viernes, 30 de mayo de 2014

Mi pequeña mariposilla huidiza.

Mi pequeña Morgana no es lo que parece. Escurridiza y menuda, no deja rastro allá donde pisa su delgado cuerpecillo de gatita callejera en miniatura. Cuando me enfoca con esos ojos verdes, redondos y penetrantes, siento que se divierte al verme, como si su inmensa curiosidad tratase de encontrar satisfacción en cualquier cosa que una torpe humana tenga de interesante.
Su pelo es suave como la seda, y por el color da la impresión de que a una gata atigrada rubia se la haya pintado mal de negro, dejando huecos por los que asoma algo de naranja o incluso alguna que otra raya casual. Su cola está torcida formando una V al final, con lo que le es prácticamente imposible poseer esa elegancia natural que caracteriza el movimiento ondulante de este apéndice felino.
Mi linda Morgana vive a la sombra de su madre, la enigmática Snorri, negra como el tizón y con una puntita luminosa en la punta de su elegante cola. La pequeña figura de Morgana también está oscurecida por su hermano, todo un Arturo en felino bautizado como Gary desde que su cola rayada asomó por primera vez al mundo.
Morganita husmea, persigue a los visitantes sin acercarse demasiado, gusta de romper bolsas de plástico y siempre que puede se mete entre las sábanas de mi cama.
La inquieta Morgana aprovecha su peso de pluma y sus rubias patitas manchadas de negro para dejar en mí una huella indeleble. Me caló desde la noche que nació este único gatito diferente al resto de la camada: la oveja negra en un rebaño de gatos grises atigrados. Siendo pequeña, se debatía como una fiera cada vez que alguien la cogía en brazos, hasta que llegó un lobo feroz que con sus maneras tranquilas calmó a la bestia, como de costumbre.
Morgana, como yo, es un punto y aparte tras el resto. Es una gata peculiar, a la que hay que entender; la reina de la independencia en un género de animales ya de por sí independientes, muestra sin embargo rasgos de cariño que me dejan estupefacta. Cuando leo procura mantenerse cerca, respirando con tranquilidad, con los ojitos cerrados y las patitas estiradas en la cama. Me hace gracia una mancha canela que, como una pincelada, divide su cara en dos partiendo desde su nariz y acabando un poco por debajo de los ojos.
Morgana me persigue por la casa y, cuando quiero darme cuenta, se escabulle; reaparece entonces mirándome con esos enormes ojos verdes desde el quicio de una puerta, escondida del mundo que parece ser demasiado grande para ella. Morgana es un pequeño ocelote que trata de seguir el ritmo de su mamá pantera y su hermano tigre, consiguiéndolo a medias. Ella, mucho más despistada, fantasea con cualquier florecilla que se cruce en su camino y se detiene a cada instante a investigar todo lo que hay a su alrededor.
Morgana es especial. Como Morgana de las Hadas.

B.

jueves, 29 de mayo de 2014

Simonas vencidas por el mundo.

En el fondo ése es nuestro yugo, aunque quiera hacer las veces de hermosa bendición. Nuestros padres nos lanzan al mundo creyendo que han hecho de nosotras algo más que las máquinas de parir que habríamos sido en otra época; sonríen, cansados y ya mayores, ante el fruto de sus esfuerzos, pues ven ante sí a una mujer libre, inteligente, cultivada, emancipada, con adquirida conciencia de su independencia y sus derechos y deberes. Sin embargo, ese orgullo paterno no les deja ver lo que se esconde debajo de nuestra segunda piel, ese horror ante el mundo en el que nos han enseñado a sobrevivir desde pequeñas y para el que muchas trabajan día a día ganando un sueldo para vivir. Es un mundo cruel, violentado y maltratado, en el cual no siempre tienen cabida esas ideas progresistas y liberales que nos inculcaron nuestros cultos y bienintencionados padres. Ellos nos soltaron la mano creyendo que lanzaban al mundo a guerreras amazonas fuertes, capaces de vencer los obstáculos y dispuestas a sembrar la semilla de su vida adulta en el tiesto del mundo que ellos no verán. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Los residuos del pasado todavía contaminan esa sociedad, y la respuesta de estas mujeres educadas, cultas y supuestamente independientes ante tales atrocidades y tamaños horrores no siempre es la esperada. Unas, muchas, cada día más, son capaces de levantar su vida sobre sí mismas y empujar, montaña arriba, para reivindicar cualquier causa justa que necesiten defender a fin de vivir agusto con sus ideales. Pero otras, que no son pocas, no son capaces de tal acto de valentía y osadía frente a un mundo de dedos acusadores, y se esconden en la sombra para que nadie las vea llorar como el espíritu débil que realmente son. Alguien les dijo una vez que lo importante era el interior, que una mujer inteligente valía por diez guapas y de testa mediocre, que llegarían lejos si seguían por tal o cual senda. Sin embargo, un doctorado en Química no ayuda a controlar la sinapsis del cerebro que regula los impulsos nerviosos, ni la matrícula de honor en
Historia hará que una sea capaz de llevar las riendas de su propia vida a buen término, por muchos errores del pasado que haya aprendido, estudiado y rememorado en su cabeza. Es así. Entonces, muchas de estas guerrilleras de mente cultivada y labia poderosa se transforman, o más bien dejan salir su lado más débil. Sueltan la agonía acumulada, la rabia estancada, la tristeza permanente; se dan cuenta de que en el fondo llevaban casi toda su vida desengañadas, desde aquel día que de niña vio en las noticias una prostituta violada y asesinada, o desde aquélla ocasión en que algún mayor falto de seso tuvo la gracia de asociar los términos "fémina" y "sartén". Se dan cuenta de que son lo que el mundo ha hecho de ellas, y que si no encuentran fuerzas para luchar es porque se encuentran en el mismo campo de batalla enemigo que quiere robarles el espíritu. ¿Y qué hacen entonces?
No lo sé. Supongo que cuando llegue mi turno de desengañarme lo sabré.

