viernes, 21 de junio de 2013

Buenas noches, alma gemela.

Ahí estás como cualquier otra noche, altiva y orgullosa, vigilando el mundo de los mortales que te ha tocado velar hasta quién sabe cuándo. Pareces un hermoso diamante surgido en una mina de sucio carbón, una joya de la más inmaculada plata en un firmamento de petróleo.
Y es así: para una vez que me digno a contemplarte, no hay estrellas que te rodeen y hagan de damas de honor. Sólo te veo a ti, la reina del cielo nocturno, con tu pura belleza de astro refulgente en la oscuridad.
Nos encontramos cara a cara después de mucho tiempo, vieja amiga. Me parece que hasta estás más elegante: es como si te hubieses vestido de novia para esta ocasión en la que, por un casual y otro, mis ojos han ido a parar a tus facciones difuminadas por la distancia.
He de confesar que me das envidia insana, querida Luna. Todas las noches hay lobos aullando a tu belleza, como si no existiese nada más capaz de llamar su atención. ¿Cómo lo haces? ¿Cuál es tu secreto? Realmente, tú y yo no somos tan distintas: ambas nos movemos lentamente dentro de un entorno que avanza a su manera y sin consultar, y no tenemos más remedio que conformarnos con nuestra soledad y fingir que alrededor encontramos algo que nos complementa. ¿Por qué, entonces, estos sentimientos que encuentro en mi interior? ¿A qué viene esa rabia inmensa que amenaza con salir de mí en un aluvión de lágrimas cada vez que acierto a contemplar tu blanca figura en el firmamento? ¿Acaso eres el único ser solitario del mundo que merece veneración?
Tan bella... y tan sola, querida Luna. 

B.

No hay comentarios:

Publicar un comentario