martes, 20 de mayo de 2014

Es el dueño de la taberna un hombre silencioso que, no obstante, cuando ríe lo hace a sonoras carcajadas roncas que le resuenan por toda la tripa. Se mueve de acá para allá con un curioso andar nervioso, siempre llevando una pipa -que nunca se ha visto encendida- mordida entre los amarillentos dientes.
Pese a no parecer buscar conversación nunca con sus clientes, muchas veces son éstos los que buscan de la sabiduría popular que transmite el viejo tabernero, y él no se corta ni un pelo cuando se trata de consejos.
El tabernero tenía una esposa, doña Simona López del Rey, que falleció a punto ya de hacer los cincuenta años casados. Era una mujer de mucho carácter, hija de padres algo revolucionarios, que había ido acumulando durante la dictadura cierta ideología que hubiera sido peligroso demostrar durante el mandato del general Francisco Franco. Después de éste muerto, sin embargo, doña Simona no tenía problema en mandar a hacer puñetas al dictador, a la falange española y a la misma madre que los parió. Un encanto, doña Simona. Su marido dice que a veces le da por hablar solo, a ver si en la casa se escucha algo de la conversación que se acabó cuando ella se marchó.

Bruma, texto para clase de Proyecto Integrado.

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