Bruma

miércoles, 28 de mayo de 2014

Aún me pregunto cómo soy capaz de leer este libro.

Así comienza nuestra historia de Oskar Schindler, con nazis góticos, con el hedonismo de las SS, con una muchacha delicada maltratada y con una ficción tan popular como la de la prostituta de corazón de oro: el buen alemán.
Oskar, por una parte, se ha ocupado intensamente de estudiar el conjunto del sistema, la cara enferma tras el velo de decencia burocrática. Sabe ya, cuando muchos todavía no se atreven, lo que significa Sonderbehandlung; "tratamiento especial" significa pirámides de cadáveres envenenados en Belzec, Sobibor, Treblinka, y en el complejo, situado al Oeste de Cracovia, que los polacos llamaban Oswiecim-Brzezinska y que Occidente conocerá luego por su nombre alemán, Auschwitz-Birkenau.
Por otra parte, es un empresario, un negociador por temperamento, y no se opone abiertamente al sistema. Ya ha contribuido a reducir el tamaño de las pirámides; y aunque no sabe aún que durante este año y el siguiente crecerán hasta sobrepasar el Matterhorn, no ignora que el tiempo del horror se avecina. Aunque no puede predecir los cambios burocráticos que se sucederán durante su construcción, presiente que siempre habrá sitio para el trabajo de los judíos, y necesidad de él. Por lo tanto, durante su visita a Helen Hirsch insistía en que "cuidara su salud". Estaba seguro, como también muchos judíos insomnes en los oscuros Arbeitslagern de Plaszow, de que ningún régimen con la marea en contra podía permitirse el lujo de prescindir de una abundante fuente de mano de obra gratuita. Los que serían hacinados en los vagones que iban a Auschwitz eran los que se desmoronaban, escupían sangre, caían víctimas de la disentería. El mismo Herr Schindler había oído decir a algunos prisioneros en la Appellplatz, el patio de ejercicios del campo de trabajo de Plaszow, en voz baja: "Por lo menos, aún estoy sano", en un tono que normalmente sólo emplean los ancianos.
De modo que esa noche de otoño era ya temprano y tarde en la empresa práctica de Herr Schindler de salvar algunas vidas humanas. Estaba ya profundamente comprometido; y había roto en tal medida las leyes del Reich que habría merecido multitud de penas de horca, decapitación y reclusión en los helados barracones de Auschwitz o Gröss Rosen. Sin embargo, aún no conocía el verdadero coste; aunque había gastado ya una fortuna, aún no imaginaba el volumen de los pagos que sería necesario efectuar.
Para no exigir tan pronto una credulidad excesiva, la narración comienza con un gesto corriente de bondad: un beso, unas palabras de aliento, una barra de chocolate. Helen Hirsch nunca volvería a ver sus cuatro mil zlotys, al menos en una forma que permitiera contarlos o sostenerlos en la mano. Pero hasta el día de hoy le parece de escasa importancia la despreocupación de Oskar por el dinero.

