Y aquí se mantiene una, cianuro en boca, hecha polvo a pistoletazos, deseando la muerte pero con demasiado miedo para llamarla de verdad.
Alrededor de mi cuerpo estallan fuegos artificiales conforme camino, tratando de prender fuego a mi ropa; yo no me amilano.
A veces me gustaría inmensamente chillar, salir corriendo, llenar con fuego ese vacío oscuro que tengo dentro.
Ya no hay espacio para la rabia, y se supone que ella sabe hacerse hueco mejor que nadie.
La vida me hace una operación a corazón abierto y yo me niego a permanecer anestesiada.
Veo el mundo a través de unas gafas verdes, cantando un réquiem acompañado, raro, de una guitarra clásica.
Mi vida entera es una ironía.
B.
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