martes, 15 de abril de 2014

En boca de Simona.


Todavía no alcanzo a entender cómo fui capaz de atravesar aquellos cuatro años sabiendo que Mow estaba vivo. Los primeros meses pasaba la mayoría de las noches dando vueltas por mi cama, acariciando a Julius y hablándole de todas las cosas que no le podía contar a nadie más. Él clavaba en mí sus ojos verdes, relucientes en la oscuridad, y me observaba con el brillo de inteligencia y comprensión que nunca vislumbré en los ojos del dúo de raros.
Tras pensarlo un tiempo, decidí no contar a nadie lo que había descubierto acerca del Heredero, ni siquiera a mis padres. Sería ponerlo en peligro y, aunque mi deseo más ferviente era que alguien lo buscara y lo trajese de vuelta –o ir yo misma a su encuentro-, la lógica me decía que debía velar por su seguridad. Pero algo en mí se desgarraba sólo de pensar cuánto podría tardar… si es que alguna vez lo volvía a ver. Al fin y al cabo, ¿qué le quedaba aquí, en el Imperio? Seguro que ni los cadáveres de sus padres, pues habrían sido quemados. Estaría en algún otro lugar, haciendo una vida nueva; conocería a alguien especial que calmase su dolor y le ayudase a sobrellevar la pena, tendría hijos, los vería crecer y sería un hombre nuevo. La libélula de plata encontraría un nuevo cielo en el que volar. Y la mosca de piedra no podría seguirla ya, por mucho que le doliese.


Bruma, relato surgido de la nada.

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