Thomas Keneally, El arca de Schindler

lunes, 26 de mayo de 2014

Me he pasado más de media vida diciéndoles a mis padres cosas que no tenían nada que ver con las que hubiera querido decirles, educando mi voz para que se acoplase a una traición que fue dejando de serlo a medida que se debilitaba la voluntad, cediendo a los pactos de disimulo y medias verdades que la relación entre ellos porponía a modo de paliativo insensible para aliviar la inquietud sin hurgar en sus causas. Aprendí desde edad bastante temprana a mirarme en aquel espejo oblicuo donde mi rostro asomaba a medias tapado por el de ellos, pero no me di cuenta de que estaban torcidas las sonrisas hasta que empezó a reflejarnos solas a mamá y a mí con la sombra de él al fondo. Yo intentaba borrar aquella sombra, la frotaba con rabia una vez y otra vez, pero reaparecía como la mancha de sangre en la llave de Barba Azul, y dentro del espejo se congelaban los gestos, nada era verdad, a todas las sillas les faltaba alguna pata, no corría el aire, en los estantes había ceniza en vez de libros, mi cara era azul y las figuras se ladeaban como esos muñecos que no asientan bien y están a punto de caerse. ¿No sería -empecé a pensar- que casaban mal unas con otras desde siempre, y que mejor estaríamos cada cual por su cuenta, como ella solía decir, a la conquista de la propia ración de aire? Mamá se quedaba mirando por la ventana cuando dejaba caer esa propuesta teñida del color de sus pinceles, amarillo bilioso, nacarado o granate, y a mí se me encogía el corazón ante su perfil agudo de pájaro impaciente. "¡Que no se vaya", pensaba, "que no eche a volar!" pero luego todo volvía a estar como antes, aunque aquel aviso podía repetirse inopinadamente, y se sabía. Pero qué difícil es buscar la propia ración de aire, aguantar el aire libre cuando te has aficionado a los paños calientes, abandonar la cueva sin rencor y sin daño, resignarse a olvidar lo que no se ha entendido. 

Carmen Martín Gaite, Lo raro es vivir

domingo, 25 de mayo de 2014

Antes de irme por hoy os dejo otro vídeo, muy diferente al de hace un rato, pero que me ha llamado mucho la atención...
 
La canción es de Loreena McKennitt. Su título es Banquet Hall. Espero que os guste.

Bruma.

Hace tiempo que quería poner aquí esta canción...


martes, 20 de mayo de 2014

Es el dueño de la taberna un hombre silencioso que, no obstante, cuando ríe lo hace a sonoras carcajadas roncas que le resuenan por toda la tripa. Se mueve de acá para allá con un curioso andar nervioso, siempre llevando una pipa -que nunca se ha visto encendida- mordida entre los amarillentos dientes.
Pese a no parecer buscar conversación nunca con sus clientes, muchas veces son éstos los que buscan de la sabiduría popular que transmite el viejo tabernero, y él no se corta ni un pelo cuando se trata de consejos.
El tabernero tenía una esposa, doña Simona López del Rey, que falleció a punto ya de hacer los cincuenta años casados. Era una mujer de mucho carácter, hija de padres algo revolucionarios, que había ido acumulando durante la dictadura cierta ideología que hubiera sido peligroso demostrar durante el mandato del general Francisco Franco. Después de éste muerto, sin embargo, doña Simona no tenía problema en mandar a hacer puñetas al dictador, a la falange española y a la misma madre que los parió. Un encanto, doña Simona. Su marido dice que a veces le da por hablar solo, a ver si en la casa se escucha algo de la conversación que se acabó cuando ella se marchó.

Bruma, texto para clase de Proyecto Integrado.

sábado, 17 de mayo de 2014

Y en medio un espíritu llorón.

