miércoles, 28 de agosto de 2013

Curiosa reflexión por parte de nuestro querido Watson.

Una anomalía en el carácter de mi amigo Sherlock Holmes que siempre me sorprendió era que, a pesar de que en su razonamiento se mostraba el más preciso y metódico de los mortales y vestía con cierto remilgo, en cuanto a sus hábitos personales era uno de los hombres más desordenados del mundo, capaz de volver loco a cualquiera que compartiera con él su casa. Y no es que yo sea demasiado convencional a ese respecto, pues mi desorganizado trabajo en Afganistán, unido a una tendencia natural por lo bohemio, han hecho de mí un ser bastante más descuidado de lo que corresponde a alguien que ejerce la Medicina. Pero yo tengo un límite, y, cuando tropiezo con una persona que guarda los puros en el cubo del carbón, el tabaco en las babuchas persas y clava la correspondencia sin contestar con un cuchillo en la repisa de madera de la chimenea, comienzo a darme ciertos aires. Siempre he mantenido, además, que practicar con el revólver debía ser, claramente, un deporte exterior; de modo que, cuando Holmes, en uno de sus extraños estados de humor, se sentaba en una butaca, empuñaba su revólver y con un centenar de cartuchos Boxer se dedicaba a agujerear la pared de enfrente con un patriótico V. R. a modo de decoración, no podía menos de pensar que ni la atmósfera ni el aspecto de nuestro cuarto salían beneficiados.

Arthur Conan Doyle, Las memorias de Sherlock Holmes

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