sábado, 27 de octubre de 2012

¿Se puede o no se puede?

¿No le parece a usted que en estos tiempos en que tantas cosas se están enderezando hace falta también enderezar las conductas humanas? ¿No le parece que hay que simplificar mecanismos e idear fórmulas que obliguen al cumplimiento de las responsabilidades que se adquieren con los hijos que se engendran?
Tal vez ayude lo que diga usted.

¡Dígame usted!, Mirta Rodríguez Calderón.

viernes, 26 de octubre de 2012

Mujer cubana, has nacido
para ser madre y obrera
luchadora verdadera
creadora en pueblo unido.
Contigo Cuba ha obtenido
mil triunfos y mil honores
por eso un ramo de flores
un beso y una medalla
mereces porque tu talla
es talla de las mejores.
Que tengas un tiempo nuevo,
lleno de triunfos y honores
que nazcan por ti mil flores
y vigoroso el relevo.
Al palmar mi canto elevo
de mi tunera región,
y brota del corazón
mi más puro sentimiento.
Para ti vuela en el tiempo
mi paloma y mi canción.

Rolando Ramírez.

jueves, 25 de octubre de 2012

Mujer,
todo comenzó en el gran Octubre,
en nuestro Enero Victorioso,
con tu conocido o anónimo esfuerzo,
con tu palabra aleccionadora,
con tu posición hombro con hombro junto al compañero.
¡Mujer!
Hazte camino y engrandece con lo mejor de ti esta Revolución.

Felicia Reyes.

miércoles, 24 de octubre de 2012

¿Es usted machista?

Decir ayudar presupone que es su esposa la que tiene todas las responsabilidades del hogar y que usted la ayuda a ella a cumplirlas. Si usted usa compartir estará empleando el verbo que realmente se corresponde con la situación de que está hablando, porque la casa es de ambos, las ropas son de ambos, los deberes son de ambos...

¡Dígame usted!, Mirta Rodríguez Calderón.

martes, 23 de octubre de 2012

Aquí no hay condiciones.

Cuando llegué a la Casio el jefe de personal estaba pasando un curso y me recibió Giordano Yanes, el jefe de taller, un hombre excelente que me animó, me dio mucha confianza en mis posibilidades (él tenía que irse a estudiar a la RDA) y me enseñó muchísimas cosas. Yo estaba feliz...
A la semana regresó el jefe de personal. Me mandó a buscar. Dijo que no se explicaba por qué me mandaron allí porque ellos no tenían condiciones para las mujeres. Le pregunté si acaso los compañeros trabajaban desnudos, que de cuáles "condiciones" él hablaba. Respondió que había que cargar pesos y que las mujeres no servían para eso. Yanes estaba conmigo; le dijo que él estaba dispuesto a retrasar su viaje para asesorarme... El hombre (ya yo no pensaba en él como compañero) se agarró de mi falta de experiencia. Pero ¿cómo voy a adquirir experiencia si nadie me da trabajo?, le reproché.

Isabel Quintana de los Santos en una entrevista por Mirta Rodríguez Calderón en ¡Dígame usted!

lunes, 22 de octubre de 2012

En una ocasión me tocó oír a un hombre decir que la mujer rinde en su trabajo hasta que se casa y quiere tener un hijo. Ahí empiezan, según este señor, los problemas: hay que darle licencia de maternidad, luego falta al trabajo porque el hijo enferma, etcétera. Como si no fuera un derecho de la mujer tener uno o todos los hijos que quiera. ¿Dónde están, para hombres como éste, las conquistas y los sacrificios de los miles que murieron sin poder ver la nueva sociedad?

Amalia Sanmartino en una entrevista por Mirta Rodríguez Calderón en ¡Dígame usted!

sábado, 20 de octubre de 2012

Y Doña Aiuola le contó a Bastián...

Hace mucho, muchísimo tiempo, nuestra Emperatriz Infantil estaba mortalmente enferma porque necesitaba un nuevo nombre y sólo podía dárselo una criatura humana. Pero los seres humanos no veían ya a Fantasia, nadie sabía por qué. Y si ella hubiera muerto, habría sido también el fin de Fantasia. Un día o, mejor dicho, una noche, llegó sin embargo un ser humano... Era un niño y le dio a la Emperatriz Infantil el nombre de Hija de la Luna. Ella se puso buena otra vez y, en agradecimiento, le prometió al muchacho que, en su reino, todos sus deseos se harían realidad... hasta que encontrase su Verdadera Voluntad. A partir de entonces, el niño hizo un largo viaje, de un deseo a otro, y todos se cumplieron. Y cada deseo cumplido llevaba a un nuevo deseo. No fueron sólo deseos buenos, sino también malos, pero la Emperatriz Infantil no hace diferencias: para ella todo vale lo mismo y todo es igualmente importante en su reino. Y cuando, finalmente, la Torre de Marfil resultó destruida, no hizo nada para impedirlo. Sin embargo, al cumplirse cada deseo, el niño perdía una parte de sus recuerdos del mundo de donde había venido. Eso no le importaba mucho porque, de todas formas, no quería volver. De modo que siguió deseando y deseando, pero casi había gastado todos sus recuerdos y sin recuerdos no se puede desear. Apenas era ya un ser humano, sino casi un fantasio. Y seguía sin conocer su Verdadera Voluntad. Porque la Casa del Cambio no se llama así sólo porque se cambie a sí misma, sino porque cambia también a quien habita en ella. Y eso era muy importante para el niño, que hasta entonces había querido ser siempre otro, pero no cambiar.