A ambos lados de esta tierra de nadie hay dos mareas humanas que gritan, vociferando en lo que parecen distintas lenguas pero que en realidad es una sola, única e incomprensible. Cada ejército se viste de un color, y grita con diferentes voces que, al unirse, hacen una misma.
Cada bando defiende sus ideales con pasión: a un lado, la férrea obediencia ante una figura autoritaria que dicta sentencias y gobierna con mano firme; a otro, la violentada libertad que se ha teñido de sangre y está empeñada en destruir, ya que los otros no le permiten crear.
Así, estas dos potencias humanas se aventuran en ese páramo sin nombre ni dueño, y colisionan formando un huracán de armas, sangre y odio que rezuma la putrefacción humana por todos y cada uno de sus poros.
La batalla parece eterna: cuando unos están a punto de alcanzar la victoria, los otros adivinan de qué pie cojean y se alzan sobre ellos, hasta que recuperan su posición dominante y vuelta a empezar. Así permanecen durante quién sabe cuánto tiempo hasta que, de pronto, se escucha un grito.
No es un grito cualquiera. Es un grito de mujer, roto, casi sofocado por el viento, que se alza sobre ese mar de cabezas como una plegaria al mismo Lucifer. Es un grito de dolor, de impotencia, que parece contener toda la sangre derramada durante esta batalla inútil.
Súbitamente, se abre un claro en esta tierra de nadie pisoteada por soldados y guerreros, y se ven dentro de ese pequeño círculo de arena dos figuras. Una, masculina, está tirada en el suelo, sucia y malherida, y un corte sanguinolento en su abdomen va arrancando el color del bronce de su rostro. La otra, femenina, acaricia la suave mejilla de él mientras acuna la pálida cabeza en sus rodillas, y derrama lágrimas de cristal que van a perderse entre la arena podrida por la guerra.
El polvo y la sangre se han encargado de que no se distinga el color de las vestimentas de este soldado de la vida. Aterrada, la mujer que lo acuna ve cómo exhala su último suspiro este pobre guerrero, pero no intenta reanimarlo. Sabe que no servirá para nada.
La mujer alza el rostro hacia el cielo y eleva un grito como el anterior, del cual era dueña, pero mucho más potente: éste lleva en sí todo el dolor y toda la sangre que han sido derramados en esta inútil batalla.
La voz de la mujer se pierde en el silencio sepulcral extendido por toda esa maldita tierra de nadie ocupada por soldados. Lentamente, ella vuelve el rostro hacia los hombres que la rodean, sucios, ensangrentados y con las armas aún empuñadas, y pregunta con voz trémula:
-¿Por qué?
Ninguno de ellos es capaz de responderle porque, de pronto, no se ven los colores que defendían. Tampoco recuerdan las causas que les habían llevado a querer matar a otros hombres como ellos. Porque súbitamente, con la muerte del pobre soldado de piel de bronce, todos los demás se ven tal y como son: hombres que sienten amor, miedo, triteza, cólera; que han dejado sus hogares y sus vidas para enfrentarse en esa estúpida guerra y matarse unos a otros. Por orgullo. Por odio.
Y en medio, un espíritu llorón les ha parado los pies. De pronto ya no son guerreros ni soldados. Sólo son hombres. Simple y llanamente hombres.

Bruma.


Bonito el futuro que imaginaba Orwell para la Humanidad.

¿Hubo siempre estas vistas de decrépitas casas decimonónicas, con los costados revestidos de madera, las ventanas tapadas con cartón, los techos remendados con planchas de cinc acanalado y trozos sueltos de tapias de antiguos jardines? ¿Y los lugares bombardeados, cuyos restos de yeso y cemento revoloteaban pulverizados en el aire, y el césped amontonado, y los lugares donde las bombas habían abierto claros de mayor extensión y habían surgido de ellos sórdidas colonias de chozas de madera que parecían gallineros? Pero era inútil, no podía recordar: nada le quedaba de su infancia excepto una serie de cuadros brillantemente iluminados y sin fondo, que en su mayoría resultaban ininteligibles.

George Orwell, 1984

miércoles, 14 de mayo de 2014

Pobrecita Tauren llorona.

¿Y quién te ha dicho a ti nunca, estúpida ilusa, que puedes entrar en la vida de nadie a desbancar primeros puestos y barrer recuerdos como si fueses una trituradora letal para los sentimientos? ¿Quién te has creído que eres, una mataharis? ¡Venga ya! Me da hasta risa de mirarte, vistiéndote de colorines, peinándote, creyéndote guapa y simpática, con tu sonrisa cursi, pensando que vas a por todas cuando en realidad lo que haces es el ridículo, y solamente el ridículo.
Te alteras con nada, te levantas las faldas, te das unos aires de Simona que tú misma te los pisas con la punta de las zapatillas, y te crees que así vas enamorando hasta a las palomas que te pasan por encima. ¡Qué ingenua! Se cree maneater y sólo es una bullshit.
Desde tu más hondo corazón te torturo, pobrecita niña, para que aprendas de una vez por todas que el mundo nunca va a estar a tus pies, porque ni tú eres Atenea ni yo soy un prodigio.
Atentamente, 
tu conciencia.

martes, 13 de mayo de 2014

Los argumentos de la Ciencia.

