Estimada Garza Real, que con tu prosa francesa y tu léxico variado te abriste paso a la fuerza en las existencias de estos pobres estudiantes castellanos cuando aún no sabíamos distinguir sujeto de predicado, te has marchado hoy de nuestras vidas sin dejar apenas más rastro que un sentimiento amargo y arrepentido propio de una juventud precipitada a la que nuestra biología nos hizo ser arrastrados.
Estimada Garza Real, que entrabas taconeando en cada clase y salías del mismo modo de ella, con tus faldas de colores suaves ondeando al movimiento de tus piernas y tus blusones reflejando la luz artificial de las lámparas; parecías recién sacada de una novela contemporánea francesa incluso cuando nos acostumbramos a huir de tu figura firme al verla llegar a lo lejos tras alguna trastada nuestra.
Estimada Garza Real, que tu maletín de cuero marrón escondía lo que sólo tú de entre todo el profesorado portabas, ¿cómo olvidar tus caras gafas oscuras, tus chaquetas de elegante cuero, tu precioso pelo rubio?
Estimada Garza Real, que tus ojos azules nos escrutaban al tartamudear lo que aún hoy es un francés chapurreado, nunca nos desanimaste de ninguna de las maneras que otros profesores empleaban con la vana intención de subir nuestro interés por sus asignaturas. Tú no perdías el tiempo en memeces.
Estimada Garza Real, ¿alguien te dijo alguna vez lo importante que llegaste a ser para nosotros? ¿Para mí? ¿Lo que supuso que cuando los demás me miraron por encima del hombro yo aún siguiese teniendo tu respeto y apoyo? ¿Lo que hiciste por mí casi sin saberlo? ¿Los sueños que hiciste germinar en mí y que aún la sociedad no ha conseguido apagar?
Estimada Garza Real, que creíste en mí cuando yo quise desaparecer, hoy mi planeta ha dado casi una vuelta completa alrededor del Sol y yo sigo sin encontrarte de nuevo. ¿Dónde estás? ¿Dónde te escondes? ¿Es que ya consideras haber dejado suficiente rastro en nuestras vidas como para volver a ellas?
Estimada Garza Real, quiero darte las gracias por haberme convertido en lo que soy: una niña inmadura a la que aún le queda mucho por aprender, pero que con un pequeño empujón tuyo comenzó a ser consciente de ello y aún en los peores momentos guarda en su interior una pizca de sueños y ganas de superarse a sí misma.
Estimada Garza Real, tu pequeña escritora se despide con las últimas palabras que tú regalaste a su oído junto con un abrazo a sus sentidos y unas cuantas lágrimas a su cuello: hasta la vista, querida; sé que harás grandes cosas.
Bruma de Otoño, tu pequeña escritora,
que desde su hogar salvaje
te sigue guardando
el respeto que te tienes bien ganado.
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