La Historia Interminable, Michael Ende.

viernes, 19 de octubre de 2012

Que no, que no me creo nada de que esto es madurez. Lo que a mí me pasa es que me cuesta hacer que todas mis facetas personales lidien: la buena alumna que hace todos los deberes y estudia a más no poder, la artista enfadada con el mundo y la adolescente cursi que necesita que venga alguien a levantarla cada vez que se cae. Lo que yo necesito de una puñetera vez es que algún alma caritativa me pegue dos guantazos bien grandes, me diga todo lo que me tiene que decir y me deje puesta en mi sitio. Lo que ustedes, señores adultos, no entienden, es que estamos incomprendidos. Papá, mamá, ¿por qué carajo creéis que no hablo nunca de "chicos"? Pues por la sencilla razón de que no confío lo suficiente en vosotros. Porque para mí no existe el papaíto protector de su princesita atrapada, ni la madre casera que se pasa el día cocinando. A mí me inculcaron valores raros, que luego yo tuve que moldear y acomodar a mí. Y no sé por qué, de tanto racismo y tanta mierda, soy pacifista. Aunque eso ahora no viene a cuento.
El caso es que nos sobresaturan, señores mayores de edad. Se creen que por ser jóvenes nuestro cerebro funciona a la perfección, pero resulta que los sesos los tenemos llenos de serrín que otros adolescentes nos metieron dentro. 
Ustedes son muy objetivos, señores adultos. Hablan mucho del acostarse temprano, desayunar fuerte, atender en clase, hacer deporte todos los días y estudiar de forma periódica, además de hacer los deberes siempre a tiempo. ¿Pero es que no saben, damas y caballeros cuarentones, lo que es llegar a casa sintiéndose prácticamente una mierda de hormiga en medio de la sociedad y estar hasta las tantas metido entre las páginas de un libro o llorando por una puñetera canción cursi? ¿Nunca han tenido ustedes el apetito rajado por desamor, o la cabeza tan llena de pájaros que la clase de Física ha sonado a chino? No me jodan.
La objetividad no existe para nosotros, y para ustedes tampoco. Y tengo pruebas, pues se pasan el día criticando, hablando de política, de lo mal que va la sociedad y demás. Y sus dolores de cabeza no tienen fin.
Y nos quieren decir a nosotros que seamos responsables. Já. Es que me parto de risa. Vuelvan a los quince años, pero sitúense en medio de esta sociedad consumista y llena de gente superficial. ¿Qué les parece?
Bastián, sin embargo, había perdido aquella noche el recuerdo de haber estado nunca en un colegio. También el desván y hasta el libro robado de tapas de color cobre habían desparecido de su memoria. Y nunca más se preguntó cómo había llegado a Fantasia.

La Historia Interminable, Michael Ende.

jueves, 18 de octubre de 2012

El árbol de la Mentira.

La Mentira y la Verdad vivían juntas. Y, tras compartir casa durante algún tiempo, la Mentira, que siempre está tramando algo, le dijo a la Verdad que les convenía plantar un árbol para tener fruta y gozar de sombra en los días de calor. La Verdad, como es tan amable y campechana, dijo que le gustaba aquella idea.
Cuando el árbol comenzó a crecer, la Mentira le dijo a la Verdad:
-Conviene que repartamos el árbol.
A la Verdad le pareció bien, y entonces la Mentira le dio a entender con palabras muy hermosas y convincentes, que la raíz es la parte más provechosa del árbol, pues lo nutre y le da vida. Así que le aconsejó a la Verdad que se quedara con las raíces del árbol, que están bajo tierra.
-Yo, en cambio -dijo la Mentira-, me quedaré con las ramas, que son poca cosa y aún están por salir. Y fijaos en que me arriesgo mucho, pues puede ser que los hombres corten las ramas o las arranquen, o que las bestias las roan, o que los pájaros las quiebren, o que el calor las seque o que el frío las hiele, peligros que nunca correrá la raíz.
Cuando la Verdad oyó todo aquello, como no es maliciosa sino confiada y crédula, pensó que la Mentira le estaba haciendo un gran favor, así que tomó la raíz del árbol y se sintió afortunada, pues creía que se había quedado con la mejor parte. En cuanto a la Mentira, quedó muy satisfecha por la enorme habilidad con que había engañado a su compañera.
El caso es que la Verdad se metió bajo tierra para vivir entre las raíces mientras la Mentira se quedaba en la superficie, donde viven los hombres y las bestias. Y, como la Mentira es muy zalamera, encandiló a todo el mundo en poco tiempo.
Pasaron meses y años, y el árbol comenzó a crecer. Echó unas ramas muy grandes y unas hojas muy anchas que daban mucha sombra y unas flores hermosísimas de muy bellos colores. Y, cuando la gente vio aquel árbol tan hermoso, empezó a reunirse bajo sus ramas para gozar de su agradable sombra y recrearse mirando sus coloridas flores, e incluso entre los forasteros corrió la voz de que, para estar a gusto, no había nada mejor que ponerse a la sombra del árbol de la Mentira. La Mentira, como es tan astuta y encantadora, deleitaba a quienes se sentaban bajo el árbol y les enseñaba sus malas artes, que la gente se alegraba mucho de aprender. Tenía mentiras para todos: a los menos astutos les enseñaba mentiras simples, y a los más sagaces mentiras dobles e incluso mentiras triples. Y debéis saber que la mentira simple es cuando un hombre le dice a otro: "Don Fulano, yo haré tal cosa por vos" pero miente en lo que dice; la mentira doble es cuando alguien promete una cosa haciendo juramentos y homenajes y ofreciendo fianzas, pero en realidad no piensa cumplir lo que promete; y la mentira triple, que es mortalmente engañosa, es la de aquel que miente y engaña con la verdad.
La Mentira, en fin, dominaba tan bien las artes de engañar y las enseñaba con tanta pericia, que quien las aprendía enredaba a placer a los demás y les sacaba todo lo que le venía en gana. Y, como a la sombra de la Mentira se aprendía tanto, las gentes ansiaban estar junto al árbol y aprender sus embustes. Todo el mundo adoraba a la Mentira, y quien no acudía a aprender de ella era muy mal visto.
En cambio, a la desdichada Verdad nadie la apreciaba. La pobre seguía escondida bajo tierra, sin que nadie supiera dónde estaba ni se molestara en buscarla. Y sucedió que, como no tenía nada que comer, la Verdad comenzó a roer las raíces del árbol para no morirse de hambre. Así que aquel árbol que tenía las ramas tan grandes y las hojas tan anchas y las flores tan hermosas, se quedó sin raíces antes de que pudiera dar frutos. Y un día en que la Mentira se hallaba con todos sus discípulos a la sombra del árbol, vino un viento y lo tumbó, y el árbol cayó sobre la Mentira y la dejó muy malherida y todos los que estaban aprendiendo las artes de la Mentira acabaron muertos o heridos de mucha gravedad. Entonces, por el hueco que el tronco dejó en la tierra, salió la Verdad, que halló a la Mentira y a todos sus discípulos en un estado lastimoso, arrepentidos de todo corazón de haberse valido de las malas artes de la Mentira.