Cierto es todo lo que el señor penitenciario ha dicho en tono de broma. Pero no es culpa nuestra que la Ciencia esté derribando a martillazos un día y otro, tanto ídolo vano, la superstición, el sofisma, las mil mentiras de lo pasado, bellas las unas, ridículas las otras pues de todo hay en la viña del Señor. El mundo de las ilusiones, que es, como si dijéramos, un segundo mundo, se viene abajo con estrépito. El misticismo en Religión, la rutina en la Ciencia, el amaneramiento en las artes, caen como cayeron los dioses paganos: entre burlas. Adiós sueños torpes; el género humano despierta, y sus ojos ven la claridad. El sentimentalismo vano, el misticismo, la fiebre, la alucinación, el delirio, desaparecen, y el que antes era enfermo hoy está sano, y se goza con placer indecible en la justa apreciación de las cosas. La fantasía, la terrible loca, que era el ama de la casa, pasa a ser criada... Dirija usted la vista a todos lados, señor penitenciario, y verá el admirable conjunto de la realidad que ha sustituido a la fábula. El cielo no es una bóveda, las estrellas no son farolillos, la Luna no es una cazadora traviesa, sino un pedrusco opaco; el Sol no es un cochero emperejilado y vagabundo, sino un incendio fijo. Las sirtes no son ninfas, sino dos escollos; las sirenas son focas; y en el orden de las personas, Mercurio es Manzanedo; Marte es un viejo barbilampiño, el conde de Moltke; Néstor puede ser un señor de gabán que se llama monsieur Thiers; Orfeo es Verdi; Vulcano es Krupp; Apolo es cualquier poeta. ¿Quiere usted más? Pues Júpiter, un dios digno de ir a presidio si viviera aún, no descarga el rayo, sino que el rayo cae cuando a la electricidad le da la gana. No hay Parnaso, no hay Olimpo, no hay laguna Estigia, ni otros Campos Elíseos que los de París. No hay ya más bajada al Infierno que las de la Geología, y este viajero, siempre que vuelve, dice que no hay condenados en el centro de la Tierra. No hay más subidas al cielo que las de la Astronomía, y ésta, a su regreso, asegura no haber visto los seis o siete pisos de que hablan Dante y los místicos soñadores de la Edad Media. No encuentra sino astros y distancias, líneas, enormidades de espacio, y nada más. Ya no hay falsos cómputos de la edad del mundo, porque la Paleontología y la Prehistoria han contado los dientes de esta calavera en que vivimos y averiguado su verdadera edad. La fábula, llámese paganismo o idealismo cristiano, ya no existe, y la imaginación está de cuerpo presente. Todos los milagros posibles se reducen a los que yo hago en mi gabinete, cuando se me antoja, con una pila de Bunsen, un hilo conductor y una aguja imantada. Ya no hay más multiplicaciones de panes y peces que las que hace la industria con sus moldes y máquinas, y las de la Imprenta, que imita a la Naturaleza sacando de un solo tipo millones de ejemplares. En suma, señor Canónigo del alma, se han corrido las órdenes para dejar cesantes a todos los absurdos, falsedades, ilusiones, ensueños, sensiblerías y preocupaciones que ofuscan el entendimiento del hombre. Celebremos el suceso.

Benito Pérez Galdós, Doña Perfecta

domingo, 11 de mayo de 2014

Aires de Simona.

Y yo desde mi sitio les pregunto a ustedes, señores opositores a un derecho fundamental de la misma mitad de la población, el por qué de esa negación ante una falta grave de la sociedad, el por qué de ese encogerse de hombros y levantar las manos cuando se reclama algo que no tiene motivos para ser denegado.
Afirman ustedes que la sociedad es desgraciada contando con la participación activa de sus mujeres. Pues explíquenme, aquí y ahora, el motivo elevado por el cual yo, mujer, no puedo votar según ustedes, teniendo como tengo una vida en la comunidad, siendo como soy parte de la sociedad, y poseyendo como poseo el mismo cerebro del que fueron dotados ustedes.

Bruma, texto para clase de Historia.
El ejercicio consistía en ponerme en el lugar de Clara Campoamor y emular su discurso en las Cortes defendiendo el voto femenino en 1931.

sábado, 10 de mayo de 2014

"Sólo tenerte cerca, siento que vuelvo a empezar..."


Me estoy dejando caer.

