Tras mi última reverencia ante un público ciego y sordo reaparezco, soltiaria, desde las mismas tinieblas del abismo. Contraataco contra toda nueva esperanza que pueda surgir ante el retorno de esta reina que se ha vuelto malvada, dejándome llevar por los huéspedes de un valle lleno de miedo y terror del que no dejaré escapar a nadie.

Me enfrento a la serpiente más grande de todo el Amazonas, que se encuentra esta noche envuelto en la niebla más densa que se haya visto nunca. En un mes de septiembre perdido en los anales de la historia, a la medianoche, aparece en la bruma el fantasma del tiempo, que viene a recordarme que mi hora se acerca y he de subir al tren sin retorno que me llevará lo más lejos que ningún mortal ha viajado nunca.
Temo más a la sabiduría que al propio miedo, pues ésta me hace ver las cosas más allá, y en esa distancia se encuentra todo el horror del mundo. El viento me bautizó con su infeliz alfabeto cifrado como mitad ángel y mitad demonio, para que dentro de mí existiese una guerra eterna entre los dos polos opuestos de un mismo ser salvaje.
Soy una enorme biblioteca a punto de ser quemada, un faro de Alejandría cuya luz está extinguida para siempre, un portal a mundos lejanos que acaba de ser sellado con cemento, una catedral en la que se realizan cultos al diablo; soy una huésped en casa extraña.
Soy un ser etéreo que juega a cazar bellas doncellas en la nieve, que se sumerje en mareas desconocidas y finge que ve en la oscuridad; soy un lobo hambriento que intenta dominarse a sí mismo dentro del cuerpo humano, porque estoy maldita, soy un error.
Soy la reina de un páramo sin retorno en el que todos los elementos se mezclan y se transforman, donde la realidad se disloca y la razón se pierde.
Soy un ser extraño, y creo que ni yo misma me entiendo.
B.
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