El Conde Lucanor, Don Juan Manuel (adaptación).

miércoles, 17 de octubre de 2012

Cruzó los brazos en el pecho y le volvió a Atreyu la espalda. La multitud que había alrededor contuvo el aliento. Atreyu se quedó un rato muy erguido y en silencio. Hasta entonces, Bastián no lo había reprendido nunca delante de otros. Sentía la garganta tan apretada que sólo con esfuerzo podía respirar. Esperó un momento, pero como Bastián no se volvió de nuevo hacia él, Atreyu dio la vuelta lentamente y se fue. Fújur lo siguió.
Xayide sonreía. No era una sonrisa agradable. 
En Bastián, sin embargo, se extinguió en aquel momento el recuerdo de que, en su mundo, había sido un niño.

La Historia Interminable, Michael Ende.

martes, 16 de octubre de 2012

La Ciudad de los Espectros.

Atreyu se había deslizado al principio de esquina en esquina para no ser descubierto, pero pronto no se esforzó ya por ocultarse. Plazas y calles estaban vacías y tampoco en los edificios había movimiento. Entró en algunos, pero sólo encontró muebles volcados, cortinas rasgadas, vajilla y cristal hecho añicos... todos los signos de la desolación, pero ningún habitante. Sobre una mesa había aún comida a medio comer: unos platos con sopa negra y unos restos pegajosos que quizá fueran pan. Comió de ambas cosas. Sabían repulsivamente, pero él tenía mucha hambre. En cierto sentido, le pareció muy justo haber ido a parar precisamente allí. Aquello era lo adecuado para alguien a quien no quedaba ya esperanza.

La Historia Interminable, Michael Ende.

lunes, 15 de octubre de 2012

La Emperatriz Infantil necesita un nuevo nombre.

Si sólo se tratara de encontrar un nombre, él hubiera podido ayudarlos fácilmente. Eso se le daba bien. Pero por desgracia no estaba en Fantasia, donde sus habilidades hubieran podido ser útiles y le hubieran reportado quizá simpatía y honores. Por otro lado, se alegraba también mucho de estar allí porque en una región como el Pantano de la Tristeza no se hubiera atrevido a entrar por nada del mundo. ¡Y aquel siniestro ser de las sombras que perseguía a Atreyu sin que lo supiera! A Bastián le hubiera gustado avisarlo, pero no podía ser. No se podía hacer otra cosa que confiar en la suerte y seguir leyendo.

La Historia Interminable, Michael Ende.

domingo, 14 de octubre de 2012

La Nada.

Las copas de los otros árboles que estaban muy cerca eran verdes, pero el follaje de los árboles que había detrás parecía haber perdido ese color, porque era gris. Y, un poco más lejos, se hacía extrañamente transparente, nebuloso o, mejor dicho, cada vez más irreal. Y detrás no había nada, absolutamente nada. No era un lugar pelado, una zona oscura, ni tampoco clara; era algo insoportable para los ojos y que producía la sensación de haberse quedado uno ciego. Porque no hay ojos que aguanten el contemplar una nada total.

La Historia Interminable, Michael Ende.

sábado, 13 de octubre de 2012

La pasión de Bastián Baltasar Bux eran los libros.

Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado...
Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito...
Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecía vacía y sin sentido...
Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces.
Miró fijamente el título del libro y sintió frío y calor a un tiempo. Eso era, exactamente, lo que había soñado tan a menudo y lo que, desde que se había entregado a su pasión, venía deseando: ¡una historia que no acabase nunca! ¡El libro de todos los libros!
¡Tenía que conseguirlo, costase lo que costase!

La Historia Interminable, Michael Ende.

viernes, 12 de octubre de 2012

Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay personas que se juegan la vida para subir una montaña. Nadie, ni siquiera ellas, puede explicar realmente por qué. Otras se arruinan para conquistar el corazón de una persona que no quiere saber nada de ellas. Otras se destruyen a sí mismas por no saber resistir los placeres de la mesa... o de la botella. Algunas pierden cuanto tienen para ganar en un juego de azar, o lo sacrifican todo a una idea fija que jamás podrá realizarse. Unas cuantas creen que sólo serán felices en algún lugar distinto, y recorren el mundo durante toda su vida. Y unas pocas descansan hasta que consiguen ser poderosas. En resumen: hay tantas pasiones distintas como personas distintas hay.

La Historia Interminable, Michael Ende.

jueves, 11 de octubre de 2012

A cada angustia, su antídoto.

Venga, guapa, que has vuelto a casa y dices que se te cae el mundo encima. A ver... ¿es que no estás ya acostumbrada? Me sorprenden tus ganas de quejarte de todo.
Levanta el culo de esta puñetera silla, vístete a lo salvaje y sal a la calle a pisar fuerte. Aquí dentro te comerá tu pena, ¿no crees?
Aunque, realmente, yo considero que no es pena lo que tienes. Lo que a ti te pasa, preciosa, es el remordimiento ese asqueroso que desde peque te ha ido achicando (o agrandando, mejor dicho) el estómago con cada minucia que te sucedía. ¿Y tú es que no te has dado cuenta aún de nada, monina?
Naciste con la espada debajo del brazo, y ya antes de gatear sabías manipularla bien. Tus padres lo dicen. Esa sonrisa que comenzó sin dientes y está ahora llena de brackets... ¿quieres que desaparezca? Venga, no me jodas, que nos conocemos bien.
Quieres ser de piedra, cuando lo que sucede realmente es que estás entera fabricada de goma. Mejor, ¿no crees? La goma no se parte si la lanzan al suelo... pero la piedra puede que sí. Porque si te tiran de un precipicio te harás rasguños y puede que se te vaya el color. Pero no te partirás en dos. Y no creo que haya nadie tan gilipollas como para llegar con una motosierra y hacerte pedacitos de goma de borrar Milan.
El caso es ese, que tienes que dejar de hacerte la víctima. ¿Estás cansada? Sí. ¿Estás harta? Sí. ¿Estás enfadada? Sí. ¿Estás delirando? También (digas lo que digas).
Eres un barco a la deriva, ¿no te has dado cuenta?
Pero sigues navegando, y aún no has naufragado.

