Hoy, antes de ir a clase de Francés, he visto que tenía un hueco en la agenda y me he puesto a echarle un vistazo al archivo de este blog, pues hacía tiempo que no recordaba viejos textos. O hacía textos que no recordaba viejos tiempos, lo mismo da decir una cosa que la otra. Porque todo se debe a que con la nueva inspiración una olvida la vieja, ésa que surgió de otros momentos y de otras personas que decían llamarse igual que yo y que tenían sentimientos completamente distintos. Según las fotos, esa persona era yo.
Lo que venía diciendo es que, mirando antiguos textos, he encontrado ése que enlazo al principio. No lo recordaba -escribo tantas tonterías que sería complicado acordarse de todas y cada una de ellas-, aunque hubiera estado bien acordarme de él no hace mucho. No me habría servido de comodín, cierto es, pero por lo menos me habría podido hacer ver cosas que mi ceguera de lo que en teoría es madurez me impide vislumbrar.
Hasta aquí todo es apto para cualquier público, aunque no se entienda del todo. A partir del siguiente punto este texto se convertirá en una carta más o menos privada -sí, ya sé que está colgada en Internet, que es un sitio accesible a prácticamente todo el planeta; no hace falta que salte ningún listillo ni ninguna marisabidilla a hacérmelo saber- a cierta institución de la que un día formé parte esencial, así que si esto aburre o no interesa lo suficiente al 99% de lectores, hay motivo claro. Yo he avisado.
Lo de institución no es estrictamente correcto, porque no hubo burocracia de por medio. Simplemente, un día tres chicas que iban por la calle decidieron que su único dios iba a ser una piedra y que su religión se basaría en los libros, fueran cuales fuesen, aunque preferiblemente de fantasía. Estas chicas -rubia, morena y castaña- se cansaron de su mundo y se hicieron uno propio, en cierto modo. El número tres daba suerte, al menos hasta hace poco.
Las cosas pueden ser lo efímeras que quieran, pero lo importante siempre tiene que dejar huella. Al menos, eso me parece a mí, aunque no soy yo muy ducha en metafísica ni filosofía vital. "Sólo sé que no sé nada", dijo un tío listo hace mucho tiempo. Yo tampoco sé mucho, pero tengo claras ciertas cosas, como quién me importa y quién no.
Aquí el problema no se sabe bien dónde está. La tigresa se distancia, se aleja sin pausa y si le tiran de la cola para que vuelva lo único que hace es cabrearse y alejarse más. La tigresa persigue a un lobo por el bosque -donde ni siquiera se maneja, para ser sinceros- y eso exaspera a los que están cerca porque parece que la minina se olvida hasta de cazar para comer. La tigresa está tristona, tiene las zarpas sucias y el alma cubierta de ceniza, y es insoportable su comportamiento estúpido.
Ya lo sé. La tigresa sabe todas esas cosas, aunque no lo parezca. El problema es que cuando un ser salvaje se intenta encontrar a sí mismo sin conseguirlo, se ciega a lo que hay alrededor. A veces resulta imposible transformarse en pulpo y hacer tanto. A veces hay que escapar; los cerebros necesitan evadirse porque se sienten cargados o raros, a veces incluso de sobra; cuando un animal no encaja en la manada, o se marcha por su pie o le echan. La tigresa que observa lobos eso lo sabe bien.
Cuando yo me alejo no es por puro gusto. Es porque creo que no se me necesita, que estoy de más o que tengo poco en común con el círculo en el que estaba. Estas cosas son así, una persona no puede permanecer mucho tiempo sin cambiar, porque si fuese así la vida sería tremendamente aburrida.
Todavía no tengo claro el mensaje que quiero transmitir con este texto. Lo único que sé es que tenía ganas de decir lo que nunca había dicho, y que al explotar es mejor vertir tu contenido en un texto con palabras que en unos oídos ajenos con gritos y llanto.
Entiendo que las cosas no estén del todo bien ahora, que sean incómodas, que no os conozca ni me conozcáis. Pero no se me olvida que cierto colibrí y cierta zorra ártica han estado conmigo cuando otros no lo han hecho.
Y tampoco quiero que ellas olviden que, por mucho que viaje y cambie, por muchos lobos que pasen por delante o caminos que se abran ante ella, la tigresa siempre será una tigresa, con sus rayas negras y su pelo naranja, llevando sus libros, sus dragones y su Hermandad en el corazón.
B.