jueves, 4 de octubre de 2012

No, mamá, no; si papá cree que soy una incauta se equivoca de medio a medio (¿en qué mundo están los papaítos cuando su niña tiene la primera regla y empieza a ser mujer?); porque aquí donde me ves he volado lo mío antes de esto. ¿Virgen? (por favor, mamá) no creerás que lo era, ¿tú puedes ver en Luis a un seductor? Convéncete, la vida ha dado un vuelco; no se parece nada a lo que tú llamas tus tiempos. Pues mira, sí, no soy una santa Teresa del Niño Jesús precisamente, en eso tienes razón. Leí Historia de un alma hace un millón de años, cuando me la regalaste tú al cumplir los dieciséis; pero, qué quieres, ahora las cosas son así. ¿Que no lloro?, ¿y por qué tendría que llorar? (te he permitido entrar para que te desahogues, no para hacerlo yo), ¿sabes?, hace tiempo que he dejado atrás la edad del llanto idiota de las niñas. Soy una mujer. Y de esto nada (¡ay, tus novelas!), que no, mamá, frío, frío; ni incauta, como quiere creer mi padre, ni romántica, como te empeñas tú. Me gusta Luis, le quiero, ¿por qué no lo comprendes de una vez? No, no es un capricho repentino. He tenido seis meses para irlo madurando. Sí, mamá, claro que sí, ¿por qué te imaginas que los hijos no pensamos o somos tan atolondrados que no sabemos lo que nos conviene? Tú siempre has dicho que tengo una cabeza perfectamente organizada (si vas a negarlo ahora te descalificas, amiguita) y no me vengas con que está mal visto, ¿mal visto por quién?, ¿quién tiene que verlo? (concreta, anda, si te atreves). Que no, mamá, que no; que el problema es de Luis y mío y nada más. De acuerdo, vuestro deber es dar consejos y el nuestro escucharlos, pero seguirlos o no es otro cantar (soy paciente contigo, ¿no te das cuenta de eso?). Te equivocas, no es falta de respeto, es libertad (¿cómo te lo explicaría?). Un consejo obligatorio es una orden, ¿no?, y a mí nadie me va a ordenar la vida (¿pero tú te das cuenta de lo monstruoso que es programar la vida a alguien contra su voluntad?). Te escucho, ¿qué otra cosa estoy haciendo, si no? ¡Por favor, no me toques ese tema! Está ciego, de acuerdo; no vuelvas sobre ello. Quiero a ese ciego, ¿está claro? ¡Cómo no me voy a dar cuenta si me paso el día con él! ¿Quién logró sacarlo de casa?, ¿quién le enseñó a manejar el bastón?, ¿quién consiguió que se valiera solo por la calle (y lo que no te cuento)? No, ninguno de vosotros sabe lo que es un ciego como yo. Pues bien, te lo repito, quiero a ese ciego, estoy enamorada de ese ciego. ¡Alto, mamá! No me vengas con distingos (¿por qué no aceptas lo irremediable?). He dicho enamorada. También él temió que fuera sólo compasión, lástima, pena (¡qué rico es nuestro idioma!), pero no tengo ninguna vocación de hermana hospitalaria. No, no te empeñes, no le quiero como prima, eso era antes, y ya sabes cómo nos llevábamos entonces; le quiero como mujer. ¿Ah, no? ¿Que todavía no sé lo que es una mujer? (a lo mejor hay que alcanzar la menopausia para eso). No te pases, mamá, y no me hagas reír, te ofenderías. Tengo amigas así que están viviendo con un tipo, otras tienen ya un hijo, ¿qué somos, según tú, peponas de cartón, niñas de plástico? ¡Abre los ojos, madre! (llamarte madre no es una ordinariez; lo pienso por si acaso). Si es por eso nos las arreglaremos, tú no te preocupes. Pero ¿en qué quedamos?, ¿es porque somos primos, o es porque no tiene oficio ni beneficio? (mejor te esfumas, mamá, porque si no te voy a poner en evidencia). Te equivocas, nadie pretende vivir a costa vuestra. ¿Difícil, dices? No tanto como creéis vosotros. Eso depende de lo que se considere esencial para vivir (ahora me dirás que estamos muy mal acostumbrados y todo ese rollo filisteo). No, no conocimos los años del hambre, pero si vosotros no os moristeis, tampoco moriremos