Atentamente, tu conciencia.

Carta abierta a un niño del Tercer Mundo.

Reducir primero el presupuesto militar y eliminarlo más tarde. Borrar de la faz de la Tierra todo aquello que sirva para la extinción de los seres vivos. Multiplicarse en canciones, en poesía. Edificar escuelas y bibliotecas en los cimientos demolidos de las fábricas de armamento. Hacer un solo ejército con militantes de todos los colores, de todos los idiomas, de todas las creencias, y construir unidos la Babel de la concordia humana, una especie de casa del mundo desde la que se luche contra el hambre y el analfabetismo.

Cartas a una sociedad marginada, Manuel Aníbal Álvarez.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Carta abierta a un niño del Tercer Mundo.

Los periódicos abren sus bocas y vomitan la tragedia, la arrojan a la cara de una muchedumbre a la que le ha salido joroba de tanto encogerse de hombros. Josué de Castro nos dice que "sólo un quince por ciento de lo que se gasta en armamento en el mundo bastaría para financiar las inversiones que necesita el Tercer Mundo para librarse del círculo de hierro del hambre"; frase cierta, pero desoída, porque el ser humano es lobo para el ser humano y goza fabricando cañones para el exterminio, trampas para abatir a la paloma de la paz. El hambre no parece ser enemigo de consideración, y sin embargo, si no nace una conciencia colectiva para poner remedio a tiempo a tanta injusticia legalizada, será el hambre quien tome por asalto los predios donde viven los millonarios. Serán los hambrientos quienes, sabedores de que 
La Pampa mata de abajo
el sol mata de arriba
y entre sol, pampa y salitre
se gana el pobre la vida
demuelan los cimientos de una sociedad donde todo tiene que ser respaldado por el papel moneda.

Cartas a una sociedad marginada, Manuel Aníbal Álvarez.

martes, 9 de octubre de 2012

Carta abierta a un niño del Tercer Mundo.

Al mundo están a punto de rompérsele las entrañas. Se está hundiendo en el hartazgo y las materias primas empiezan a estrangular la comodidad. Se habla de apretarse el cinturón, ese cinturón que, a fuerza de apretar, está apretando a los mismos que lo han tenido apretado desde el día en que nacieron. La frase, que a muchos se les antoja una parida genial, ha sido patentada. La dice el ministro, el industrial, el financiero, el latifundista. Y al final, como ninguno de ellos usa cinturón, quienes se los aprietan son las eternas víctimas de siempre: los braceros, los peones, los jornaleros y todos cuantos viven del sudor de la frente y evitan que una minoría opulenta se ciña la "corona de sal grave" del sudor.
 
Cartas a una sociedad marginada, Manuel Aníbal Álvarez.

lunes, 8 de octubre de 2012

Carta abierta a un niño del Tercer Mundo.

Hemos llegado a la Luna sin tener un conocimiento pleno de cómo es la Tierra. Hemos enviado millones de dólares al consumo sin haber mitigado el hambre que azota a gran parte del mundo. Todavía hay gente que deambula descalza por las calles, que muere de hastío mientras busca en los vertederos el pan duro con que alimentarse cuando, cerca de ellos, el perrito de la dama de alcurnia -de alcurnia y de leche- muerde con fruición su cuarto de kilo de bistec a la plancha. Demasiadas gargantas adornadas con perlas. Y un mundo que muere deshidratado por el hambre y otro que derrocha el dinero en nimiedades. Cara y cruz de un ultraje sin calificativos, de un mundo que vive sus últimos momentos de opulencia.

Cartas a una sociedad marginada, Manuel Aníbal Álvarez.

domingo, 7 de octubre de 2012

Carta abierta a los españolitos emigrados.

Café cantante -artificio-.
Lugar de falsa alegría,
donde la tristeza mía
no encuentra ambiente propicio.

El escándalo y el vicio 
luchan en loca porfía.
Música sin armonía.
Miradas de maleficio.

Triunfa la brutalidad
junto con la falsedad.
Todo es hueco, todo es frío.
El amor se trueca en cieno...
¡Lugar de pasiones lleno
y de belleza, vacío!


Jiménez Barberi.

