miércoles, 3 de octubre de 2012

No, Blanca, no; que es inútil, monina; de nada sirve que arremetas en espíritu contra la infeliz de tu histérica tía. Convéncete, muchachita. Estás rabiosa, eso es verdad; pero contigo misma. ¿Que por qué? Pues muy sencillo. Porque tu primo Luis será todo lo que quieras, egoísta, infantil, caprichoso y (digámoslo todo) un fracaso de tío en la cama realmente; pero tú estás enamorada. Sí, de él. ¿Que es un misterio?, ¿que no tiene lógica? ¡Menudo descubrimiento! Racionalizar el amor casi es lo mismo que matarlo. Te da rabia porque tú, la feminista, la agustina-de-aragón del colectivo, la Simona de El segundo sexo, la antimachista mil por cien, vas ahora y te vacías a chorro por el fácil desagüe de la más convencional ternura, y haces del tálamo una escuela, en lugar de una palestra, poniendo los cinco sentidos para no ofender al párvulo, dando lo mejor de ti, sin casi nada a cambio, y retirándote luego mansamente por si molestas al señor, por si tiene remordimientos, por si le ofende tu presencia pecadora. No, amiguita. Él no se lo merece, pero tú (¡quién lo iba a decir!) te encuentras atrapada, eso es, hasta el punto de que a poco que te descuides acabas sintiéndote culpable, lo que sería el colmo. Porque, después de todo, ¿culpable de qué? Esto tenía que pasar, si no es contigo, con otra. ¿A qué viene que te engañes tratando de creer que hubieras preferido no ser tú la que le dio la alternativa? Además, eso es mentira. Mil veces tonta, estúpida, cretina, masoca, al fin, que estás feliz, confiésalo, de haber sido el aya (no el hada) madrina de la iniciación de tu primito, aunque te dejara a ti a medio camino y te mandara con viento fresco al terminar. Pero ¿no lo sabías, imbécil? ¡Así son los hombres, mentecata! (adjetivo en desuso, pero muy propio de tu padre). ¡Y para qué contarte si, además, son primerizos! El sexo del hombre, ya se sabe: fuegos artificiales. Mucha luz y de repente sombras, tinieblas y olor a pólvora. Nunca se dirá más propiamente que es más el ruido que las nueces. ¡Pero es que con Luis casi ni ruido! ¡Cómo es este muchacho! Su sensibilidad no te disgusta, pero te crea complicaciones. ¿Sufrir por él es tu destino? ¿Que no puedes evitarlo? Así será si tú lo dices, aunque no está escrito en ningún lado. De acuerdo, no pudiste pegar ojo, estabas muy nerviosa; pero por el drama que hizo él, no por el sexo. Le conocías, sí, pero ni se te pasó por la cabeza ofrecerle resistencia. ¿No os amabais? Qué duda cabe de que no era indispensable; tan cierto como que no hubo premeditación; pero él lo quiso, ¿o no lo quiso? Vamos, Blanca, no quieras rizar el rizo ahora. Se portó, al fin y al cabo, como todos. Tomó la iniciativa y si fue torpe luego no hay razón para achacarlo a falta de entusiasmo, así que de eso nada. No, Blanca, a lo hecho, pecho. Ya se le pasará, ¿no sabes cómo es? Al parecer no desea verte (¡tiene gracia!), hazle un favor para eso; pero así son los hombres, ¿lo ignorabas, tontita? Su cómoda postura a lo largo de la historia ha consistido en culpar de todo a las mujeres. El affaire de la costilla es elocuente: somos un sucedáneo ya de origen. Y luego viene el numerito de Eva y la manzana, pobre Adán, inocente Adán, tan ingenuo él, tan recto, tan lleno de buenas intenciones, y ¡zas! (cómo no), por la mujer entra en escena el pecado original. ¡Menudo montaje! Y lo que es más incomprensible, la mujer (¡qué comedura de coco, madre!) acepta mansamente el rol que se le asigna y hasta posa con la fruta, la serpiente y el bobalicón de Adán para esos cuadros que nunca faltan en los museos de arte antiguo. Ya está. Y ahora viene el pibe de tu primo y a repetir la escena, sólo que a estas alturas sobra la manzana y de la serpiente nunca más se supo. Conclusión: nunca se es lo bastante feminista.

Una noche, un puñal, José Luis Martín Vigil.

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