jueves, 17 de abril de 2014

El espíritu de mi tierra plasmado por una escritora de la Galia.

Una muchacha acababa de levantarse de una mesa vecina y empezaba a declamar con voz ronca un poema español. Se hizo un gran silencio y todas las miradas se posaron sobre ella. Aun sin comprender el sentido de las palabras, uno se sentía sobrecogido hasta las entrañas por ese acento apasionado, por ese rostro que un ardor desfiguraba. El poema hablaba de odio y de muerte, quizá también de esperanza, y a través de sus sobresaltos y de sus quejas, era la España desgarrada la que se hacía de pronto presente en todos los corazones. El fuego y la sangre habían arrojado fuera de sus calles las guitarras, los cantos, los mantones abigarrados, las flores de nardo; las casas de baile se habían derrumbado y las bombas habían reventado los odres hinchados de vino; en la cálida dulzura de las noches rondaban el miedo y el hambre. Los cantos flamencos, el sabor de los vinos que embriagaban, no eran más que la evocación fúnebre de un pasado muerto.

Simone de Beauvoir, La invitada

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