viernes, 5 de octubre de 2012

Habitación de dormir. Interior, noche. Blanca, tipo heroína, pongamos en Violette Nozière de Chabrol, acuclillada en la cama, mientras su madre perora desde la puerta sobre la que se apoya, intenta tener paciencia al tiempo que disimula el júbilo interior. Focos a tope (la mano de la génitrix ha tenido buen cuidado de encender todas las luces). Ninguna música en la banda sonora que sólo registra el rollo monocorde de las madres en plan a-mí-tú-no-me-engañas. Dos cámaras; ningún truco, planos alternativos de la mamá y la niña, aquélla un tanto desencajada, ésta hermética. Magnífica dirección de actores.
-La comedia de arriba te ha salido perfecta; pero yo no soy tan inocente como tu padre. ¿Qué pretendes? Di que transijo por respeto a la abuela, que cada día está peor de la cabeza; llámalo esclerosis, que de otro modo no se explica, y, claro, hay que tener la fiesta en paz con ella. Ahora bien, yo te conozco, Blanca, y te lo digo por si no te has dado cuenta, que eso sería lo mejor que cabría decir en tu favor; tú estás jugando con tu primo. Luis es sólo un capricho para ti. Pues bien, juega con fuego y acabarás quemándote. La ceguera ha hipersensibilizado a este muchacho. Se agarrará a ti como una lapa y cuando te hayas cansado y pretendas meter la marcha atrás ya será tarde, te lo aviso. Lo harás, sí, porque tú pasas por encima de cualquiera, que me pregunto si tienes corazón; pero no sin destrozar el de tu primo. ¿Llamas amor a eso?
(Escucha, mamá, no emplees tácticas conmigo, no me vengas con cortinas de humo que para mí son transparentes; ¿dices que me conoces?, pues yo a ti no te cuento. Somos viejas amigas, ¿no es verdad?, nos sabemos de memoria; pero yo te puedo dar muchas sorpresas, mi edad aún es cambiante, como dicen los psicólogos, la tuya en cambio, no. No es Luis quien te preocupa, su delicado corazón. A ti lo que te jode es confesar a tus amigas que tu hija Blanca se casa con un ciego, ¿verdad que sí? No te lo digo por respeto, ya ves, y para que tu monólogo no acabe a gritos, porque...)
-... Cualquier día, el día menos pensado, que puede ser mañana y puede ser dentro de cuatro meses, conocerás a alguien por ahí, alguien sugestivo con cuatro ideas en la cabeza y, por supuesto, dos ojos para toda la vida, y se abrirán los tuyos, que pareces ser tú la ciega y no tu primo. Y eso lo sabes en el fondo igual que yo. Que tú no tienes vocación de institutriz, de mujer de su casa, de cuidadora de niños. ¿En qué quedamos? ¿No eras tú la feminista?, ¿no nos has dado todos los quebraderos de cabeza con tu mesianismo de agitadora del colectivo, de manifestante callejera? Me dices que te has apuntado a la guerrilla urbana y me lo creo mejor que ese cuento con tu primo. Lo que te ocurre con Luis, en el mejor de los casos, se llama un fervorín. Óyeme a mí que soy tu madre. Incluso siendo sincera, que ni siquiera sé si darlo por supuesto, te quivocas...
(Pero cuidado que eres simple, mamaíta, ¿y cómo quieres abarcarme, explicarme, entenderme, cuando te consta que soy más inteligente e irremediablemente más compleja de lo que fuiste tú en tu vida? No, no es inmodestia ver las cosas como son; lo contrario es ñoñería. Y si no bajo a la arena, a discutir esto contigo, no es por soberbia, como dirías en su momento; sino por evitar que te exasperes al verte dialecticamente a mis pies, cosa que el principio de autoridad impide a los padres admitir; así que habla, hazlo, mujer, que yo bastante hago que te escucho sin chistar, aunque no pueda impedir que mi razón funcione, si bien lo haga en silencio. Claro que tonta, lo que se dice tonta, estás lejos de serlo y para mí que sospechas que algo debo pensar, porque no tienes cara de creer aquello de que el que calla otorga...)
-... Luis es un niño para ti, por la edad, por el desarrollo mental y hasta por el físico, ¡si no le apunta la barba todavía!, a ti que siempre te fueron los hirsutos, los pelambreras, los barbudos, ¡me vas a engañar a mí! ¿Que te ha apetecido hacerle a tu primo de nodriza? Está bien, eso lo entiendo; pero todo tiene un límite, ¿hasta dónde quieres llegar? Y no voy a comentarte nada de esa increíble historia de cama entre los dos. No, no lo haré, sencillamente por pudor. Se ve que no te has enterado todavía de que en este tipo de enredos la mujer lleva siempre la peor parte. ¡Pero en qué estarías pensando, criatura! Porque, ya ves, no me lo creo eso de que la culpa haya sido de tu primo; le honra decirlo, pero yo no me lo trago, que no, Blanca, tú a Luis siempre lo has tenido dominado, de modo que si vuela es porque tú le das alas, ¿o te atreverás a decir que me equivoco?...
