sábado, 31 de agosto de 2013

Estaba en la playa con su padre, y él le pidió que probara si la temperatura del agua era buena. Ella tenía cinco años, y se entusiasmó de poder ayudar; fue hasta la orilla y se mojó los pies.
-Metí los pies, está fría -le dijo.
El padre la cogió en brazos, fue con ella hasta la orilla del mar y sin ningún aviso la tiró dentro del agua. Ella se asustó, pero después se divirtió con la broma. 
-¿Cómo está el agua? -preguntó el padre.
-Está buena -respondió.
-Entonces, de aquí en adelante, cuando quieras saber alguna cosa, zambúllete en ella.

Paulo Coelho, Brida

viernes, 30 de agosto de 2013

Autoreproche.

Siempre creí que en el fondo mamá no estaba enamorada de papá. Nunca supe cómo ni por qué, pero algo en mi genética me decía que los dos ADNs que se habían unido para crearme como ser único en el mundo nunca habían pretendido encontrarse ni quererse, ni habían llegado a hacerlo. Seguramente fui el mero fruto de una relación que existió entre dos almas rotas, hartas de que el azar las usara de dados en un juego que ni siquiera conocían pero que regía sus vidas diarias sin compasión ni clemencia. El único lazo que unió a mis padres fue el conyugal; nada más, nada menos. Aunque creo que para ellos siempre ha pesado más esa falta de algo superior, algo que les colmase. Si bien es cierto que tanto mi hermano como yo hemos sido objeto de la devoción de ambos y que aún, tras más de veinte años, siguen conviviendo bajo el mismo techo, estoy segura de que no es la cara del otro la que cada uno desea ver cada mañana al despertar, legañosa y soñolienta, junto a la suya; que no es a esa otra persona a la que desea prepararle el café ni recoger del trabajo ninguno de ellos.
Cuando iba al colegio, las pocas veces que lograba ver a los padres de Andrés -pilotos de avión; siempre juntos- me preguntaba por qué los míos no eran como ellos. Era sólo curiosidad; debajo de esa cuestión existencial no había ningún sentimiento velado de tristeza o pesadumbre. Me preguntaba qué era lo que hacía que ciertos grupos de personas aparentemente iguales estuviesen tan unidos, como en el caso de los señores Vázquez Santos, o tan separados, como mis padres, Juan José Suárez y Gloria Fernández.
No hace mucho averigüé que siempre hubo otro hombre en la vida de mi madre, y es posible que aún siga ahí, en el fondo de su corazón; un recuerdo borroso y desgastado con los años pero que no ha perdido del todo su esencia, pues todo en esta vida se deteriora y destiñe. Y al igual que la vida de mi madre quiere aún ser colmada por otro hombre, la vida de ese hombre ha estado siempre pintada con los colores del alma de otra mujer. Una tal Laura apellidada Martín o Martínez. El caso es que mi madre, la pobre Gloria, siempre estuvo a la sombra de esa otra fémina, en una especie de competición por ganarse de premio la atención del hombre de sus vidas.
Lo cierto es que esta forma tan competitiva de intentar conseguir el amor -esa conjunción pura y perfecta entre dos personas- me pareció una horterada del tipo de las telenovelas venezolanas. Sin embargo, no descarto la posibilidad de que sea este punto de vista tan pasivo de la vida el que me ha hecho llegar a este estadio, encerrada en el piso de la tía Remedios -que se encuentra ahora mismo en la cocina, haciendo honor a su nombre mientras se prepara una tila y lee un libro de naturalismo-, con la mitad de mi carrera por delante y más sola que la una, acompañada en mi día a día tan sólo por un puñado de libros, recortes, infusiones de la tía y dos gatos siameses con nombres chinos. A veces me pregunto qué es lo que he hecho con mi vida, y no me doy respuesta por miedo a que ésta sea un bofetón en la mandíbula. Por tonta y por egoísta, Alejandra Suárez Fernández. Por dejar que la juventud te vaya pasando de largo sin siquiera molestarte en saludarla.

Bruma, relato surgido de la nada.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Curiosa reflexión por parte de nuestro querido Watson.

Una anomalía en el carácter de mi amigo Sherlock Holmes que siempre me sorprendió era que, a pesar de que en su razonamiento se mostraba el más preciso y metódico de los mortales y vestía con cierto remilgo, en cuanto a sus hábitos personales era uno de los hombres más desordenados del mundo, capaz de volver loco a cualquiera que compartiera con él su casa. Y no es que yo sea demasiado convencional a ese respecto, pues mi desorganizado trabajo en Afganistán, unido a una tendencia natural por lo bohemio, han hecho de mí un ser bastante más descuidado de lo que corresponde a alguien que ejerce la Medicina. Pero yo tengo un límite, y, cuando tropiezo con una persona que guarda los puros en el cubo del carbón, el tabaco en las babuchas persas y clava la correspondencia sin contestar con un cuchillo en la repisa de madera de la chimenea, comienzo a darme ciertos aires. Siempre he mantenido, además, que practicar con el revólver debía ser, claramente, un deporte exterior; de modo que, cuando Holmes, en uno de sus extraños estados de humor, se sentaba en una butaca, empuñaba su revólver y con un centenar de cartuchos Boxer se dedicaba a agujerear la pared de enfrente con un patriótico V. R. a modo de decoración, no podía menos de pensar que ni la atmósfera ni el aspecto de nuestro cuarto salían beneficiados.

