viernes, 2 de mayo de 2014

Mi pequeña y enigmática Snorri.

Snorri es pequeñita, ligera y suave como la seda. Su pelo corto posee el negro brillante del azabache sólo hasta la punta de la cola, la cual es blanca como una paloma de la paz. Podría decirse que, al igual que al legendario Aquiles, la sumergieron en una fuente agarrada por dicho extremo del cuerpo, con la diferencia de que a ella la empaparon con tinta de calamar.
Sus ojos son verdes como el corazón de un pistacho, y están rasgados en diagonal imitando al fruto del almendro. Sus orejitas, puntiagudas y pequeñas, son de cartílago recubierto de suave pelusa amelocotonada, tan negra como el resto de su cuerpo.
Snorri tiene un hocico fino, menudo como ella, que usa para husmear cuando no está asustada del enorme y ancho mundo, que con creces en tamaño la supera. Por las noches, cuando el universo entero se encuentra en calma y no hay ruidos que quiebren su delicado equilibrio, esta mariposilla negra que es mi gata viene, juguetona y danzarina, a restregarse contra mis pantorrillas, a acariciar mi piel con su suave pelo azabache; me deja entrever a medias los misterios de su condición felina, lo que se esconde en el alma de esa pequeña brujita oscura. Yo me pregunto, ilusa, si ese puntito de luz que adorna su cola representa lo poco que la conocemos en realidad, mientras que el resto de su pelo, negro como el carbón, equivale al misterio del animal felino, aquello que el resto de criaturas no puede alcanzar: esa mezcla de belleza, agilidad, seducción, enigma y fuerza que son los hijos del Dientes de Sable.

Bruma

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