(Claro, mamá, tú lo sabes todo, cómo no; así que pudor, ¿eh?, me estás hablando de pudor; ni que fueras una solterona, o a lo mejor has tenido cinco hijos como decía el catecismo, "sin romperlo ni mancharlo", que cosas más difíciles aparentáis los de tu generación; porque la abuela, al menos, ya lo has visto, no me dirás que no es decente y sin embargo puede confesar una debilidad, como la llamarías tú; pero la abuela es magnífica, cualidad que por lo visto no se hereda y no te lo diré para que no te puedas dar por ofendida, aunque la verdad no debería escandalizar a nadie, ¿no te parece?, pero sí, claro que te lo parece, tú qué vas a decir; ahora si tan bien crees conocerme deberías haberte dado cuenta de que a mí el vello de los hombres me tiene sin cuidado, ¡por favor!, pelo más, pelo menos, no es la barba lo que puede convencer a una feminista como gustas de echarme en cara, y lo que importa no es la pelambrera, sino lo que bulle debajo de ella; pero eso, claro, a ti...)
-... Así que mejor lo piensas dos veces y tenemos la fiesta en paz cuando todavía es tiempo. Y no estoy preocupada por ti principalmente, sino por el pobre de tu primo. No juegues con los sentimientos de un ciego, no le des alas, no le saques de la realidad, por dura que ésta sea. Tú siempre fuiste independiente, ferozmente personal, individualista a ultranza, ¿es que pretendes engañarte a ti misma?, porque a los demás no nos vas a dar gato por liebre, no a mí, al menos. ¿Cómo quieres que admita ni siquiera imaginarte atada a un ciego que hasta para dar el menor paso va a necesitar que le lleves de la mano? Otra sí podría hacerlo hasta con gusto, pero ¿tú?, no, chiquilla, desengáñate, cae del guindo, despierta de una vez. Que estás jugando, Blanca, y que yo tengo que salir en defensa de mi pobre sobrino, en su defensa, sí, aunque él no pueda entenderlo por ahora...
(Mamá, por favor, que me vas a conmover, ¡es el colmo!, así que lo que te preocupa es tu sobrino, al que quieres librar de la mala, que soy yo, ¿no es verdad? ¡Tú sí que eres la ciega si no ves la hipocresía que te impregna! No, si me callo, que luego no se diga, pero no puedo menos de pensar, ¡lo que hay que oír! Siempre tuviste planes para mí, confiésalo, tu hija mayor, y no dejaste nunca de albergar la esperanza de que pasados los años "locos" de la universidad, yo sentaría la cabeza; más aún, en unos tiempos en que la juventud pasa del rito vuestro, del noviazgo oficial, la petición, la boda de blanco y el ramo de azahar, tú todavía soñando con tu marido llevándome al altar entre nubes de incienso y cascadas de órgano, mientras la madre, con medelito ad hoc y de sombrero, por supuesto, vierte discreta lágrima tras el velo -tul ilusión- que da misterio a sus encontrados sentimientos; esto es, todo comme il faut, ¿no es verdad? Ay, mamá, mamá, y que tú hayas tenido que topar con una hija como yo, aunque me pregunto si es que quedan de las otras, que todo es posible en la viña del Señor...)
Como dijo Roland Barthes, el entrañable recién muerto, "nada es fuera de su contexto e incluso el contexto mismo resulta susceptible de múltiples interpretaciones" (y si me falla la memoria y no lo dijo Roland Barthes, esto podría ser de Ortega, o hasta mío, qué más da), así que vamos a dejar a mi madre con su tema e incluso a salvar su buena fe, porque cada uno se construye un mundo a su medida y sacarle de ahí es calzarle zapatos de un número que no es el suyo, con los resultados que cabe suponer. 
Mi madre evoca a una Blanca politiquera y activista que existió alguna vez, no vamos a negarlo, sólo que mi madre está desfasada en esto, como en tantas cosas, y no se lo critico, que hasta yo misma me hago cruces. Parecen haber gritado los siglos en sus quicios... ¿han pasado cien años, doscientos, doscientos mil? Porque a veces me pregunto, ¿qué fue de Suzie Wong?