nosotros. Haber estado vivo en los cuarenta no es un grado, ¡por favor! No, si es que atosiga tanto oírlo (ése es el problema, madrecita, que te empeñes en ver lo nuestro con mentalidad de los famosos años idos, y eso es prehistoria). Pues sí, mamá, lamento disgustaros, pero es hora de que os aclaréis en una cosa (es duro, pero voy a decírtelo), ¿se trata de mi felicidad o de la vuestra? No, no te sulfures. ¿Que cómo puedo hablar así? Muy sencillo: nadie puede saber mejor que yo en qué consiste mi felicidad, desengañaros. ¿Que puedo equivocarme? Ésa es la parte de riesgo que me toca; pero, si ocurre así, siempre será mejor que haya sido por mi culpa que por la vuestra (ahora va a llorar, resulta irremediable que lo haga). Sí, mamá, si lo agradezco, vuestra intención es buena, ya lo sé. ¿Que cómo pude hacerlo? Mamá, por Dios, el hombre y la mujer vienen haciéndolo a destajo desde que el mundo es mundo y vuestros hijos dejan de ser niños bajo vuestras narices, son hombres y mujeres, pero no os enteráis... (¡qué ingenuidad la de los padres!). No, no son disculpas lo que busco, te doy explicaciones. ¿De dónde sacas que los hijos son de otra carne que el resto de la gente?, ¿y qué hace el resto de la gente? No, tú no lo has dicho, pero siempre lo has pensado (tú y todas las madres, claro) y eso es pura soberbia: "en mi casa no ocurren esas cosas", pero ocurren, natural que ocurren. Aquí la única lúcida es la abuela. Consentidora, no; realista. Y haríais bien en aprender de ella. Ya lo sé que es tu madre (pues deberías sentirte orgullosa en vez de consentir que tu marido insinuara que está gagá), pero a veces yo diría que no se nota y perdona. Venga, no llores (¿para qué hablará una, Señor?), si no es ninguna desgracia. A mí no me preocupa lo de Luis, me preocupáis vosotros, tú y papá... Sí, y tía Nieves, por supuesto; pero ¿qué quiere esa mujer?, ¿fagocitar al hijo? No, no digo barbaridades, llamo al pan pan y al vino vino. Sí, sufre mucho y lo lamento; pero vosotros os debéis a nosotros, como nosotros nos deberemos a los que vengan detrás, no puede ser de otra manera. Claro que sé lo que me digo (y cuenta que selecciono cuidadosamente las palabras). Tener celos del marido es una lata (para el marido, claro); pero tenerlos del hijo es enfermizo, por lo menos. No, no me prohíbas nada, no se consigue nada con callar, ¿no lo comprendes? Que no, mamá, no son ensoñaciones como tú dices, ¡si lo sabré yo! Tampoco es eso, ¿quién ha insinuado nada sucio?, ¡por favor! Hay muchas maneras de posesión, ¿sabes?, lo de tía Nieves es completamente psicológico. Un psiquiatra se enrollaría con ello que no veas. No, no estoy diciendo barbaridades; cruda sí que lo soy, pero si no podemos hablar claro madre e hija, ya me dirás qué hacemos (además no te estoy descubriendo nada que no sepas, así que no finjas escándalo). ¿Que si vamos a dar la campanada? ¡Delicioso lenguaje! Eso era antes, mamá, ahora es tal el estruendo que las campanas ni se oyen. ¿Pero de dónde sacas eso? No, no y no, mujer, no voy a tener un hijo, no estoy embarazada. ¿Que cómo puedo asegurarlo? Mamá, por Dios, no seas antigua. No es una política de hechos consumados (esa frase es de mi padre, me juego el cuello), pero el no estar embarazada tampoco simplifica las cosas. El problema, entérate, no es que Luis me haga un bombo, sino que me quiere y yo le quiero, ya os lo dije antes. Mamá, que con llorar no arreglas nada. No es ninguna desgracia, no señor. Está bien, dile a mi padre que soy terca, terca y descastada, ¿no es así?, que no doy mi brazo a torcer, que no se puede contar conmigo. Él tomará medidas, claro, pues no faltaba más. Lo siento, mamá, pero es inútil.

Una noche, un puñal, José Luis Martín Vigil.

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