Lluvia de bolitas de colores. Como decía, locura pasajera.
Mis profesores me preguntan qué me pasa. Mis amigos me ven rara e, incluso, algunos me evitan. Creo que hasta mis gatos huelen algo extraño en mí.
Y yo no sé qué responder cuando me miran como si fuese un muro impenetrable. Unos y otros me escrutan, dudosos, y tratan de penetrar en mi alma turbulenta con los ojos, pero no lo consiguen.
Si yo contara lo que tengo por dentro no me entenderían, y la poca gracia que tiene mi vida en este momento se perdería. La chispa de vidilla que da al cuerpo esa emoción del reto planteado día a día, el hecho de tener un secreto que nadie más conoce, es lo que me hace levantarme cada mañana, aunque sea con la pierna izquierda y arrastrando el cuerpo entero. Si gritase al mundo qué me pasa, como tenía hasta hace poco por costumbre, no me entenderían. Me tomarían por loca, por tonta o por ilusa; incluso por un poco superficial. Pero yo me comprendo y sé lo que siento.
Aquella canción de Queen decía "I want it all, and I want it now". Eso mismo digo yo.
Noto que me estoy dejando caer, y es una intuición acertada. Quiero que se acabe ya el sudar la gota gorda, porque mi cuerpo no da para más. Se me ha ido la cabeza al completo y no queda espacio en ella para pensar en cosas coherentes. Ahora mismo mi cerebro es una explosión de platillos volantes, chisteras de las que salen conejos blancos en busca de su zanahoria y duendecillos que bailan música irlandesa mientras agitan tréboles de cuatro hojas. Un paraíso, vamos.
Quien tenga una medicina para la locura pasajera de cuarto grado que me avise. Un saludo, gracias por leer este blog de momentos depresivos.

Bruma

viernes, 9 de mayo de 2014

"El pasado oscuro que nos perseguía un día dejó de hacerlo"

"Éramos imparables, invencibles. Un grupo de mujeres resurgidas de sus cenizas, llameando como el ave fénix. Salidas de la miseria, después de ser tratadas como escoria, habíamos hallado en aquella danza salvaje un puente luminoso hacia la felicidad. El baile era nuestra vía de escape hacia el nirvana, un derroche de erotismo pretencioso que guardaba más secretos de los que descubría.
Las notas se deslizaban por nuestras curvas como el agua de un río que fluye, fuerte el torrente de su poderoso caudal, y esa voz, también femenina, encendía en nuestros corazones en explosiones de color y de sonido que hacían temblar el cielo.
Nosotras nos encontrábamos por encima de todo lo mundano, de todo lo gris que arrastraban nuestras vidas. Ya no éramos sumisas debiluchas, ya no nos dominaba ninguna fuerza viril; ahora éramos fuertes, nuestros espíritus se hallaban alto en el cielo y destrozábamos todo aquello que nos intentase derrotar"

S.



martes, 6 de mayo de 2014

Diario inédito de Simona la viajera.

21 de abril, 2014
He de decir que Roma y su encanto me han tocado la médula. Comenzando con las murallas de la ciudad y siguiendo con el enorme Coliseo -"colosal"-, hoy un torrente de imágenes de la mágica ciudad han inundado mi cabeza de pobre escritora, a la vez que toda la información físicamente asequible -debido al poco tiempo- ha entrado a mi cabeza en un vano intento de ser retenida al completo. Qué se le va a hacer.
Cuando paseo por esas calles adoquinadas, plagadas de turistas, mi mente divaga acerca del origen de esas piedras, qué rey, emperador o posterior papa las mandó edificar, cuánta y de dónde es la gente que las ha pisado, qué ideas se han compartido gracias a ellas; ¿cuántos amores, odios, celos, sueños, pesadillas o esperanzas han nacido en tu seno, vieja Roma? Al abrigo de tus rojas murallas se mueve una hormigueante marea humana en la que se mezclan pieles, miradas, cabellos, rasgos, lenguajes y opiniones; hoy me he escondido, como ellos, a la sombra de esa fiera loba que amamantó a tu fundador y su hermano, esa loba mítica que ahora me mira en forma de souvenir con ojos tan penetrantes como vacías son sus cuencas.
Han sido miles las voces que he escuchado, los rostros que he visto, las lenguas que a mi alrededor se han hablado. Siglos de historia de la Humanidad me han acompañado hoy y lo harán, supongo, el resto de mi vida, ahora que al fin conozco este rincón en el mundo del que alguien tanto me habló en cierta ocasión.