Una noche, un puñal, José Luis Martín Vigil.

jueves, 4 de octubre de 2012

No, mamá, no; si papá cree que soy una incauta se equivoca de medio a medio (¿en qué mundo están los papaítos cuando su niña tiene la primera regla y empieza a ser mujer?); porque aquí donde me ves he volado lo mío antes de esto. ¿Virgen? (por favor, mamá) no creerás que lo era, ¿tú puedes ver en Luis a un seductor? Convéncete, la vida ha dado un vuelco; no se parece nada a lo que tú llamas tus tiempos. Pues mira, sí, no soy una santa Teresa del Niño Jesús precisamente, en eso tienes razón. Leí Historia de un alma hace un millón de años, cuando me la regalaste tú al cumplir los dieciséis; pero, qué quieres, ahora las cosas son así. ¿Que no lloro?, ¿y por qué tendría que llorar? (te he permitido entrar para que te desahogues, no para hacerlo yo), ¿sabes?, hace tiempo que he dejado atrás la edad del llanto idiota de las niñas. Soy una mujer. Y de esto nada (¡ay, tus novelas!), que no, mamá, frío, frío; ni incauta, como quiere creer mi padre, ni romántica, como te empeñas tú. Me gusta Luis, le quiero, ¿por qué no lo comprendes de una vez? No, no es un capricho repentino. He tenido seis meses para irlo madurando. Sí, mamá, claro que sí, ¿por qué te imaginas que los hijos no pensamos o somos tan atolondrados que no sabemos lo que nos conviene? Tú siempre has dicho que tengo una cabeza perfectamente organizada (si vas a negarlo ahora te descalificas, amiguita) y no me vengas con que está mal visto, ¿mal visto por quién?, ¿quién tiene que verlo? (concreta, anda, si te atreves). Que no, mamá, que no; que el problema es de Luis y mío y nada más. De acuerdo, vuestro deber es dar consejos y el nuestro escucharlos, pero seguirlos o no es otro cantar (soy paciente contigo, ¿no te das cuenta de eso?). Te equivocas, no es falta de respeto, es libertad (¿cómo te lo explicaría?). Un consejo obligatorio es una orden, ¿no?, y a mí nadie me va a ordenar la vida (¿pero tú te das cuenta de lo monstruoso que es programar la vida a alguien contra su voluntad?). Te escucho, ¿qué otra cosa estoy haciendo, si no? ¡Por favor, no me toques ese tema! Está ciego, de acuerdo; no vuelvas sobre ello. Quiero a ese ciego, ¿está claro? ¡Cómo no me voy a dar cuenta si me paso el día con él! ¿Quién logró sacarlo de casa?, ¿quién le enseñó a manejar el bastón?, ¿quién consiguió que se valiera solo por la calle (y lo que no te cuento)? No, ninguno de vosotros sabe lo que es un ciego como yo. Pues bien, te lo repito, quiero a ese ciego, estoy enamorada de ese ciego. ¡Alto, mamá! No me vengas con distingos (¿por qué no aceptas lo irremediable?). He dicho enamorada. También él temió que fuera sólo compasión, lástima, pena (¡qué rico es nuestro idioma!), pero no tengo ninguna vocación de hermana hospitalaria. No, no te empeñes, no le quiero como prima, eso era antes, y ya sabes cómo nos llevábamos entonces; le quiero como mujer. ¿Ah, no? ¿Que todavía no sé lo que es una mujer? (a lo mejor hay que alcanzar la menopausia para eso). No te pases, mamá, y no me hagas reír, te ofenderías. Tengo amigas así que están viviendo con un tipo, otras tienen ya un hijo, ¿qué somos, según tú, peponas de cartón, niñas de plástico? ¡Abre los ojos, madre! (llamarte madre no es una ordinariez; lo pienso por si acaso). Si es por eso nos las arreglaremos, tú no te preocupes. Pero ¿en qué quedamos?, ¿es porque somos primos, o es porque no tiene oficio ni beneficio? (mejor te esfumas, mamá, porque si no te voy a poner en evidencia). Te equivocas, nadie pretende vivir a costa vuestra. ¿Difícil, dices? No tanto como creéis vosotros. Eso depende de lo que se considere esencial para vivir (ahora me dirás que estamos muy mal acostumbrados y todo ese rollo filisteo). No, no conocimos los años del hambre, pero si vosotros no os moristeis, tampoco moriremos nosotros. Haber estado vivo en los cuarenta no es un grado, ¡por favor! No, si es que atosiga tanto oírlo (ése es el problema, madrecita, que te empeñes en ver lo nuestro con mentalidad de los famosos años idos, y eso es prehistoria). Pues sí, mamá, lamento disgustaros, pero es hora de que os aclaréis en una cosa (es duro, pero voy a decírtelo), ¿se trata de mi felicidad o de la vuestra? No, no te sulfures. ¿Que cómo puedo hablar así? Muy sencillo: nadie puede saber mejor que yo en qué consiste mi felicidad, desengañaros. ¿Que puedo equivocarme? Ésa es la parte de riesgo que me toca; pero, si ocurre así, siempre será mejor que haya sido por mi culpa que por la vuestra (ahora va a llorar, resulta irremediable que lo haga). Sí, mamá, si lo agradezco, vuestra intención es buena, ya lo sé. ¿Que cómo pude hacerlo? Mamá, por Dios, el hombre y la mujer vienen haciéndolo a destajo desde que el mundo es mundo y vuestros hijos dejan de ser niños bajo vuestras narices, son hombres y mujeres, pero no os enteráis... (¡qué ingenuidad la de los padres!). No, no son disculpas lo que busco, te doy explicaciones. ¿De dónde sacas que los hijos son de otra carne que el resto de la gente?, ¿y qué hace el resto de la gente? No, tú no lo has dicho, pero siempre lo has pensado (tú y todas las madres, claro) y eso es pura soberbia: "en mi casa no ocurren esas cosas", pero ocurren, natural que ocurren. Aquí la única lúcida es la abuela. Consentidora, no; realista. Y haríais bien en aprender de ella. Ya lo sé que es tu madre (pues deberías sentirte orgullosa en vez de consentir que tu marido insinuara que está gagá), pero a veces yo diría que no se nota y perdona. Venga, no llores (¿para qué hablará una, Señor?), si no es ninguna desgracia. A mí no me preocupa lo de Luis, me preocupáis vosotros, tú y papá... Sí, y tía Nieves, por supuesto; pero ¿qué quiere esa mujer?, ¿fagocitar al hijo? No, no digo barbaridades, llamo al pan pan y al vino vino. Sí, sufre mucho y lo lamento; pero vosotros os debéis a nosotros, como nosotros nos deberemos a los que vengan detrás, no puede ser de otra manera. Claro que sé lo que me digo (y cuenta que selecciono cuidadosamente las palabras). Tener celos del marido es una lata (para el marido, claro); pero tenerlos del hijo es enfermizo, por lo menos. No, no me prohíbas nada, no se consigue nada con callar, ¿no lo comprendes? Que no, mamá, no son ensoñaciones como tú dices, ¡si lo sabré yo! Tampoco es eso, ¿quién ha insinuado nada sucio?, ¡por favor! Hay muchas maneras de posesión, ¿sabes?, lo de tía Nieves es completamente psicológico. Un psiquiatra se enrollaría con ello que no veas. No, no estoy diciendo barbaridades; cruda sí que lo soy, pero si no podemos hablar claro madre e hija, ya me dirás qué hacemos (además no te estoy descubriendo nada que no sepas, así que no finjas escándalo). ¿Que si vamos a dar la campanada? ¡Delicioso lenguaje! Eso era antes, mamá, ahora es tal el estruendo que las campanas ni se oyen. ¿Pero de dónde sacas eso? No, no y no, mujer, no voy a tener un hijo, no estoy embarazada. ¿Que cómo puedo asegurarlo? Mamá, por Dios, no seas antigua. No es una política de hechos consumados (esa frase es de mi padre, me juego el cuello), pero el no estar embarazada tampoco simplifica las cosas. El problema, entérate, no es que Luis me haga un bombo, sino que me quiere y yo le quiero, ya os lo dije antes. Mamá, que con llorar no arreglas nada. No es ninguna desgracia, no señor. Está bien, dile a mi padre que soy terca, terca y descastada, ¿no es así?, que no doy mi brazo a torcer, que no se puede contar conmigo. Él tomará medidas, claro, pues no faltaba más. Lo siento, mamá, pero es inútil.

