Hace poco publiqué una entrada con un vídeo de Woodkid. El protagonista de ese vídeo, por si no lo visteis, es un niño que pretende escapar de algo malo, algo que va detrás de él. Por tanto, debe correr. Durante la carrera es perseguido por cuervos, tropieza y cae, pero unos monstruos que salen de la tierra corren hacia él y lo ayudan a levantarse y seguir corriendo, mientras lo escoltan en su viaje. Además, le dan una espada y un casco de vikingo. De esta forma el niño puede alcanzar su felicidad llegando al final de todo, después de haber corrido kilómetros y kilómetros.
Me encanta ese vídeo. Me gustaría poder hacer como ese niño, y tener unos monstruos que estuviesen a mi lado para cogerme si me caigo y darme un disfraz de vikingo. Sería ideal poder escapar de nuestros problemas a base de una larga carrera, disfrazados de guerreros y escoltados por enormes criaturas que nos cogiesen si nos caemos.
Pero la vida no es así. Y cuando nuestro problema somos nosotros mismos, no se puede correr tan fácilmente para escapar. Ahí la espada y el escudo tienen que servir para batallar, y el problema de vencernos a nosotros mismos es que nuestro yo interior muere, o al menos una parte de él.
¿Cómo, entonces, ser ese niño que corre en el día a día?
¿Cómo, entonces, ser ese niño que corre en el día a día?
¿Será que no se puede? ¿Habrá que estar en guerra constante durante toda la vida para salvarnos a nosotros mismos de, irónicamente, nosotros mismos?
Yo no sé cómo se les sonríe a los problemas. Al fin y al cabo, son problemas, y son malos. No se les puede sonreír.
Tampoco sabría cómo fabricarme una espada y un escudo vikingos, porque desde luego los monstruos no van a venir a dármelos, y menos a escoltarme en mi carrera. Tendré que correr sola, con ropa de algodón y con los cuervos picoteándome la cabeza.
No sé cómo se saluda al sol cada mañana, porque siempre me levanto pensando en las cosas que DEBO o que QUIERO hacer. Nunca en lo que necesito. Transformo la vida en un constante querer y no poder, en un deber y no querer. No sé lidiar con los sentimientos, y menos con las personas que los provocan.
Irónico: quiero ser una Simona del nuevo siglo y lo único que consigo es arrastrarme detrás del primer alma firme que me desbarata un poco los esquemas. Si la Simona original me viese, agacharía la cabeza y admitiría por lo bajo que soy un fracaso. Fracasé como tigre, como mujer, como parte de la juventud y como ser racional. La verdad es que doy bastante pena.
Sólo sé esconderme. Y caer en picado. Lo segundo antes que lo primero, por supuesto.
¡Quién fuera como ese niño que corre y tiene una espada! Su casco con cuernos me vendría bien para defenderme de estos cuervos tan pesados...
B.
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