jueves, 11 de octubre de 2012

A cada angustia, su antídoto.

Venga, guapa, que has vuelto a casa y dices que se te cae el mundo encima. A ver... ¿es que no estás ya acostumbrada? Me sorprenden tus ganas de quejarte de todo.
Levanta el culo de esta puñetera silla, vístete a lo salvaje y sal a la calle a pisar fuerte. Aquí dentro te comerá tu pena, ¿no crees?
Aunque, realmente, yo considero que no es pena lo que tienes. Lo que a ti te pasa, preciosa, es el remordimiento ese asqueroso que desde peque te ha ido achicando (o agrandando, mejor dicho) el estómago con cada minucia que te sucedía. ¿Y tú es que no te has dado cuenta aún de nada, monina?
Naciste con la espada debajo del brazo, y ya antes de gatear sabías manipularla bien. Tus padres lo dicen. Esa sonrisa que comenzó sin dientes y está ahora llena de brackets... ¿quieres que desaparezca? Venga, no me jodas, que nos conocemos bien.
Quieres ser de piedra, cuando lo que sucede realmente es que estás entera fabricada de goma. Mejor, ¿no crees? La goma no se parte si la lanzan al suelo... pero la piedra puede que sí. Porque si te tiran de un precipicio te harás rasguños y puede que se te vaya el color. Pero no te partirás en dos. Y no creo que haya nadie tan gilipollas como para llegar con una motosierra y hacerte pedacitos de goma de borrar Milan.
El caso es ese, que tienes que dejar de hacerte la víctima. ¿Estás cansada? Sí. ¿Estás harta? Sí. ¿Estás enfadada? Sí. ¿Estás delirando? También (digas lo que digas).
Eres un barco a la deriva, ¿no te has dado cuenta?
Pero sigues navegando, y aún no has naufragado.

Atentamente, tu conciencia.

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