Una noche, un puñal, José Luis Martín Vigil.

miércoles, 3 de octubre de 2012

No, Blanca, no; que es inútil, monina; de nada sirve que arremetas en espíritu contra la infeliz de tu histérica tía. Convéncete, muchachita. Estás rabiosa, eso es verdad; pero contigo misma. ¿Que por qué? Pues muy sencillo. Porque tu primo Luis será todo lo que quieras, egoísta, infantil, caprichoso y (digámoslo todo) un fracaso de tío en la cama realmente; pero tú estás enamorada. Sí, de él. ¿Que es un misterio?, ¿que no tiene lógica? ¡Menudo descubrimiento! Racionalizar el amor casi es lo mismo que matarlo. Te da rabia porque tú, la feminista, la agustina-de-aragón del colectivo, la Simona de El segundo sexo, la antimachista mil por cien, vas ahora y te vacías a chorro por el fácil desagüe de la más convencional ternura, y haces del tálamo una escuela, en lugar de una palestra, poniendo los cinco sentidos para no ofender al párvulo, dando lo mejor de ti, sin casi nada a cambio, y retirándote luego mansamente por si molestas al señor, por si tiene remordimientos, por si le ofende tu presencia pecadora. No, amiguita. Él no se lo merece, pero tú (¡quién lo iba a decir!) te encuentras atrapada, eso es, hasta el punto de que a poco que te descuides acabas sintiéndote culpable, lo que sería el colmo. Porque, después de todo, ¿culpable de qué? Esto tenía que pasar, si no es contigo, con otra. ¿A qué viene que te engañes tratando de creer que hubieras preferido no ser tú la que le dio la alternativa? Además, eso es mentira. Mil veces tonta, estúpida, cretina, masoca, al fin, que estás feliz, confiésalo, de haber sido el aya (no el hada) madrina de la iniciación de tu primito, aunque te dejara a ti a medio camino y te mandara con viento fresco al terminar. Pero ¿no lo sabías, imbécil? ¡Así son los hombres, mentecata! (adjetivo en desuso, pero muy propio de tu padre). ¡Y para qué contarte si, además, son primerizos! El sexo del hombre, ya se sabe: fuegos artificiales. Mucha luz y de repente sombras, tinieblas y olor a pólvora. Nunca se dirá más propiamente que es más el ruido que las nueces. ¡Pero es que con Luis casi ni ruido! ¡Cómo es este muchacho! Su sensibilidad no te disgusta, pero te crea complicaciones. ¿Sufrir por él es tu destino? ¿Que no puedes evitarlo? Así será si tú lo dices, aunque no está escrito en ningún lado. De acuerdo, no pudiste pegar ojo, estabas muy nerviosa; pero por el drama que hizo él, no por el sexo. Le conocías, sí, pero ni se te pasó por la cabeza ofrecerle resistencia. ¿No os amabais? Qué duda cabe de que no era indispensable; tan cierto como que no hubo premeditación; pero él lo quiso, ¿o no lo quiso? Vamos, Blanca, no quieras rizar el rizo ahora. Se portó, al fin y al cabo, como todos. Tomó la iniciativa y si fue torpe luego no hay razón para achacarlo a falta de entusiasmo, así que de eso nada. No, Blanca, a lo hecho, pecho. Ya se le pasará, ¿no sabes cómo es? Al parecer no desea verte (¡tiene gracia!), hazle un favor para eso; pero así son los hombres, ¿lo ignorabas, tontita? Su cómoda postura a lo largo de la historia ha consistido en culpar de todo a las mujeres. El affaire de la costilla es elocuente: somos un sucedáneo ya de origen. Y luego viene el numerito de Eva y la manzana, pobre Adán, inocente Adán, tan ingenuo él, tan recto, tan lleno de buenas intenciones, y ¡zas! (cómo no), por la mujer entra en escena el pecado original. ¡Menudo montaje! Y lo que es más incomprensible, la mujer (¡qué comedura de coco, madre!) acepta mansamente el rol que se le asigna y hasta posa con la fruta, la serpiente y el bobalicón de Adán para esos cuadros que nunca faltan en los museos de arte antiguo. Ya está. Y ahora viene el pibe de tu primo y a repetir la escena, sólo que a estas alturas sobra la manzana y de la serpiente nunca más se supo. Conclusión: nunca se es lo bastante feminista.

Una noche, un puñal, José Luis Martín Vigil.

martes, 2 de octubre de 2012

Lo llevé a Grados. Se lo tenía prometido.
Hago punto y aparte porque fue todo un capítulo. Que no es una locura, tía Nieves (locura es lo tuyo, mujer, pero ¿qué quieres?, ¿ser una Aurora Bautista en Locura de amor, pero con muchísimo morbo?). No lo dirás en serio, ¡venir tú! (un triángulo impensable, pero omito la palabra, por supuesto, pues sugiere indecencias a todas luces excesivas, ¡seré bruta!). Te cansarías, la falta de costumbre, la edad, es que es una paliza. No, no te estoy llamando vieja, ¿a qué viene esa manía de sacar de quicio lo que digo? Hay una edad para cada cosa, eso es todo. ¿Que qué falta le hace a Luis? ¡Pero si tiene dieciocho años!, ¿quieres que se anquilose? (a mí no me la das, soy yo quien te molesta). Vamos solos porque para una caminata no hace falta nadie más (¿lo ves? ¡ay, si no nos conociéramos!). Los otros tienen un rollo más activo, pueden permitírselo, ellos escalan y nosotros no podríamos seguirles. ¡Por favor, tía, que estamos a fin de siglo! Llevamos dos sacos de dormir, lo que equivale a tener habitaciones separadas, y además somos primos. ¿Que por eso mismo? No me digas que preferías que fuéramos simplemente chico y chica (llámalo celos, mujer, y así acabamos antes; pero eso no lo harás, descuida). Tu hijo necesita salir fuera, recuperar el aire libre, los espacios abiertos. No, no le iría mejor con camaradas, como tú dices; debías saber que no le cuidarían como yo. Pues mira, de las apariencias yo me río, no hay que salvarlas, lo que hay es dejarse de hipocresía. ¿Que te fías de mí? (¡estaría bueno!), pero... Es que no hay peros (guapa), la confianza se tiene o no se tiene. Pues si es por los demás, estate tranquila, pensamos ir por donde no haya nadie. ¿Precisamente? Pero bueno, ¿en qué quedamos? No, tía; no soy yo la retorcida, eres tú que no te aclaras. Luis puede andar, ¿no?, pues eso basta, porque no vamos a encordarnos, no se trata de hacer una escalada. No cabe duda de que puede encantarte la idea de un paseo, ¿por qué no os ponéis de acuerdo mamá y tú? No, para venir con nosotros, no. Tú no tienes idea de cómo son aquellos andurriales. Vosotras dos tenéis bastante con La Casa de Campo; os dejaría tiradas, te lo aseguro. ¿Irónica yo? Pero si estoy hablando completamente en serio. Es que yo he bajado a comunicártelo, no a pedirte permiso, y sabes muy bien que esta conversación sería impensable si Luis hubiera vuelto del colegio. Te equivocas (¡qué idea!), no soy yo quien le pone contra ti, ¿por qué iba a hacerlo? Él es así, siempre fue así, no pierdas la memoria (¡te agradecería tanto que no te retorcieras las manos de esa forma mientras hablas conmigo!). No, yo no le azuzo. Tampoco es cierto que le lleve la corriente (eres injusta, ¿no te das cuenta?); si hay alguien que le cante las cuarenta ésa soy yo. ¿Y ahora dices que me paso?, ¿en qué quedamos? No me lo saques, tía, por favor, tú no. Soy feminista, sí, pero eso sólo hace que sea más apta para lidiar con Luis. ¿Tú crees que me aguantaría si fuera el tipo de niña de su casa que os gusta a vosotras? No es despectivo ese plural, incluyo a mi madre en él. Nada, no pasa nada, ¿por qué me tiras de la lengua? Mira, ahí llega, si quieres se lo podemos preguntar...

Una noche, un puñal, José Luis Martín Vigil.