lunes, 5 de mayo de 2014

Queen of the Wild.

Simona no sabe si lo que siente es un espejismo o se trata, por el contrario, de una realidad tangible y duradera. Lo único que tiene por auténtico es que ciertas libélulas se han adueñado de su corazón y revolotean a su alrededor; si bien es cierto que no son plateadas, sí que es verdad que su zumbido hará daño al oído como no se les haga caso.
Simona juega a los dados con un príncipe extranjero, y los dos han sacado un siete, cada uno en su alfabeto. El extraño hombre ha llegado nuevo a la tierra de las libélulas de plata, quienes no ha mucho aún que desaparecieron de la vista, y no conoce ni la parla ni las costumbres. Sólo vaga errante, y Simona lo ha cazado en mitad de la multitud. Como tigresa juguetona, ronronea y lo rodea con su perfumada cola, tratando de hacerse notar con sus rayas naranjas y negras en mitad de esta selva de criaturas, cada cual más exótica que ella.
Simona no tiene ni idea del por qué de esta danza estúpida; si su príncipe extranjero fuese el más valiente, el más gallardo o el más sabio quizás podría darle una explicación a su locura pasajera. Sin embargo, no lo es, ni se acerca a serlo. ¿Por qué entonces Simona la extravagante, Simona la exigente, posó sus ojos sobre un príncipe extranjero en un mundo por el que se pasean con la barba al aire dos mil millones de aquiles y odiseos?
Simona no tiene ni idea de nada, sólo de que siente y quiere seguir sintiendo. Simona se deja llevar con el viento de Oriente, y por una vez permite que su cuerpo se transforme en el de un enorme felino a rayas. Por fin manda el ser salvaje que habitaba el corazón de la pobre Simona. Simona, "la que escucha, la que ha hecho votos", ahora quiere que la escuchen a ella, y rugirá lo más alto posible, para que su voz se eleve en la noche oscura de la selva.

Bruma, verborrea surgida de la necesidad de ser salvaje.

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