Alejandra se ha metido en nuestras vidas. Es inútil que tratemos de alejarla. Todos y cada uno de nosotros la llevamos dentro. Pero en cada uno de nosotros, Alejandra es diferente y nada tiene que ver ya con la muchacha que compartió un tiempo de nuestra existencia. De aquélla nos quedan su risa y sus canciones, un mohín gracioso y el movimiento ondulante de su cintura bajo los focos de la discoteca. Azul y rojo en flases que se pierden. Alejandra se desdibuja. Se desdibuja y crece el misterio de esa niña distante y ajena. Puedo verla de espaldas en el primer pupitre, atenta y silenciosa. Puedo verla caminando sola entre los árboles aquella noche, junto al río... Oír su voz recitando a Neruda en medio de nuestro silencio sorprendido.
Alejandra, Lola Gándara.
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