miércoles, 16 de julio de 2014

La muerte de la vida.

El hombre, decían, ha de afrontar la realidad. ¡Ha de afrontar el Aquí y el Ahora! Todo lo demás tiene que desaparecer. ¡Las hermosas mentiras literarias, las ilusiones de la fantasía, han de ser derribadas en pleno vuelo! Y las alinearon contra la pared de una biblioteca un domingo por la mañana, hace treinta años. Alinearon a Santa Claus, y al Jinete sin Cabeza, y a Blanca Nieves y Pulgarcito, y a Mi Madre la Oca..., oh, ¡qué lamentos!, y quemaron los castillos de papel y los sapos encantados y a los viejos reyes, y a todos los que "fueron eternamente felices", pues estaba demostrado que nadie fue eternamente feliz, y el "había una vez" se convirtió en "no hay más". Y las cenizas del fantasma de Rickshaw se confundieron con los escombros del país de Oz, e hicieron unos paquetes con los huesos de Ozma y Glinda la Buena, y destrozaron a Policromo en un espectroscopio y sirvieron a Jack Cabeza de Calabaza con un poco de merengue en el baile de los biólogos. La Bella Durmiente despertó con el beso de un hombre de ciencia y expiró con el fatal pinchazo de su jeringa. Hicieron que Alicia bebiera algo de una botella que la devolvió a un tamaño donde no podía seguir gritando "más curioso y más curioso" y rompieron el Espejo de un martillazo y acabaron con el Rey Rojo y la Ostra.

Ray Bradbury, Crónicas marcianas

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