Lo llevé a Grados. Se lo tenía prometido.
Hago punto y aparte porque fue todo un capítulo. Que no es una locura, tía Nieves (locura es lo tuyo, mujer, pero ¿qué quieres?, ¿ser una Aurora Bautista en Locura de amor, pero con muchísimo morbo?). No lo dirás en serio, ¡venir tú! (un triángulo impensable, pero omito la palabra, por supuesto, pues sugiere indecencias a todas luces excesivas, ¡seré bruta!). Te cansarías, la falta de costumbre, la edad, es que es una paliza. No, no te estoy llamando vieja, ¿a qué viene esa manía de sacar de quicio lo que digo? Hay una edad para cada cosa, eso es todo. ¿Que qué falta le hace a Luis? ¡Pero si tiene dieciocho años!, ¿quieres que se anquilose? (a mí no me la das, soy yo quien te molesta). Vamos solos porque para una caminata no hace falta nadie más (¿lo ves? ¡ay, si no nos conociéramos!). Los otros tienen un rollo más activo, pueden permitírselo, ellos escalan y nosotros no podríamos seguirles. ¡Por favor, tía, que estamos a fin de siglo! Llevamos dos sacos de dormir, lo que equivale a tener habitaciones separadas, y además somos primos. ¿Que por eso mismo? No me digas que preferías que fuéramos simplemente chico y chica (llámalo celos, mujer, y así acabamos antes; pero eso no lo harás, descuida). Tu hijo necesita salir fuera, recuperar el aire libre, los espacios abiertos. No, no le iría mejor con camaradas, como tú dices; debías saber que no le cuidarían como yo. Pues mira, de las apariencias yo me río, no hay que salvarlas, lo que hay es dejarse de hipocresía. ¿Que te fías de mí? (¡estaría bueno!), pero... Es que no hay peros (guapa), la confianza se tiene o no se tiene. Pues si es por los demás, estate tranquila, pensamos ir por donde no haya nadie. ¿Precisamente? Pero bueno, ¿en qué quedamos? No, tía; no soy yo la retorcida, eres tú que no te aclaras. Luis puede andar, ¿no?, pues eso basta, porque no vamos a encordarnos, no se trata de hacer una escalada. No cabe duda de que puede encantarte la idea de un paseo, ¿por qué no os ponéis de acuerdo mamá y tú? No, para venir con nosotros, no. Tú no tienes idea de cómo son aquellos andurriales. Vosotras dos tenéis bastante con La Casa de Campo; os dejaría tiradas, te lo aseguro. ¿Irónica yo? Pero si estoy hablando completamente en serio. Es que yo he bajado a comunicártelo, no a pedirte permiso, y sabes muy bien que esta conversación sería impensable si Luis hubiera vuelto del colegio. Te equivocas (¡qué idea!), no soy yo quien le pone contra ti, ¿por qué iba a hacerlo? Él es así, siempre fue así, no pierdas la memoria (¡te agradecería tanto que no te retorcieras las manos de esa forma mientras hablas conmigo!). No, yo no le azuzo. Tampoco es cierto que le lleve la corriente (eres injusta, ¿no te das cuenta?); si hay alguien que le cante las cuarenta ésa soy yo. ¿Y ahora dices que me paso?, ¿en qué quedamos? No me lo saques, tía, por favor, tú no. Soy feminista, sí, pero eso sólo hace que sea más apta para lidiar con Luis. ¿Tú crees que me aguantaría si fuera el tipo de niña de su casa que os gusta a vosotras? No es despectivo ese plural, incluyo a mi madre en él. Nada, no pasa nada, ¿por qué me tiras de la lengua? Mira, ahí llega, si quieres se lo podemos preguntar...
Una noche, un puñal, José Luis Martín Vigil.
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