22 de abril, 2014
"KEEP CALM AND VISIT ROME"
Hoy, al fin, he tenido el gusto de conocer la morada del Señor Papa. Si bien no se me ha permitido deleitarme con los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, sí que he podido, tras una larga cola, adentrarme en la inmensa y pomposa Basílica de San Pedro ("Pietro") para descubrir los pocos de sus mágicos secretos que no se encuentran vedados a los turistas y curiosos.
Supongo que anoto aquí este viaje porque, aparte de que no tengo otra superficie privada sobre la que escribir, este viaje es una especie de sueño, algo que no voy a repetir en la vida -no de esta manera- y que cada uno de los días que dura me trae algo especial que guardar en el corazón. Hoy, como decía, le ha tocado el turno a la capital de una de las religiones más extendidas del mundo -y algo controversa, dependiendo de por dónde se mire-: la Ciudad del Vaticano, centro y sanctasantórum de la fe de millones de personas. Me gustaría poder decir que he cumplido el sueño de mi vida, que me siento completamente llena ya que he pisado esas piedras sagradas, pero lamento admitir que me es imposible. Yo carezco de esa fe ciega que lleva a tanta gente diferente a unificarse bajo un mismo símbolo, ya sea cruz, media luna o cualquier otro grabado. Sin embargo, algo en mi interior se ha revuelto en un cosquilleo de ilusión ante la idea de estar en el centro del arte renacentista, allí donde los grandes (Rafael, Miguel Ángel, Leonardo y compañía) pusieron su granito de arena -más bien enorme roca- en lo que hoy conocemos como Historia del Arte.
Algo anecdótico es que he intercambiado unas palabras en francés con un miembro de la prestigiosa Guardia Suiza. Si bien ha sido pura suerte y algo breve, se trata de algo que nunca pensé que haría ni aun viniendo al Vaticano. En mi cabeza ha surgido la idea de introducir mujeres en el prestigioso cuerpo de guardias. Algo me dice que la Iglesia no pondría muy buena cara.
El Vaticano y sus famosas columnas, que representan los brazos del Papa acogiendo al pueblo en su seno, no han conseguido atrapar del todo a este pobre corazón viajero. Será, supongo, debido a que ayer gasté toda mi melancolía de bolsillo entre las ruinas de la poderosa Roma.

23 de abril, 2014
Florencia. "Firenze". Hermosa ciudad de la Toscana. Hoy me he perdido por entre sus callejuelas atestadas de gente. Esos edificios me han recordado -por mi querida Cristina, no lo he podido evitar- a la bella Granada: Florencia representando el corazón italiano y Granada como símbolo de la tradición andaluza. Ambas ciudades con un encanto particular del que los corazones viajeros como el mío se enamoran.
Hoy he deseado tener las botas de Mercurio, con las que Perseo mató a Medusa, para sobrevolar esta encantadora ciudad que me ha dejado exhausta con un deambular de más de seis horas. Neptuno sin tridente observaba, poderoso, a la multitud heterogénea -aunque no lo fuese tanto para sus ojos de dios- que pasaba a sus pies. Las sabinas, primeramente sometidas y más tarde poderosas, alzaban sus rostros pétreos observando la plaza de los Médicis, allá junto al castillo que pisó nuestra compatriota Leonor de Toledo.
Incluso el helado sabe mejor si se toma en esta ciudad de la Toscana. La catedral, tan exuberante en la fachada externa, no fue construida para ser sino una sala de reuniones, pero ni siquiera eso es capaz de hacerla perder su belleza. La cúpula es, de hecho, impresionante: se trata del sueño hecho realidad de un arquitecto al que, como a muchos otros artistas a lo largo de la Historia, consideraron loco. Protestas y abucheos hoy transformados en teja, mármol y piedra.
Justo frente a la puerta de la inmensa catedral se encuentra el Baptisterio, cuya entrada tiene relieves dorados de escenas del Antiguo Testamento. Me acordé de las canciones de mi adorada Loreena y no pude evitar sonreír.

24 de abril, 2014
Venecia, la ciudad enmascarada, ha entrado hoy en mi vida con la suavidad y elegancia de las góndolas que se deslizan silenciosas por sus muchos canales. Me he puesto en la piel de los hermanos Covenant y el pelirrojo Banner al pasear por la Plaza San Marcos, sintiendo la emoción del libro en el cual subieron al antiguo campanario. Como ellos, me he desilzado por las intrincadas callejuelas, enamorándome de cada detalle, cada olor, cada rostro que veía en mi caminar sin rumbo.
Me hubiera gustado ponerme un antifaz y perderme entre la multitud sin rostro, o entrar por una puerta del tiempo -si no recuerdo mal, aquella que se encontraba en propiedad del mismo Peter Dedalus- para aparecer en la Venecia del siglo XVIII y aventurarme en aquel libro que me dejó una huella húmeda de agua de canales.

