sábado, 20 de octubre de 2012

Y Doña Aiuola le contó a Bastián...

Hace mucho, muchísimo tiempo, nuestra Emperatriz Infantil estaba mortalmente enferma porque necesitaba un nuevo nombre y sólo podía dárselo una criatura humana. Pero los seres humanos no veían ya a Fantasia, nadie sabía por qué. Y si ella hubiera muerto, habría sido también el fin de Fantasia. Un día o, mejor dicho, una noche, llegó sin embargo un ser humano... Era un niño y le dio a la Emperatriz Infantil el nombre de Hija de la Luna. Ella se puso buena otra vez y, en agradecimiento, le prometió al muchacho que, en su reino, todos sus deseos se harían realidad... hasta que encontrase su Verdadera Voluntad. A partir de entonces, el niño hizo un largo viaje, de un deseo a otro, y todos se cumplieron. Y cada deseo cumplido llevaba a un nuevo deseo. No fueron sólo deseos buenos, sino también malos, pero la Emperatriz Infantil no hace diferencias: para ella todo vale lo mismo y todo es igualmente importante en su reino. Y cuando, finalmente, la Torre de Marfil resultó destruida, no hizo nada para impedirlo. Sin embargo, al cumplirse cada deseo, el niño perdía una parte de sus recuerdos del mundo de donde había venido. Eso no le importaba mucho porque, de todas formas, no quería volver. De modo que siguió deseando y deseando, pero casi había gastado todos sus recuerdos y sin recuerdos no se puede desear. Apenas era ya un ser humano, sino casi un fantasio. Y seguía sin conocer su Verdadera Voluntad. Porque la Casa del Cambio no se llama así sólo porque se cambie a sí misma, sino porque cambia también a quien habita en ella. Y eso era muy importante para el niño, que hasta entonces había querido ser siempre otro, pero no cambiar.

La Historia Interminable, Michael Ende.

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