Arthur Conan Doyle, Las memorias de Sherlock Holmes

martes, 27 de agosto de 2013

He aquí una rara salida de mi personalidad.

Escuché esta canción por casualidad y se ha hecho especial en mi memoria. En este espacio de Internet suelo publicar otros géneros musicales -preferiblemente celta- y puede que por ello se me haya asignado la etiqueta de mística fanática de los libros de fantasía, cosa que no voy a desmentir pero que sin embargo me dispongo a matizar. Esta canción me transmite algo de lo que no me puedo desprender por mucho que me meta en mis libros: la juventud y su consiguiente locura, ese deseo irrefrenable de vivir todas las emociones de una vez, de sentir cien sabores y sonidos, mil tactos de pieles distintas y mil y un olores de todo lo que nos rodea; esas ganas de saltar y gritar cuando la euforia se nos lleva por delante o ese observar callado de las lágrimas cuando el mundo nos deja atrás sin mirarnos siquiera por el hombro.
Todo lo que sienten nuestros músculos fuertes, nuestras pieles suaves, nuestras bocas sonrientes de esperanza, nuestros ojos vivos y nuestros cabellos al viento es lo que me hace llegar el característico tono de esa canción que he compartido en un principio camuflada con palabras, como suelo hacer. Y he aquí la traducción, no sé si porque en español me suenan bonitas las palabras o por meras ganas de practicar aquello a lo que me quiero dedicar; como expresa la canción, vivo atrapada en un sueño.

B.

Sintiendo mi camino a través de la oscuridad
Guiado por un corazón latente
No sé dónde acabará el viaje
Pero sí sé dónde empieza

Me dicen que soy demasiado joven para comprender
Y que estoy atrapado en un sueño
Bueno, la vida me pasará de largo
Si no abro antes los ojos
Y por mí, está bien

Así que despiértame cuando todo acabe
Cuando sea más sabio y más viejo
Todo este tiempo me he estado buscando a mí mismo
Sin saber que estaba perdido

Intenté cargar el peso del mundo
Pero sólo tengo dos manos
Espero tener la oportunidad de viajar por el mundo
Pero no tengo ningún plan

Espero poder mantenerme siempre así de joven
Sin miedo de cerrar los ojos
La vida es un juego hecho a medida de todos
Y el amor un premio

Así que despiértame cuando todo acabe
Cuando sea más sabio y más viejo
Todo este tiempo me he estado buscando a mí mismo
Sin saber que estaba perdido

Avicii ft. Aloe Blacc, Wake Me Up
Nada me hace más feliz que ver a mi madre conducir y mover la cabeza al compás de esta canción, a la vez que sus labios esbozan lo que viene siendo un vano intento de rememorar sus años de estudio del inglés, ya ajados y descoloridos por el tiempo.
¿Quién dudaba de la energía interna de nuestros progenitores? A veces es como si cuestionásemos que han tenido una juventud y unos años locos, como se suele decir.



Gracias, mamá, por demostrar que la edad no es un factor que determine las cosas que nos van a hacer felices.

B.

domingo, 25 de agosto de 2013

Una mágica musa nacida en un mundo de androides.

Su música es mi guía, el talismán que me ayuda a pasar el día a día imaginando un mundo que me rodea en el que no haya hipocresía y todas las criaturas sean libres de vivir como deseen. Siento que esta canadiense está a tan sólo un palmo de distancia de mí porque nos unen nuestros sueños, el amor incondicional por las historias y las ganas imperecederas de perdernos en bibliotecas y archivos en busca de todo aquello que tengan que contar las voces del pasado. Ella consigue, gracias a su música, hacernos llegar las palabras susurradas en todos los idiomas de todas las épocas, sintiendo las melodías en la totalidad de sus arterias y sonriendo al ver que no está sola, pues hay una silenciosa multitud formando público disperso por el mundo, siempre atento a lo que su música tenga que decir esta vez.
Desde la brumosa selva de Oriente le doy las gracias a lady McKennitt por ser quien es y por demostrar que por muy lejos e intangible que sintamos materialmente a una persona, puede estar más cerca de nuestro corazón de lo que esperamos.

Con cariño y apoyo incondicional,
B.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Crueles ironías del destino.