25 de abril, 2014
Pisa fue corto y estresante. Tras una mala noche para todos, dos atascos y unos cuantos mareos dentro del autocar no hicieron sino minar el ánimo de cuantos se podían mantener despiertos. Tras eso, un breve paseo por los puestecitos y las tiendas de alrededor de la torre inclinada y vuelta al autobús, para pasar la tarde entera en ruta hacia Civitavecchia. Una vez allí, tomar el barco -que hace una semana acabé aborreciendo- y vuelta a la patria.
Hoy ha sido cuando más me he fijado en los paisajes italianos, en especial los de la hermosa Toscana. Los campos verdes, las casas con soportales y el telón de fondo de montañas no hacían sino aumentar esa melancolía contagiosa que invadía el autobús.
Quiero volver a sentir el calor del Mediterráneo que abraza la Península Ibérica. El tiempo fuera hace pensar en lo que se deja atrás.

Bruma.

Hacía algo de viento, aunque la vuelta fue peor...

No podía olvidarme de ellos.
La de historias que podrían contarnos estas piedras...

El sueño de un místico.

A veces creía que podría hacerme creyente y todo.

De aquí salían las fieras en el Coliseo.

¡Ese dire!

Casualmente, visitamos Roma el día de su Navidad.

Con mucho gusto me hubiera perdido en Roma para siempre...

El Moisés de Miguel Ángel.

En Roma vimos cosas bastante pintorescas.

Degusté uno de los famosos tartufos.

La Fuente de los Cuatro Ríos.

No sólo los del Renacimiento son grandes.

La verdad es que se trataba de una metrópoli que tenía de todo... además de turistas.

This is us!

¡Con Pedro en San Pedro!

Unos turistas más entre la multitud...
Foto extraña mientras compraba en uno de los muchos puestecitos.

La verdad es que se lo montan bien.

Ya van casi diez años, ricitos.

¡Lo mismo te digo!

Y esta soy yo. Creo que es la primera vez que publico una foto de cara bien clarita en este blog. Lo siento si os parezco muy fea; no me miréis.

A estos dos viejos amigos también los pillé para foto.

A alguna le molan los tíos legales...

San Pietro.

¿He dicho ya lo bien que se lo montan?

¡Con uno de estos hablé yo en francés!

Impresionante.

En qué pensarían hace cinco siglos...

Me iba a marear.

En pesrona se veían mejor que en el libro de Historia.

Ellas también forman parte de la Historia, y sus lágrimas arrasan multitudes como mareas ardientes.

Esto no estaba permitido, pero nosotros lo conseguimos. El Ejido to the power!


Juventud viajera. Modelo: cortesía de mi buen amigo Pedro, el primer cazado para foto por ahí arriba.

Mi buena y sensata Rocío. ¡Qué habría sido de mí sin ella por Italia! Creo que me habría quedado allí perdida, tal como tengo la cabeza...

Nada que decir cuando sobran las palabras.

Adoro la catedral de Florencia.

He aquí el sueño de un arquitecto al que llamaron loco.

Neptuno y una nereida.

La primera copia del Miguel Ángel.

Por aquí pasaba Leonor de Toledo.
Perseo con la Medusa... TORCIDOS AMBOS. Perdonadme este fallo.
Nos vamos acercando al Puente Viejo...
Ya casi estamos en el Puente Viejo...
Desde el puente se ve la cúpula de la catedral. Impresionante.

Creo recordar que esta escultura era posterior al resto. No me hagáis caso.



Los florentinos y su sentido del humor.

A Venecia en busca de tíos buenos como este.

¡Y ya estamos en Venecia!

Más carisma del que imaginaba...

Si algún día vuelvo, no me perderé ese carísimo paseo en góndola.

¡Mamá, papá, estoy dentro de una novela de Ulysses Moore!

Mis ojos se quedaban pegados a todo lo que veían.

Parece salido de una historia...


Incluso las farolas superan a las de mi tierra.

Aquí me quedaba para siempre escondida del resto del mundo.
La única vez en todo el viaje que sostuve un mapa en mis manos.

¡Y al fin la vi!
Siento que tengáis que torcer la cabeza. Es culpa de mi ordenador. Se os va a poner el cuello como la torre entre esto y el Perseo.




 ¡Hasta pronto, Italia!