Y aquí estoy yo, ocupándome de mis asuntos sola, fingiendo ser quien no soy con un maquillaje que me provoca ronchas en la piel y unos zapatos demasiado pequeños que me impiden casi caminar. Echando de menos al alma gemela que un día se fue y no regresó, así es como paso los días en los que, aunque fuera brille el sol, dentro de mi alma diluvia sin cesar y mi corazón se ahoga cual Noé expulsado de su arca. Día a día soy don Quijote presentando batalla a unos molinos inamovibles y sólidos, creyendo en mi culta locura que se trata de gigantes legendarios. Alzo la vista hacia el cielo y me pregunto a cuánto quedará el reino de la felicidad, ése del que todos hablan y muy pocos saben.
Pero vuelvo a posar los ojos en el suelo, en este miserable mundo que nos ha tocado habitar, y me desengaño con una sonrisa sardónica. Lo que hay que hacer es luchar, pasar por encima de toda esta porquería, hacer a un lado los montones de mugre que nos arrojan cada día los que se creen superiores y aguantarnos las lágrimas como si al derramarlas nos fuésemos a deshidratar.
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