebelde Lilith y tú el noble Adán, que cumple con su cometido mientras aquélla huye y siembra el mal en el mundo. Yo soy una triste Simona y tú... un poderoso emperador.
B.
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