jueves, 29 de mayo de 2014

Simonas vencidas por el mundo.

En el fondo ése es nuestro yugo, aunque quiera hacer las veces de hermosa bendición. Nuestros padres nos lanzan al mundo creyendo que han hecho de nosotras algo más que las máquinas de parir que habríamos sido en otra época; sonríen, cansados y ya mayores, ante el fruto de sus esfuerzos, pues ven ante sí a una mujer libre, inteligente, cultivada, emancipada, con adquirida conciencia de su independencia y sus derechos y deberes. Sin embargo, ese orgullo paterno no les deja ver lo que se esconde debajo de nuestra segunda piel, ese horror ante el mundo en el que nos han enseñado a sobrevivir desde pequeñas y para el que muchas trabajan día a día ganando un sueldo para vivir. Es un mundo cruel, violentado y maltratado, en el cual no siempre tienen cabida esas ideas progresistas y liberales que nos inculcaron nuestros cultos y bienintencionados padres. Ellos nos soltaron la mano creyendo que lanzaban al mundo a guerreras amazonas fuertes, capaces de vencer los obstáculos y dispuestas a sembrar la semilla de su vida adulta en el tiesto del mundo que ellos no verán. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Los residuos del pasado todavía contaminan esa sociedad, y la respuesta de estas mujeres educadas, cultas y supuestamente independientes ante tales atrocidades y tamaños horrores no siempre es la esperada. Unas, muchas, cada día más, son capaces de levantar su vida sobre sí mismas y empujar, montaña arriba, para reivindicar cualquier causa justa que necesiten defender a fin de vivir agusto con sus ideales. Pero otras, que no son pocas, no son capaces de tal acto de valentía y osadía frente a un mundo de dedos acusadores, y se esconden en la sombra para que nadie las vea llorar como el espíritu débil que realmente son. Alguien les dijo una vez que lo importante era el interior, que una mujer inteligente valía por diez guapas y de testa mediocre, que llegarían lejos si seguían por tal o cual senda. Sin embargo, un doctorado en Química no ayuda a controlar la sinapsis del cerebro que regula los impulsos nerviosos, ni la matrícula de honor en
Historia hará que una sea capaz de llevar las riendas de su propia vida a buen término, por muchos errores del pasado que haya aprendido, estudiado y rememorado en su cabeza. Es así. Entonces, muchas de estas guerrilleras de mente cultivada y labia poderosa se transforman, o más bien dejan salir su lado más débil. Sueltan la agonía acumulada, la rabia estancada, la tristeza permanente; se dan cuenta de que en el fondo llevaban casi toda su vida desengañadas, desde aquel día que de niña vio en las noticias una prostituta violada y asesinada, o desde aquélla ocasión en que algún mayor falto de seso tuvo la gracia de asociar los términos "fémina" y "sartén". Se dan cuenta de que son lo que el mundo ha hecho de ellas, y que si no encuentran fuerzas para luchar es porque se encuentran en el mismo campo de batalla enemigo que quiere robarles el espíritu. ¿Y qué hacen entonces?
No lo sé. Supongo que cuando llegue mi turno de desengañarme lo sabré.

Bruma

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