En la penumbra de poco antes del amanecer, los hermanos de Fulda descendían por la escalera y andaban serenamente por los corredores de la iglesia, con sus túnicas grises que se fundían con la oscuridad. El murmullo de sus sandalias de cuero en el suelo era el único ruido que alteraba el profundo silencio; ni siquiera las alondras se habían despertado. Los hermanos entraban en el coro y, con la seguridad de la costumbre, ocupaban sus posiciones para la celebración de la vigilia.
El hermano Juan Ánglico se arrodilloó junto a los otros y desplazó las rodillas con pequeños movimientos inconscientes hasta encontrar el sitio más cómodo en el suelo de tierra.
Domine labia mea aperies... Empezaron con un versículo y pasaron al tercer salmo siguiendo el orden establecido por san Benito en su regla sagrada.
A Juan Ánglico le gustaba el primer oficio del día. La ceremonia, que seguía unas pautas inmutables, dejaba libre su imaginación para vagabundear mientras los labios formaban las palabras habituales. Varios hermanos ya empezaban a cabecear, pero Juan Ánglico se sentía maravillosamente despierto, con todos sus sentidos despiertos y atentos a aquel pequeño mundo iluminado por velas y limitado por la solidez reconfortante de los muros.
El sentimiento de pertenencia, de comunidad, era especialmente fuerte a aquella hora de la noche. Los contrastes más nítidos de la luz diurna, tan apta para exponer las personalidades individuales, los gustos y disgustos, las lealtades y riñas, se fundían en las sombras con el sonido resonante de las voces de los hermanos, cuya melodía no terminaba de alterar el silencio del aire nocturno.
Te Deum laudamus... Juan Ánglico cantaba el Aleluya con los otros y sus cabezas inclinadas y tonsuradas eran tan indistinguibles como semillas en un surco.
Pero Juan Ánglico no era como los otros. Juan Ánglico no pertenecía por derecho a aquella selecta renombrada hermandad. No por ningún defecto de su inteligencia o su carácter, sino por un accidente del destino o de un Dios cruel e indiferente que había puesto a Juan Ánglico irrevocablemente aparte. Juan Ánglico no pertenecía por derecho a la hermandad de Fulda porque Juan Ánglico, nacido Juana de Ingelheim, era una mujer.

Donna W. Cross, La papisa

domingo, 4 de agosto de 2013

Tras mi última reverencia ante un público ciego y sordo reaparezco, soltiaria, desde las mismas tinieblas del abismo. Contraataco contra toda nueva esperanza que pueda surgir ante el retorno de esta reina que se ha vuelto malvada, dejándome llevar por los huéspedes de un valle lleno de miedo y terror del que no dejaré escapar a nadie.
Sigo en pie y me aventuro en una selva llena de criaturas extrañamente hermosas que desprenden una magia negra y pegajosa que se impregna en mi piel y hace más difícil mi camino. Pero yo conozco un truco para pasar entre todos esos encantamientos oscuros: realizar un hechizo imposible que me lleve más adentro de este lugar salvaje en el que todo tiene dos caras, todo es bipolar; nada se completa.
Me transformo en alquimista y convierto mi propio odio en oro que voy regalando a los primeros sin nombre que pasan ante mí. Pierdo mi amuleto de una suerte que derrama lágrimas de esmeralda en mi camino y me transformo en la heorína perdida con el brazo en cabestrillo de aquellos cuyos sueños ya están rotos o a punto de quebrarse.
Me enfrento a la serpiente más grande de todo el Amazonas, que se encuentra esta noche envuelto en la niebla más densa que se haya visto nunca. En un mes de septiembre perdido en los anales de la historia, a la medianoche, aparece en la bruma el fantasma del tiempo, que viene a recordarme que mi hora se acerca y he de subir al tren sin retorno que me llevará lo más lejos que ningún mortal ha viajado nunca.
Temo más a la sabiduría que al propio miedo, pues ésta me hace ver las cosas más allá, y en esa distancia se encuentra todo el horror del mundo. El viento me bautizó con su infeliz alfabeto cifrado como mitad ángel y mitad demonio, para que dentro de mí existiese una guerra eterna entre los dos polos opuestos de un mismo ser salvaje.
Soy una enorme biblioteca a punto de ser quemada, un faro de Alejandría cuya luz está extinguida para siempre, un portal a mundos lejanos que acaba de ser sellado con cemento, una catedral en la que se realizan cultos al diablo; soy una huésped en casa extraña.
Soy un ser etéreo que juega a cazar bellas doncellas en la nieve, que se sumerje en mareas desconocidas y finge que ve en la oscuridad; soy un lobo hambriento que intenta dominarse a sí mismo dentro del cuerpo humano, porque estoy maldita, soy un error.
Soy la reina de un páramo sin retorno en el que todos los elementos se mezclan y se transforman, donde la realidad se disloca y la razón se pierde.
Soy un ser extraño, y creo que ni yo misma me entiendo.

B.