Algo me decía que ibas a reaccionar así cuando te pusiese un gatito con días de vida en las manos, pero mi mente zopenca e impulsiva me pintaba la idea de probar tu sensibilidad como lo más atrayente de la noche.
Así pues, en cuanto te acercaste a la puerta de la habitacioncita donde descansaban mamá gata y sus pequeños, yo me colé entre tú y Lémur y cogí a una de las pequeñas bolitas de pelo que fingían dormir en el cojín.
Cuando me levanté llevando en la mano al gatito -apenas cubría la mitad de mi palma-, Lémur intentó que se lo pusiera a él en las manos, pero yo me fui directa a las tuyas, abiertas, serenas. Lo coloqué ahí con sumo cuidado, rozando un poco tus palmas, y de pronto fue como si algo cambiase en la atmósfera de la habitación.
Incluso teniendo a un lado a Lémur despotricando, fue como si saliese a flote todo el cariño que has guardado durante tu vida. Tomaste con las dos manos la criaturita que yo te tendía y una amplia sonrisa sacudió no sólo tu cara, sino todo tu cuerpo. Una sonrisa capaz de comerse el mundo entero en menos de un segundo, con la suficiente fuerza para mover montañas y el calor necesario para evaporar un océano. La sonrisa más bonita que he visto en mucho, mucho tiempo.
Parecías el papá primerizo al que acaban de poner en brazos a su recién nacido. De vez en cuando hablabas un poco de cosas sin sentido con el gatito aún ciego que reposaba en tus manos, pero al final tu rostro acababa retornando a la expresión reinante en esos momentos: la sonrisa más pura, perfecta y humana que se ha visto en milenios.
Murmurabas algo de que te encantaba, y yo os hubiera dado el achuchón más grande del mundo a ti y a la bolita de pelo en tus manos con todas mis ganas de haber tenido la certeza de que me lo hubieras permitido.
Se veía claro como el agua que todo tu cuerpo estaba atento para proteger a ese ser diminuto al que no te unía ningún tipo de lazo afectuoso anterior. Tu forma de mirarlo, como si fuese lo más precioso que han cogido tus manos nunca, estremecería al más duro de los soldados y al más mezquino de los líderes. Como si toda tu vida hubieses seguido un camino de rumbo desconocido hasta que no tuvieses ese gatito en las manos.
Se vio en ti un instinto paternal hermoso, no sé si te diste cuenta. Las personas como tú se cuentan con los dedos de una mano en todo el mundo, lo sabes, ¿verdad?
B.
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